Domingo, 13 de agosto del 2023. III Semana del Salterio

  • Primera lectura: 1Re 19,9a.11-13: Sal y Pónte en el monte delante del Señor…
  • Salmo Responsorial: 84, 9-14: La justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra…
  • Segunda lectura: Rom 9,1-5: Una gran tristeza y un continuo dolor me afligen el corazón.
  • Evangelio: Mt 14,22-23: “¡Calma, soy yo: no tengan miedo!”.

Color: VERDE

“Pedro, Pedro, no tengas miedo, ¡claro que te voy a salvar!”

Después del milagro de la multiplicación de los panes y de los peces con los cuales había alimentado a la multitud, este domingo, Jesús nos invita a nosotros, sus discípulos, a verificar nuestra fe. En cada circunstancia estamos llamados a confiar y a dirigir la mirada hacia Él, el Señor que nos salva y acompaña.

El contexto de la narración evangélica se presenta como limitado en el contraste entre la paz que Jesús vive en oración en el monte y el escenario del lago en el cual navegan los discípulos, acompañados por un viento contrario que pone en peligro la travesía. Viento fuerte y contrario, que provoca miedo en el corazón de sus discípulos. Un miedo que hace dramático y trágico el viaje: las aguas turbulentas, la figura de Jesús que es confundido con un fantasma, el terror de Pedro de ahogarse cuando camina sobre las aguas hacia su Señor, son signos (de) que la fe es puesta a prueba.

En la noche de nuestra vida, especialmente cuando es trágica, estamos llamados a hacer un camino que va de la perturbación al valor de la fe, probada por las dudas y las caídas; del miedo a la tranquilidad de la oración, camino que se lleva a cabo en la experiencia de la salvación con el auxilio del Espíritu Santo y la gracia de Dios.

Pedro representa a cada ser humano: cuando la mirada esta fija en Cristo y la fe es obediente y confiada, entonces se puede avanzar. Por el contrario, la mirada encerrada en sí misma y en las dificultades, en la presunción de bastarse a sí mismos, determina la prevalencia del miedo y, nos podemos ahogar, nos hundimos en nosotros mismos.

Es por la fe que tenemos que estar seguros (de) que el Señor está cerca, está presente, está con nosotros y nos repite: “¡Ánimo!, soy yo; no teman”. Estas palabras de Jesús deberían ser suficientes para avanzar en el camino de la vida con seguridad y decisión, sin perdernos ni hundirnos en el mar de la desesperanza. Pero el miedo, en Pedro como en nosotros, se convierte en duda y preguntamos: “Señor, ¿si eres Tú?

¿Qué es lo que salva a Pedro y con él a todos nosotros representados en él? No es la enardecida búsqueda de certezas humanas, ni la confianza en sí mismo, incapaz de soportar el peso del mundo y sus olas, sino la respuesta de Cristo al grito de Pedro: “¡Señor, sálvame!”.

Es un grito de oración al cual responde el amor de Dios que salva y redime. El miedo ahoga al hombre, la ilusión de tener todo en sus manos se derrumba miserablemente; sólo la humildad de la fe puede salvar, y, de hecho, nos salva. La salvación que Cristo ofrece es la única certeza para poder continuar creyendo, aunque nos cerque la angustia; reconocer, como los discípulos, que Él es Señor de la vida y de todas las cosas es una garantía de la victoria en la lucha contra el mal.

Pidámosle al Señor un corazón humilde que sea capaz de una auténtica fe en Él, capaz de reconocerlo y seguirlo, porque Él es la Verdad de nuestras vidas. Quien le sigue sinceramente, experimenta la fuerza de sus palabras: “¡Ánimo! Soy yo, no teman”. Es necesario volver a descubrir la dicha de la oración confiada. Cristo no quiere siervos, sino amigos que vivan en íntima familiaridad con Él. Nos invita a seguir sus huellas y confiar en Él.

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