• Primera lectura: Sb 1, 13-15;2,13-25: Dios no hizo la muerte.
  • Salmo Responsorial: 29: Me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
  • Segunda lectura: 2 Cor 8, 7-9.13-15: Enriqueció a todos con su pobreza.
  • Evangelio: Mc 5, 21-43: No temas; basta que tengas fe

Color: VERDE

Neptalí Díaz Villán

Tu fe te ha salvado: Encontramos en el evangelio de hoy dos relatos entrelazados intencionalmente por el autor, que cuestionan fuertemente la religiosidad judía y proponen a Jesús como alternativa. En el caso de la mujer con flujos de sangre, vemos una triple marginación: por ser mujer, por estar enferma y por haber quedado pobre, ya que había gastado toda su fortuna en tratamientos inservibles. Su enfermedad, además de incapacitarla para tener hijos, era la desgracia más grande para una mujer según la mentalidad de la época; las leyes del Levítico, la consideraban impura y, por tanto, nadie debía acercársele. Según la Ley lo impuro contaminaba lo puro.

La mujer había descendido a los infiernos pero de ahí la rescató Jesús. Su amargura se le volvió paz, y su alma abatida por el dolor pudo ver la luz cuando lo conoció. Tal vez le había hablado de Él, o lo había visto y escuchado en alguna parte donde frecuentemente compartía sus enseñanzas. En ese momento, Jesús era considerado como un hombre de Dios y estaba integrado a la comunidad. A ella se la tenía como una mujer impura y segregada de la comunidad. Por lo tanto, nadie debía acercársele, hablarle y, menos, tocarla. Pero la mujer rompió con estas normas.

Una vez más se nos muestra que la fe en Dios no se la puede reducir a cumplir unas normas y participar de unos ritos religiosos; menos cuando estos no responden a las necesidades reales de las personas. Esta mujer lo tenía todo perdido. El hombre de Nazreth le inspiraba confianza y su fe le impulsó a hacer algo prohibido por la ley: tocar a un hombre sano con la esperanza de quedar curada. Lo hizo muy furtivamente como para que nadie lo notara.

Mucha gente buscaba a Jesús por diferentes motivos. Hasta Herodes quería conocerlo por curiosidad (Lc 9,7-9). Muchos lo apretujaban, pero no todos de la misma manera y con las mismas convicciones. Entre ellos una, la más desgraciada de todas, la más marginada entre los marginados, la mujer que padecía flujos de sangre, marcó la diferencia. La que menos valía para el mundo, resultó siendo el paradigma de fe. ¡Las apariencias engañan!

Jesús, que pudo ver lo esencial en el ser humano y lo realmente valioso, descubrió la riqueza de esta mujer tres veces marginada: su perseverancia, su riesgo, su decisión y su fe. Aunque muy sigilosamente, fue capaz de romper esquemas y de hacer algo prohibido por la Ley. Al igual que Jesús, ella nos mostró que no todo lo prohibido es malo, ni todo lo permitido es bueno y saludable para el ser humano.

“Tu fe te ha salvado”, le dijo Jesús. En sentido cristiano, la fe es la que nos mueve, la que nos impulsa, la que nos desinstala, la que nos hace arriesgar, hablar, tocar y entrar en dimensiones desconocidas. La que nos hace abrir caminos y descubrir nuevos mundos por vivir. El ser humano no es estático sino dinámico y cada día debe ir descubriendo su ser y quehacer. Y cada día debe ir descubriendo la voz de Dios en su camino, en su historia, en los acontecimientos, en su vida, en su conciencia; y debe optar, actuar, tomar un camino en el cual experimente la acción salvífica de Dios.

Si hubiera sido cierto lo que predicaban los rabinos, Jesús habría quedado impuro cuando la mujer lo tocó. Pero sucedió lo contrario. Fue ella quien quedó pura. La ortodoxia judía la marginaba y la condenaba por ser mujer, pobre y enferma; Jesús la acogió y la limpió. La ortodoxia judía la despreciaba y la maldecía; Jesús la felicitó por su gran fe y la despidió en paz y con salud. Había algo que no estaba bien y no era precisamente la gente, era otra cosa más estructural y aparentemente santo… 

No temas, basta que tengas fe: Después del templo, la sinagoga representaba, para la época, la institución más importante.  Pero Jairo, jefe de una de ellas, no había encontrado remedio para su hija y por eso acudió a Jesús, un profeta que había cuestionado las viejas y anquilosadas estructuras religiosas. Resultaba insólito que un rabino de la sinagoga fuera a pedirle un favor a quien había dirigido las más mordaces críticas a la institución judía. Pero se atrevió a hacerlo.

