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  • Primera Lectura. Ez 2, 8-3,4: “Hijo de Adán, come lo que tienes ahí, cómete este volumen y vete a hablar a la Casa de Israel”.
  • Salmo Responsorial. 118, 14.24.72.103.111.131: “¡Qué dulce, Señor, es al paladar tu promesa!”
  • Evangelio. Mc 18, 1-5.10.12-14:“Les digo que, si no vuelven a ser como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos”.

El Evangelio de hoy nos trae la primera parte del llamado Sermón de la Comunidad (Mt 18,1-14) que tiene como palabra clave los “pequeños”. Los pequeños no son los niños, sino también las personas pobres y sin importancia en la sociedad y en la comunidad, inclusive, los niños.

Jesús pide que estos pequeños estén en el centro de las preocupaciones de la comunidad, pues «el Padre no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños». Jesús nos alerta a no despreciar a quienes viven en situaciones de fragilidad. Al contrario, debemos acogerlos, recibirlos, bendecirlos, y sostenerlos.

Está claro que Jesús no quiere obligarnos a permanecer en una situación de infantilismo perpetuo, de complejo de “Peter Pan”, de ignorancia satisfecha, de insensibilidad ante la problemática de los tiempos. Al contrario. Pero pone al niño como modelo para entrar en el reino de los cielos no el valor simbólico que el niño encierra en sí:

— Ante todo, el niño es inocente, y el primer requisito para entrar en el reino de los cielos es la vida de «gracia», es decir, la inocencia conservada o recuperada, la exclusión de pecado, que siempre es un acto de orgullo y de egoísmo;

— En segundo lugar, el niño vive de fe y de confianza en sus padres y se abandona con disposición total a quienes le guían y le aman. Así el cristiano debe ser humilde y abandonarse con total confianza a Cristo y a la Iglesia. El gran peligro, el gran enemigo es siempre el orgullo, y Jesús insiste en la virtud de la humildad, porque ante el Infinito no se puede menos de ser humildes; la humildad es verdad y es, además, signo de inteligencia y fuente de serenidad;

— Finalmente, el niño se contenta con las pequeñas cosas que bastan para hacerle feliz: un pequeño éxito, una buena nota merecida, una alabanza recibida le hacen exultar de alegría.

Para entrar en el reino de los cielos es preciso tener sentimientos grandes, inmensos, universales; pero es necesario saberse contentar con las pequeñas cosas, con las obligaciones mandadas por la obediencia, con la voluntad de Dios tal como se manifiesta en el instante que huye, con las alegrías cotidianas que ofrece la Providencia; es necesario hacer de cada trabajo, aunque oculto y modesto, una obra maestra de amor y perfección.

Eso debe hacer una comunidad cristiana. Hoy al celebrar la Eucaristía, recordemos cómo podemos servir mejor a Jesús. Así como Jesús puso su mirada en aquellos pequeños, tengamos el valor de asemejarnos a Jesucristo, cuidándoles y siendo ejemplo para ellos. El amor por los pequeños y los excluidos tiene que ser el eje de la comunidad de los que quieren seguir a Jesús. Pues de este modo la comunidad se vuelve prueba del amor gratuito de Dios que acoge a todos. Dios Padre no quiere que se pierda ninguno de los pequeños. ¿Qué significa esto para nuestra comunidad cristiana de hoy?

(Guía Mensual)

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