Miércoles, 28 de junio del 2023

Memoria Obligatoria: San Ireneo, Obispo y Mártir

Color: ROJO

  • Primera Lectura. Gn 15, 1-12.17-18: “Yo soy el Señor, que te sacó de Ur de los Caldeos, para darte en posesión esta tierra”.
  • Salmo Responsorial. 104, 1-2.3-4.6-7.8-9: “El Señor se acuerda de su alianza eternamente”.
  • Evangelio. Mt 7, 15-20: “El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego”.

“No basta decir: ¡Señor, Señor!”

El ser humano existe entre luchas: el poder y el servicio, el tener o el ser, el crecer o el estancamiento, la vida o la muerte… Hoy, se nos presenta ante nuestra mirada un nuevo contraste evangélico, entre los árboles buenos y malos. Las afirmaciones de Jesús al respecto parecen casi simplistas. ¡Y justo es decir que no lo son en absoluto! No lo son, como no lo es la vida real de cada día.

Paradójicamente hay buenos que degeneran y acaban dando frutos malos y que, al revés, hay malos que cambian y terminan dando frutos buenos. ¿Qué significa, pues, en definitiva, que “todo árbol bueno da frutos buenos”? Significa que el que es bueno lo es en la medida en que no desfallece obrando el bien. Obra el bien y no se cansa. Obra el bien y no cede ante la tentación de obrar el mal. Obra el bien y persevera hasta el heroísmo; hasta dar la vida. Obra el bien y, si acaso llega a ceder ante el cansancio de actuar así, de caer en la tentación de obrar el mal, o de asustarse ante la exigencia innegociable, lo reconoce sinceramente, lo confiesa de veras, se arrepiente de corazón y… vuelve a empezar. Vive la honestidad sabiéndose frágil y débil pero capaz y fuerte en Dios.

El que actúa en el bien sabe que el árbol sano da frutos sanos. El árbol enfermo por lo general no da ningún fruto. El caminante discierne por cuál camino transitar. Sabe que no es poseedor de la verdad y que solamente en el amor puede crecer sanamente. Obra desde su fe que le conduce a obrar hacia los hermanos. Demos frutos para que otros puedan comer y crecer hacia Dios. Tú y yo somos frutos del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu.

No basta decir: «¡Señor, Señor!». Como nos recuerda Santiago, la fe se acredita a través de las obras: «Muéstrame tu fe sin las obras, que yo por las obras te haré ver mi fe» (St 2,18).

(Guía Litúrgica)

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