Domingo, 22 de junio del 2025
Homilía: Solemnidad: Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
- Primera lectura: Zac 12,10-11: Derramaré un espíritu de contrición.
- Salmo Responsorial: 62: Mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca…
- Segunda lectura: Gal 3,26-29: Por la fe, son hijos de Dios en Cristo Jesús.
- Evangelio: Lc 9,18-24: Tú eres el Ungido de Dios.
Color: VERDE
“Mi alma está sedienta de ti, Señor”
La Palabra de Dios hoy nos invita a mirar con el corazón abierto y a responder con una vida renovada. Zacarías nos habla de un tiempo en que Dios derramará un “espíritu de gracia y de clemencia” sobre su pueblo, un tiempo en que los corazones se conmueven y brota un llanto sincero ante quien fue traspasado. Esta imagen nos conduce naturalmente a contemplar a Cristo en la cruz, fuente de misericordia y de perdón, donde cada herida es un manantial de vida nueva para quienes buscan ser sanados y reconciliados.
En medio de esa búsqueda, el salmista pone palabras a la sed más profunda del ser humano: “Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”. En la aridez de la vida, en los días de cansancio o de incertidumbre, sólo Dios puede saciar el corazón. Cuando nos acercamos a Él, cuando lo bendecimos y buscamos su presencia, descubrimos que su gracia es más valiosa que cualquier otra cosa y que en Él encontramos la fuerza para seguir adelante.
Pablo, por su parte, nos recuerda que en Cristo hemos recibido una identidad nueva. Por la fe y el bautismo, todos somos hijos de Dios, revestidos de Cristo, sin distinción ni barreras. Esta unidad nos invita a vivir como hermanos, a dejar de lado las diferencias y a reconocernos parte de una sola familia, herederos de la promesa y llamados a la comunión.
En este camino de fe, Jesús nos sale al encuentro con una pregunta que atraviesa el alma: “¿Quién dicen que soy yo?” No basta repetir lo que otros dicen; es necesario responder desde lo más hondo del corazón. Pedro lo reconoce como el Mesías, pero Jesús enseguida revela que su camino es el de la entrega, el sufrimiento y la cruz. Seguirlo implica negarse a uno mismo, cargar con la cruz de cada día y confiar en que sólo perdiendo la vida por Él la encontraremos verdaderamente.
Hoy, deja que la mirada de Jesús te alcance y te transforme. Pregúntate: ¿Quién es Él para ti? ¿Qué cruz te invita a abrazar hoy? No temas perder por amor, porque en esa entrega está la verdadera vida. Atrévete a confiar, a buscar la gracia y a vivir con generosidad, porque quien se da por Cristo, nunca queda vacío, sino colmado de sentido y esperanza.
(Guía Mensual)
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