El texto no da el nombre de la muchacha, sí del papá. ¿Quién era la hija de Jairo? ¿A quién representaba? La niña representaba al pueblo judío que estaba enfermo, en crisis y al borde del colapso y la sinagoga no estaba respondiendo adecuadamente a las necesidades de la gente.

Jairo era aquel jefe de los que no se ocupan únicamente en salvarse así mismos y a la institución a la cual representan, caiga quien se caiga y muera quien se muera. Jairo era de los jefes que les interesa más el bien de la gente que mantener anacrónicas estructuras que entorpecen el desarrollo de los pueblos. Jairo no se quedó estancado defendiendo su propio bienestar. Buscó alternativas y soluciones reales. En su búsqueda encontró a Jesús y se echó a sus pies, es decir, se puso a su disposición, confió en él y siguió sus pasos.

Pero tanto Jairo en su búsqueda, como Jesús en su propuesta de vida, encontraron resistencia. Unos le dijeron que ya su hija había muerto y que no había esperanzas, otros que para qué iba a molestar al maestro y otros se burlaron del loco Jesús quien afirmaba que la niña sólo estaba dormida.

“No temas, basta que tengas fe”, le dijo Jesús a Jairo. La misma fe que animó a la mujer que padecía con los flujos de sangre. Ante la crisis viene el temor (que en la Biblia es signo de falta de fe). Ante la crisis mucha gente se desespera, todo lo ve oscuro y sin salidas. Para los incrédulos la situación ya no tenía remedio y sólo quedaba el llanto, pues la niña estaba muerta. Jesús no desconocía la realidad, el pueblo estaba en crisis, por eso acudió a auxiliar a “la niña”. Pero para Él todo tenía solución, pues lo que es imposible para los hombres es posible para Dios (Lc 18,27).

La gente cargada de pesimismo entorpece la búsqueda de soluciones, el pánico cunde y todo se echa a perder. A una misma realidad se le puede hacer una lectura pesimista y otra lectura esperanzadora. Para las pesimistas plañideras todo estaba perdido. Jesús vio oportunidades donde todos veían oscuridad. No pocas veces le declaramos la muerte prematura a una causa, a una idea, e incluso a unas personas: “esto ya no tiene sentido, todo esto es un fracaso, esa persona ya no tiene arreglo…”  Por eso sólo permitió que lo acompañaran tres de sus discípulos; y en casa de Jairo, ante las burlas de los presentes, los sacó a todos y entró únicamente con Jairo, su esposa y sus tres acompañantes.

Con la niña tuvo unos gestos muy amables y significativos. La tomó de la mano y le habló: “contigo hablo, levántate”. Y la niña se levantó y empezó a caminar. ¿Saben lo que significa en el evangelio empezar a caminar? Discipulado. O sea, Jairo, su esposa y su hija (entiéndase la fracción de pueblo que dirigía Jairo en la sinagoga) se convirtieron en discípulos de Jesús.

Un detalle que no quiero dejar escapar es la edad de la niña, los mismos que los de la mujer que llevaba sufriendo los flujos de sangre: doce años. Doce es plenitud, es la edad en la que se podían comprometer las mujeres para el matrimonio, para comunicar la vida y tener hijos. Estas mujeres en la plenitud de su vida estaban quedando infértiles y, ni la sinagoga, ni todas las maromas que había echo la mujer para curarse habían servido. Jesús les ofreció la oportunidad para levantarse y caminar, para generar vida a su paso.

Ya miramos para atrás; ahora mirémonos nosotros. Es importante revisar a la luz de este evangelio nuestra vida personal, familiar y eclesial. Preguntarnos si alguna vez, como la mujer que tenía los flujos de sangre, hemos ido por el mundo “del tumbo al tambo”, de un lado para el otro, buscando desesperadamente soluciones a nuestros problemas, respuestas mágicas y rápidas a nuestras preguntas, pero no hemos logrado más que empeorar nuestra situación. Necesitamos tener la fe robusta de esta mujer débil para llegar a Jesús, y con Él, romper todo aquello que no nos permite desarrollarnos como verdaderos hijos de Dios.

