• Primera lectura: Zac 12,10-11: Derramaré un espíritu de contrición.
  • Salmo Responsorial: 62: Mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca…
  • Segunda lectura: Gal 3,26-29: Por la fe, son hijos de Dios en Cristo Jesús.
  • Evangelio: Lc 9,18-24: Tú eres el Ungido de Dios.

Color: VERDE

Neptalí Díaz Villán

Como lo hace con mucha frecuencia, en el Evangelio de hoy Lucas presenta a Jesús en oración. Él vive en continua relación con el Padre y con los hermanos. La oración de Jesús no lo aleja de la realidad sino que lo vincula tanto al Padre como a los demás. En la oración entra en diálogo, en comunicación y en comunión con el Padre y con los hermanos. Ese mismo efecto debe hacer en nosotros la oración.

Según el relato, en un ambiente de oración Jesús quiso aclarar las cosas con sus discípulos. Esta historia nos puede ayudar a comprender ese proceso.

“María Antonia era una muchacha que realizaba sus estudios en la misma universidad donde lo hacía Camilo Andrés. Se veían algunas veces sin ponerse mucha atención: a la entrada o salida de la institución, en la biblioteca, en la cafetería, en los pasillos… María Antonia era para Camilo Andrés una de las tantas muchachas que veía a diario en la universidad, y lo mismo le pasaba a ella con él.

Al iniciar el siguiente semestre, en la lectio inauguralis (lección inaugural), por casualidad, Camilo  se sentó en el puesto que vio desocupado, justo al lado de María Antonia. Previo a la conferencia, entablaron un diálogo en el cual se presentaron, porque no se sabían ni el nombre, y comentaron las expectativas del evento. Luego de la charla dieron sus puntos de vista animados por un café. Allí empezó una bonita amistad. Desde ese momento dejaron de ser los muchachos que en ocasiones se veían por casualidad y empezaron a ser amigos, a interesarse sobre qué pensaba la otra persona de “X” o “Y”  tema de la actualidad, de la política, del deporte, del amor, de la economía, de la vida y hasta de la muerte. Disfrutaban el uno con el otro y fueron comprendiendo poco a poco cuándo y por qué el otro estaba triste o alegre, qué querían con sus vidas, cuáles eran sus expectativas, sus sueños, sus ilusiones, qué le dolía y qué le hacía feliz.

Fue así como poco a poco María Antonia empezó a entrar en la mente y en el corazón de Camilo Andrés, y él, en la mente y en el corazón de ella. Se veían con más frecuencia y se ayudaban mutuamente. La amistad se convirtió en un noviazgo y el amor se fue construyendo. Él para ella y ella para él, ya no era el muchacho o la muchacha que a veces veía por casualidad en la cafetería o en algún lugar. La existencia del uno para el otro empezó a ser importante, así como su alegría o su tristeza, su pasado, su presente, su futuro y fueron entonces el uno para el otro…”

Como cristianos, es necesario que Jesús deje ser ese de allá afuera y pase a estar aquí dentro. Deje de ser simplemente el protagonista de la película, el homenajeado de las ceremonias, el tema de los congresos, a ser parte fundamental de mi vida personal, de mi realización humana y de mi felicidad. Que no sea sólo el que le da nombre a nuestras comunidades  y a nuestra cultura cristiana sino que realmente sea el que, desde dentro, mueva nuestras familias, nuestra vida comunitaria y nuestros procesos de crecimiento integral como sociedad.

Teniendo en cuenta que Jesús, como el verdadero amor, no se impone sino que se propone y se dispone para amar y dejarse amar, para dar y construir un proyecto que realice plenamente nuestra humanidad tanto a nivel personal como comunitario.

Vale la pena, que como cristianos, nos preguntemos una vez más si para nosotros realmente Jesús es el Mesías y qué tipo de Mesías es. El texto de hoy nos ayuda a abrir el diálogo para clarificar las cosas. Porque somos una cultura cristiana, la mayoría de nuestros nombres propios tienen relación con Dios, muchos nos declaramos creyentes, nos declaramos cristianos, pero a veces ignoramos inclusive lo significa la palabra Cristo.

Es necesario recordar que Jesucristo no es un nombre propio, es una confesión de fe. O sea que, decir Jesucristo es afirmar que Jesús es el Cristo, el Mesías o el Ungido; en griego, en hebreo y en español respectivamente. Afirmar que Jesús es el Ungido de Dios es declarar que en él se cumplen todas las esperanzas de salvación que tenía el pueblo de Israel y nuestras propias esperanzas como creyentes. El pueblo judío esperaba un Mesías con varias concepciones a saber: un rey guerrero que ocupara el solio de David, un Sumo Sacerdote, un profeta o, incluso, un siervo sufriente tal como lo describe Isaías en los cánticos del Siervo (Is 42 – 50). Dicho Rey debía implantar justicia, con la fuerza de las armas, es decir, podía ser guerrero o también un hombre pacífico que realizara su misión actuando en él directamente la fuerza de Dios con señales milagrosas. A medida que pasaba el tiempo el pueblo iba transformando sus esperanzas hasta convertirlas en una figura escatológica, es decir, en un anhelo de salvación definitiva para el futuro.

