Lunes, 17 de julio del 2023

Color: VERDE

  • Primera Lectura. Ex 1, 8-14.22: “Los egipcios trataron con brutalidad a los israelitas y los sometieron a la esclavitud”.
  • Salmo Responsorial. 123,1-3.4-6.7-8: “Nuestro auxilio es el nombre del Señor”.
  • Evangelio. Mt 10, 34-11,1: “El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará”.

“Hasta un vaso de agua dado en su nombre tendrá su premio”

Continuamos escuchando la historia del pueblo elegido, esta vez de la mano del Libro del Éxodo, cuyo protagonista será Moisés, quien guiará el pueblo a la libertad y a la tierra prometida. En este libro seguiremos el relato de la esclavitud de Israel, su liberación, su alianza con Dios y su marcha por el desierto hacia la tierra que Dios había prometido a Abrahán. Es un libro fundamental para entender la historia de Israel y, también, la nuestra: Dios libera a su pueblo, camina con él y mantiene su alianza.

El Faraón de turno ya no recuerda los favores que debe a José. Lo que sí ve es que este pueblo de extranjero va creciendo y que, con el tiempo, puede ser peligroso, si se les ocurre rebelarse o aliarse con otros enemigos. Por otra parte, a los egipcios les interesa poder disponer de esa mano de obra barata. La opresión es de tipo laboral, pero para el pueblo judío es el prototipo de la esclavitud. Sobre todo, cuando se da la orden de eliminar a los niños que vayan naciendo, para contener el crecimiento del pueblo. Cuando ya se iba cumpliendo la promesa a Abrahán -una descendencia numerosa como las arenas de la playa- viene la decisión contraria del Faraón. Pero el plan de Dios subsiste por siempre, como veremos más adelante.

Para cerrar el discurso de la misión, Jesús hace unas afirmaciones paradójicas: Él ha venido, no a traer paz, sino espadas y divisiones en la familia; hay que amarle más a Él que a los propios padres; el que busque con sus cálculos conservar su vida, la perderá; hay que cargar la cruz al hombro para ser dignos de Él. La página termina con una alabanza a quienes reciban a los que Jesús ha enviado como misioneros y evangelizadores: “el que los recibe a ellos, me recibe a mí… y no perderá su paga, se lo aseguro”. Aunque sólo sea un vaso de agua lo que les hayan dado.

Ciertamente, aquí Jesús no se contradice de las recomendaciones de paz que había hecho, ni de las bienaventuranzas con que ensalzaba a los pacíficos y misericordiosos, ni del mandamiento de amar a los padres. Lo que está afirmando es que seguirle a Él comporta una cierta violencia: espadas, división en la familia, opciones radicales, renuncia a cosas que apreciamos, para conseguir otras que valen más.

No es que quiera dividir: pero a los creyentes, su fe les va a acarrear, con frecuencia, incomprensión y confrontación con otros miembros de la familia o del grupo de amigos. La fe, si es coherente, no nos deja «en paz». Nos pone ante opciones decisivas en nuestra vida. Ser cristianos -seguidores de Jesús- no es fácil y supone saber renunciar a las tentaciones. No es que dejemos de amar a los familiares. Pero, por encima de todo, amamos a Dios.

Dejémonos animar por la recomendación que hace Jesús a quienes acojan a los enviados por Él. Hasta un vaso de agua dado en su nombre tendrá su premio. Al final, resultará que la cosa se decide por unos detalles entrañables: un vaso de agua como signo de generosidad para con los que evangelizan este mundo.

(Guía Litúrgica)

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