Martes, 8 de julio del 2025
Color: VERDE
- Primera Lectura. 32,22-32: “He visto a Dios cara a cara y he quedado vivo”.
- Salmo Responsorial: 16,1.2-3.6-7.8 y 15: “Con mi apelación, Señor, vengo a tu presencia”.
- Evangelio. Mt 9,32-38: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rueguen, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”.
“He visto a Dios cara a cara”
Leemos hoy otro episodio misterioso de la historia de Jacob, su lucha contra una persona que parece hombre, pero que no se sabe, por el relato, si es un espíritu, un ángel o el mismo Dios.
Esta vez, el viaje de Jacob es de vuelta. Han pasado bastantes años -unos veinte- de la visión de la escalera. Viene de Mesopotamia, donde se había refugiado, y vuelve a su tierra de origen, Canaán, con sus dos mujeres (Lía y Raquel) y sus once hijos. Viene con miedo a las iras de su hermano Esaú, que no le perdona la trampa con la que le privó de sus derechos.En esta circunstancia es cuando, durante la noche, le sucede la misteriosa lucha con el desconocido, en la que parece que Jacob sale victorioso, pero herido en la articulación de su muslo y, por tanto, cojo. El lugar donde ha sucedido esto se llama «Penuel», que significa «he visto a Dios cara a cara».De nuevo se legitima la elección de Jacob por parte de Dios, y también se justifica que ese lugar sea considerado después como sagrado. Nuestros encuentros con Dios son misteriosos. A veces son pacíficos, como el de Jacob cuando la escalera y los ángeles. Otras, más turbulentos, como éste de la lucha nocturna, pero que también termina en una bendición.
Parece que Jacob pasa por una crisis importante. Ha decidido volver a su tierra, pero tiene miedo de su hermano. Muchas veces nos toca sufrir, pronto o tarde, las consecuencias de nuestros fallos y trampas, y experimentamos en nuestra vida lo mismo que Jacob: que era de noche y «se quedó solo», a pesar de que llevaba tantas personas en su compañía.
Nuestra relación con Dios puede ser de forcejeo y combate. Ya nos dijo Jesús que «el Reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan» (Mt 11,12). Seguir a Cristo supone a menudo renuncias y valentía. Él también tuvo que luchar y venció en el gran combate de la redención de la humanidad. Ahora nos hace partícipes de esa victoria, dándonos fuerzas en nuestras luchas de cada día.
De noche, y solos, y en lucha. Esa es nuestra vida, un camino nada fácil. Pero, como Jacob, eso nos ayuda a renovar la orientación de nuestras vidas, apoyados en Dios. En él se dio una transformación: de llamarse Jacob («el usurpador»), pasó a ser Israel («fuerte con Dios», o «Dios es fuerte»). Las pruebas de la vida nos tendrían que transformar, haciéndonos madurar y ayudándonos a pasar de «tramposos y suplantadores» a personas «fuertes con la fuerza de Dios».
El evangelio de hoy pone de relieve la solidaridad de Jesús, su preocupación por la gente y su empeño en la oración. Se solidariza ante la situación del sordomudo y nos invita a orar para que el dueño de la mies envíe trabajadores a su viña.
(Guía Litúrgica)
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