Vale aclarar que Jesús, como Mesías, como Hijo de Dios, como enviado no se anunció a sí mismo. Anunció la Buena Noticia del Reino de Dios. Jesús era portador de un mensaje, de una propuesta de vida, de un proyecto que llevaba a la salvación para el ser humano. Proyecto que empezó a hacer realidad en la comunidad de discípulos y discípulas. A lo largo de la historia cristiana, por muchos momentos, se le ha dado más importancia a la persona de Jesús, inclusive de Jesucristo como nombre propio, olvidando a Jesús como el ungido del Señor y su mensaje: el Reinado de Dios y su justicia. Y muchas veces, cuando se habla de Jesús como Mesías, como salvador se entiende como salvador personal, como salvador de almas para el cielo, el perdonador de pecados personales, totalmente desencarnado y alejado del Jesús histórico que anunció la justicia del Reino, el advenimiento de una vida más digna para los empobrecidos y de una nueva vida para todos.

Y no se debe hablar de Jesucristo sin comprender lo que significa su mesianismo. No se puede hablar de Jesús sin su causa: la justicia del Reino de Dios. Así como no se debe hablar de justicia del Reino alejado de la persona de Jesús, su estilo de vida y su profunda relación con el Padre.

Vale la pena que volvamos a ver a Jesús como el Mesías, como el portador de un mensaje, de un proyecto liberador para el ser humano, tal como lo dice el mismo Lucas haciendo referencia al profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido para llevar buenas nuevas a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos y a los ciegos que pronto van a ver, para despedir libres a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19).

En el texto de hoy, elaborado a la luz de la Pascua, Jesús es reconocido como Mesías y acepta ese título, pero deja claro que su mesianismo no es político militar. Va más por la línea del Hijo del hombre en referencia al profeta Daniel 7,13. El Hijo del Hombre significa que es auténticamente humano y, como tal, rescata lo mejor que hay dentro de la humanidad. El Hijo del hombre recibe el poder, la autoridad de Dios, no para imponer, para ejercer poder y dominio sobre otros, sino para hacer realidad el plan salvífico de Dios para la humanidad, dando vida sin destruir la de alguno.

Los discípulos tenían otra idea, otras esperanzas, otras expectativas. Querían la victoria sobre otros, derrocar a los enemigos, liberar al pueblo con el poder de Dios y hacerse al poder. Por eso fue muy claro, muy realista y muy original al pedir que quien quisiera seguirlo debía: negarse a sí mismo, cargar con la cruz cada día y seguirlo.

Negarse a sí mismo significa descentrarse, o sea, decirle no al individualismo y al egoísmo como motor de la vida. Es hacer que la vida no gire simplemente en torno a la realización de metas personales sino hacia el servicio generoso y decidido a los demás, tal como lo hizo Jesús. Sabiendo que quien se empeñe en vivir una vida egoísta, simplemente, en aras a la consecución de sus metas, inclusive pasando por encima de los demás y totalmente alejado de intereses comunes, tarde o temprano encontrará su soledad existencial y su frustración.

Cargar con la cruz no es soportar cualquier dolor como mandado por Dios y, menos, es la aceptación de cruces que unos seres humanos imponen sobre otros. Muchas veces el llevar la cruz se ha entendido de manera muy tergiversada: la mujer que soporta la cruz de un marido que le pega, el obrero que soporta la cruz de un empleador que lo explota, el pueblo que soporta la cruz de gobernantes corruptos… pero eso va totalmente en contra del mensaje de Jesús. Cargar la cruz es asumir el mismo compromiso liberador de Jesús a favor de los crucificados por la injusticia de este mundo, incluso, hasta las últimas consecuencias que puede ser la persecución y la muerte.

Seguir a Jesús es vivir como él, con su mismo compromiso con la vida, frente a Dios y frente a los hermanos. Es asumir su misma causa: la justicia del Reino. Es negarse a hacer transacciones con el poder que aplasta a los demás y denigra la vida de mucha gente y asumir un compromiso de solidaridad con todos los desposeídos de la tierra.

¿Jesús está allá afuera o está dentro de nosotros? ¿Decimos de Él lo que nos han dicho o lo hemos experimentado? ¿Qué tipo de Mesías vemos en Jesús? ¿Estamos dispuestos a seguirle hasta las últimas consecuencias o solo lo buscamos para que nos ayude a tener éxito en la vida?

Señor Jesús, te reconocemos como el Hijo del Hombre, el Hijo de Dios, Mesías y salvador nuestro. Te pedimos perdón porque muchas veces nos hemos quedado en un seguimiento mediocre, prefiriendo las figuras de un Jesucristo “Súper –Star”, de un Jesucristo desencarnado de la historia, totalmente desmesianizado y elevado a las beatitudes celestiales. Perdón porque muchas veces le hemos quitado al Evangelio su fuerza liberadora y lo hemos convertido en una supertienda de donde vamos y sacamos lo que más nos interesa.

Te pedimos que nos ayudes a convertirnos en auténticos discípulos tuyos. A superar intereses egoístas y a centrar nuestra vida en la construcción de la justicia del Reino, impulsados, como Tú, por el amor del Padre y llenos de la gracia del Espíritu. Ayúdanos a conocerte cada vez más y mejor. A sentirnos protegidos y conducidos siempre por la gracia de tu Espíritu hacia la construcción de tu proyecto de salvación que contempla nuestra propia realización y felicidad a nivel personal y comunitario. Amén.

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