Preguntémonos si, como iglesia nos asemejamos a la sinagoga del “viejo Jairo”: incapaz de sanar los males de sus integrantes por estar centrada en anacrónicas estructuras que no dan vida. Como lo hizo el “viejo Jairo”, necesitamos humildad para reconocer que la respuesta no está en la vieja sinagoga sino en el encuentro con Jesús vivo. Necesitamos dejar el miedo de perder las falsas seguridades, el status y el poder que nos han “dado” para callar nuestra boca y amarrar nuestras manos. Necesitamos una fe robusta para romper con las viejas estructuras que nos mantienen cerrados al mundo, y dedicarnos a trabajar para remediar los males que atacan a la gente.

Hay entre nosotros una nostalgia de lo antiguo: “porque ya las cosas no son como antes, porque ya la iglesia no tiene el poder y la influencia que tenía antes, porque antes en algunos de nuestros países la iglesia católica era la religión del estado y ahora ya no…” En fin, podemos sentarnos a llorar sobre la leche derramada.  A lamentarnos de lo que teníamos y ya no tenemos, a decir que el mundo le está dando la espalda a Dios…

Pero no nos han quitado nada de que realmente es valioso en sentido cristiano. Cuando le dieron poder a la Iglesia la obligaron a poner su atención en la doctrina, la institución y las normas. Nuestros líderes (presbíteros, obispos y toda la jerarquía que se inventaron para funcionar bien) se convirtieron en funcionarios reales, fieles al imperio y sus intereses e infieles al evangelio y su proyecto de vida. Ahora cuando el mundo se vino en contra de la institución eclesial, en vez de quedarnos pegados defendiendo nuestros dogmas e instituciones, necesitamos dejarnos cuestionar y aumentar nuestro compromiso con la vida. Construir, con la gracia del Espíritu Santo, una Iglesia, no que condena y margina, sino una Iglesia que salva, que levanta a los enfermos y apoya procesos de vida. Que brille no por su voz inquisidora sino por las muestras de generosidad (segunda lectura).

Bendito seas por siempre, Jesús, amigo, hermano, compañero nuestro, reflejo fiel del amor misericordioso de Dios, Padre. Bendito, alabado, amado, reconocido y enaltecido por siempre. Glorificamos a Dios por tu Palabra, por tu testimonio, por tu presencia viva en medio de nosotros. Gracias, Jesús, gracias hermano nuestro, gracias… bendito seas por siempre… gracias por estar aquí… donde dos o más nos reunimos en tu nombre tú te haces presente y creemos firmemente que tú estás aquí, dentro de cada uno, dentro de nuestras familias, dentro de nuestras comunidades… infundiéndonos constantemente la gracia de tu Espíritu. Nos abrimos totalmente a esa gracia salvadora…

Te entregamos nuestra vida, nuestra edad, los años que hemos vivido y los años que nos quedan por vivir. Te bendecimos por todas las experiencias bellas y también por aquellas experiencias difíciles en las cuales hemos contado con tu auxilio, con tu mano generosa y tu firme amistad. Te entregamos nuestro camino.

Danos una fe grande, firme y arriesgada como la de la mujer del Evangelio que hoy compartimos. Danos líderes como Jairo que buscan desde la fe y con honestidad, la solución a los conflictos existenciales de su comunidad. Queremos vivir estos procesos de salvación al interior de nuestra vida personal y en nuestra vida familiar y comunitaria. Nos acercamos a ti con la fe de la mujer, con la fe de Jairo… tal vez, con dudas, con temores, con dolores, con esperanzas, llenos de utopías, de sueños, de ilusiones, de necesidades y también de ganas de vivir y de luchar, de buscar y encontrar. Confiamos en ti, aceptamos la invitación que le hiciste a la niña y que hoy nos haces a nosotros: “Talita, kum: ¡Oye, niña, despiértate!”.  Queremos levantarnos y caminar contigo. Creemos en tu palabra, queremos dar el paso definitivo contigo y seguirte hasta el final… contigo vamos, contigo caminamos… Amén.

XII Domingo.  Tiempo Ordinario. Ciclo B

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