Sábado, 8 de julio del 2023
Color: VERDE
- Primera Lectura. Gn 27, 1-5.15-29: “Que Dios te conceda el rocío del cielo, la fertilidad de la tierra, abundancia de trigo y vino”.
- Salmo Responsorial. 134, 1-2.3-4.5-6: “Alaben al Señor porque es bueno”.
- Evangelio. Mt 9, 14-17: “El vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan”.
“Cristo ha dado su vida por la Iglesia para purificarla”
“Él es el vino nuevo que se estropea si se echa en odres viejos”
El relato que leemos hoy aparentemente es poco edificante. Se trata de un engaño, una mentira de Rebeca, con el cual logra quitar a Esaú su «derecho de primogenitura» en provecho de su segundo hijo Jacob. Al autor del libro le interesa subrayar, sobre todo, que, a pesar de eso, Dios sigue guiando la historia de su pueblo.
Una vez más, en la línea de la promesa mesiánica, aparecen como protagonistas no los más fuertes, como Esaú, el cazador, sino los débiles, como Jacob. Dios no actúa necesariamente según los méritos de las personas, sino que es libre en su amor y en su misericordia. ¿Cuántas veces, Dios escoge como colaboradores a los más pobres y débiles según el mundo? ¿Eligió Jesús como apóstoles a los que estaban mejor preparados, a los más sabios, a los más prestigiosos en la sociedad de su tiempo? ¿No escandalizó a los fariseos cuando llamó, por ejemplo, a Mateo, que era un publicano, como leíamos en el Evangelio de ayer?
No debemos escandalizarnos de la debilidad y del pecado que existe entre nosotros. Lamentablemente la historia de Isaac y Rebeca se repite continuamente: engaños, desconfianzas, divisiones. Pero aun así, Dios no cesa en sus propósitos. Incluso de las miserias humanas se sirve para guiarnos por la vida.
No es que vayamos a imitar la trampa de Rebeca y de Jacob. Caeríamos en una falta de honestidad. Pero tampoco hemos de escandalizarnos o desanimarnos al reconocer la debilidad propia o la de los demás, incluso los pecados de nuestra comunidad y de nuestra propia Iglesia.
El Evangelio para hoy nos habla de la controversia sobre el ayuno. Hay que aclarar que el ayuno al que se refiere aquí no es el de abstenerse de comer, sino al ayuno como signo de la espera mesiánica, de ahí que Jesús diga: “¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos?”
El ayuno sigue teniendo sentido para los cristianos. Es un buen medio de expresar nuestra humildad y nuestra conversión a los valores esenciales, por encima de los que nos propone la sociedad de consumo. Los judíos piadosos ayunaban dos días a la semana. Los seguidores de Juan, también. El mismo Jesús ayunó en el desierto. Y los cristianos continuamos haciéndolo, sobre todo en la Cuaresma, como preparación para la Pascua.
Pero no es esto lo que aquí discute Jesús. Lo que Él nos enseña es la actitud propia de sus seguidores: la fiesta y la novedad radical: Él es el novio y el esposo, y, por tanto, deberíamos estar todos de fiesta, no de luto o preparando algo que ya ha llegado. Él es el traje nuevo que no admite remiendos de tela vieja. Él es el vino nuevo que se estropea si se echa en odres viejos.
Creer en Jesús y seguirle no significa cambiar unos pequeños detalles, poner unos remiendos nuevos a un traje viejo, ocultando sus rotos, o guardar el vino nuevo de la fe en los mismos envases en los que guardábamos el vino viejo del pecado. Lo nuevo es incompatible con lo viejo, nos viene a decir Jesús. Seguirle es cambiar el vestido entero, más aún, cambiar la mentalidad, no sólo el vestido exterior. Es tener un corazón nuevo. Seguir a Cristo afecta a toda nuestra vida.
(Guía Litúrgica)
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