Memoria Obligatoria: El Inmaculado Corazón de María
Sábado, 28 de junio del 2025
Color: BLANCO
- Primera Lectura. Gén 18,1-15: “Cuando vuelva a ti, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo”.
- Salmo Responsorial: Lc 1,46-47.48-49.50.53,54-55: “El Señor se acuerda de la misericordia”.
- Evangelio. Mt 8,15-17: “Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano”.
“Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades”

La Iglesia nos invita hoy a contemplar al Inmaculado Corazón de María. María es una de esas maravillas del Señor, una criatura humilde, elegida para ser Madre de Dios, Madre del Mesías.
¿Alguna vez has sentido que una promesa de Dios era demasiado grande para tu realidad? ¿Te has reído, como Sara, ante la posibilidad de que algo humanamente imposible se haga realidad en tu vida? ¿O te has atrevido a confiar, como el centurión, en el poder de una sola palabra de Jesús? Hoy la Palabra nos invita a mirar con ojos de fe y a abrir el corazón a lo que Dios puede hacer, incluso cuando parece inalcanzable.
Abrahán y Sara reciben la visita de Dios en medio de lo cotidiano, bajo la sombra de una encina y en el calor del día. La hospitalidad que ofrecen se convierte en el escenario de una promesa sorprendente: la vida brotará donde parecía que solo quedaba sequedad. Sara se ríe, incrédula, pero Dios responde con ternura y firmeza: “¿Hay algo difícil para Dios?” Este encuentro nos recuerda que la fe no es ausencia de dudas, sino la capacidad de acoger la Palabra y dejar que Dios actúe más allá de nuestros límites.
El salmo, tomado del Magníficat, nos lleva a proclamar la grandeza del Señor y a reconocer su misericordia en nuestra propia historia. Dios no olvida a los pequeños, a los que esperan en Él. Su promesa se cumple de generación en generación, y su poder se manifiesta precisamente en las situaciones más humildes y frágiles.
En el Evangelio, el centurión romano nos sorprende con una fe sencilla y profunda. No necesita ver a Jesús actuar; le basta confiar en su palabra. Jesús se admira de esta fe y la pone como ejemplo para todos. No importa el origen ni la situación: la fe abre la puerta a la acción de Dios. Así, Jesús sana, libera y restaura, cumpliendo la profecía de Isaías: “Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades”.
Hoy, el mensaje es claro y práctico: acoge a Dios en lo cotidiano, confía en sus promesas, aunque parezcan imposibles, y actúa con fe. Atrévete a pedir, a servir, a abrir tu casa y tu corazón. Deja que la misericordia de Dios transforme tu incredulidad en esperanza y tu debilidad en testimonio. Recuerda: para Dios, nada es imposible, y una sola palabra suya puede cambiarlo todo.
(Guía Litúrgica)
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