Domingo, 2 de julio del 2023

I Semana del Salterio

  • Primera lectura: 2Re 4, 8-11.14-16a: “El año entrante tendrás un hijo en tus brazos”.
  • Salmo Responsorial: 88, 2-3.16-19: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor”.
  • Segunda lectura: Rom 6, 3-4.8-11: “Y si hemos muerto con Cristo, viviremos con él”.
  • Evangelio: Mt 10, 37-42: “El que quiera conservar su vida, la perderá…”.

Color: VERDE

«Amor a Jesús«

Neptalí Díaz Villán

“Con lo mío-mío-mío, con lo mío no se meta, o es que usted no ha comprendido que lo mío se respeta”, dice la canción. Todos defendemos lo que consideramos nuestro y cuando alguien nos lo quiere quitar peleamos; si se meten con lo nuestro, exigimos respeto.

El pueblo de Israel llevaba años tratando de construir una nación santa, justa e igualitaria. La religión, como en todo el mundo antiguo, jugó un papel central en los procesos sociohistóricos del pueblo: Dios era el Dios de Israel. El pueblo era consagrado a Dios y se consideraba su propiedad. Las escrituras, las tradiciones, la historia, las leyes, eran algo totalmente sagrado, así como las personas que pertenecían al pueblo. Para la mentalidad del pueblo judío de la época, las demás naciones eran inferiores al pueblo de Israel y sus dioses, o más que dioses, ídolos, eran totalmente inferiores al verdadero Dios de Israel. La gente de esas otras naciones, eran gentiles, paganos y, en el extremo, considerados como animales, perros. Esto era un mecanismo de defensa de un pueblo que vivió en un continuo conflicto con otros pueblos que lo querían esclavizar y hacer perder su identidad.

Algunos libros proféticos, como Isaías y especialmente Jonás, que a regañadientes fue a predicar a un pueblo extranjero (Nínive), trataron de ampliar el horizonte y mostraron un Dios salvador de todos los pueblos de la tierra.

La primera lectura nos muestra la generosidad de una mujer sunamita (extrajera por tanto) para con el profeta Eliseo que, como profeta de Dios, le dio un mensaje esperanzador a esta familia “pagana” que no podía tener hijos: un hijo, una nueva vida. De alguna manera, con este gesto de generosidad de la extranjera con el profeta y del profeta con la extranjera, se dice que Dios es de todos y que se manifiesta al que lo busca, al que responde con amor a su inspiración.

Jesús, que originalmente por ser judío tuvo cierto grado de xenofobia, fue ampliando su postura frente a los no judíos: primero se cerró sólo al círculo de los de su raza. En uno de los primeros envíos a sus apóstoles les dijo que no entraran a territorio de paganos ni a casa de los samaritanos, sino más bien a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. (Mt 10,5b-6). Incluso en alguna ocasión trató a una mujer sirofenicia de una manera muy despectiva (Mt 15,2128); pero luego tuvo una acogida asombrosa que escandalizó a los suyos, dada su postura frente a los extranjeros.

Para esta cultura, el padre y la madre eran el símbolo de la familia, del grupo, de la raza judía y de todo lo que ello representaba: tradiciones, leyes, proyecciones, etc. El prójimo (el próximo, el que tenían cerca) era su propia familia, su pueblo, su raza; los otros pueblos no eran prójimos, eran paganos. El pueblo esperaba un Mesías que salvara a Israel, que lo gobernara y lo consolidara como potencia que dominara otros pueblos. Un Mesías nacionalista. Pero Jesús fue comprendiendo poco a poco, que su misión abarcaba la humanidad entera y que por lo tanto no se podía limitar a las fronteras puestas por una raza, nación, o ideología, sino que debía trascender y amar solidariamente a todos.

El evangelio de hoy no pide despreciar a los papás, a la familia o al pueblo. Es una invitación a amar a Jesús y su proyecto por encima de intereses egoístas de personas, familias, grupos o naciones, cuando estas pisotean a los demás seres humanos. No se trata de tener una relación intimista de “profundo amor” con el amado Jesús, en la oración elevada del piso, o en una mística desencarnada. Amar a Jesús es amar su proyecto, su meta, la razón por la cual vivió y murió: el Reino, la solidaridad, la fraternidad, la justicia, la dignidad para todos los seres humanos. Si es necesario romper con alguna tradición, para construir el Reino, se debe hacer. A lo primero que hay que renunciar es a nuestro natural egoísmo, y optar por Jesús y su proyecto; si es necesario enfrentar, así sea nuestra propia familia, institución o patria, se debe hacer. En el Reino no caben el nepotismo, el favoritismo, la exclusión, ni la complicidad con la injusticia.

Decidirse a construir el Reino trae problemas; todo el mundo aprueba cuando se habla de los demás, cuando se critican los males de otros, pero cuando nos tocan las fibras de nuestro egoísmo, reclamamos. Por eso Jesús advirtió que se tenía que cargar la cruz, o sea las consecuencias difíciles del compromiso con el Reino, sabiendo que el final no sería la fatalidad: “el que pierda su vida, la ganará”.

Analicemos primero nuestra propia vida; veamos si le hemos jugado a los favoritismos, si hemos favorecido nuestro bien individual o familiar por encima de la justicia y demás valores del Reino. Veamos a qué necesitamos morir, para incorporarnos (Rom 6,3-4.8-11 – segunda lectura) a Cristo en su muerte y participar de su resurrección, como hombres y mujeres renovados, capaces de amar y servir.

Oración

Dios Padre de todos los seres humanos, de todos los seres vivos, de todo cuanto existe. Fuente, origen y meta de nuestra vida. Nos sentimos unidos profundamente como a ti y a todo el cosmos, incluso al caos que a veces padecemos y del cual volvemos a nacer como nuevas criaturas, gracias a tu Espíritu que todo lo renueva y le da sentido.

Gracias por el hermoso testimonio de Jesús, el hermano mayor de nuestra familia humana, el primero de todas las nuevas criaturas, nacidas del amor misericordioso. Te pedimos que nos ayudes a superar todo tipo de fanatismos, favoritismos, exclusivismos y todo aquello que nos daña como humanidad, todo aquello que atenta contra la vida. Ayúdanos a morir al “hombre viejo”, cargado de miedos, de egoísmos, de sentimientos rastreros y de toda mezquindad destructora, y a resucitar como hombres y mujeres llenas del Espíritu de Jesús Resucitado, capaces de amar, de servir, de vivir en auténtica libertad. Ayúdanos a valorar la vida humana en todas sus manifestaciones, a defenderla y a dignificarla. Ayúdanos a asumir el compromiso con la justicia del Reino con la misma pasión, la misma entrega, el mismo amor y la misma generosidad como lo hizo tu Hijo Jesucristo. Amén.

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