• Primera lectura: Ez 17, 22-24: “Derribo el árbol empinado y hago crecer el humilde”.
  • Salmo Responsorial: 92(91): “En la vejez seguirá dando fruto”.
  • Segunda lectura: II Cor 5, 6-10: “Seguridad en Dios”.
  • Evangelio: Mc: 4, 26-34: “¿Con qué podremos comparar el Reino de Dios?”.

Color: VERDE

Neptalí Díaz Villán

¿Cuántos “mesías” ha tenido la humanidad? ¿Cuántos han prometido el cielo y la tierra, transformaciones radicales, sociedades definitivamente prósperas y felices para siempre? La promesa de un mundo feliz siempre es llamativa, más cuando se añade que sería pronto: “Sé millonario ya: compra el baloto”. “Consigue el amor que se te ha perdido: ven a visitar al hermano ‘Agapito Pérez’ y él te lo traerá de regreso en cinco días”. “¿Quieres solución a tu problema?: Ven a la oración fuerte al Espíritu Santo…”  Esas promesas siempre serán llamativas y, por supuesto, muy lucrativas.

¿Jesús quiso que las cosas cambiaran en su pueblo? ¡Claro que sí! ¿Y que cambiaran ya? ¡También! En el relato de las tentaciones “El Tentador” le propuso usar un poder externo para someter al ser humano y hacerlo cambiar de manera rápida y fácil (Mt 4,1-11; Lc 4,1-13; Mc 1,12). Pero Jesús comprendió que por ahí no era, pues el ser humano sólo puede cambiar verdaderamente desde dentro. Desde una elección libre y personal, realizada por el impulso del amor.

Jesús propuso su proyecto para ser asumido de manera libre y espontánea, y no como una imposición colectiva, ni como una toma del poder al estilo de las luchas revolucionarias armadas. El proyecto de Jesús debía empezar por una adhesión voluntaria y una conversión del corazón humano sin pretender imponer, pues se caería en el mismo sistema del mundo. 

Dentro de su libertad el ser humano puede rechazar la invitación de Dios. La parábola del sembrador (Mc 4,3) tiene en cuenta la posibilidad del “fracaso”. Muchas energías y esfuerzos se quedan en una fatiga inútil porque las fuerzas adversas del ser humano no lo dejan asumir una nueva vida. O sencillamente porque a cada uno le llega el tiempo de manera distinta, como lo insinúan las parábolas del trigo y la cizaña, y la de la red que se lanza al mar para pescar (Mt 13, 24-30.47-50).

En la parábola del labrador paciente vemos cómo este hombre alterna su vida entre el dormir y el levantarse, la noche y el día. Él hace lo que le corresponde: sembrar la tierra y esperar. ¿Qué más puede hacer? Después de sembrarla no puede hacerla crecer, le corresponde esperar. Finalmente, su trabajo y su paciente espera se ven recompensados en los frutos que recoge.

¿Jesús invitó al quietismo? ¿A dejar que las cosas siguieran su curso sin intervenir para mejorar la situación? ¡De ninguna manera! Lo que pasa es que las cosas se van dando a su debido tiempo. A nosotros como discípulos nos corresponde un trabajo, pero no podemos adelantar los acontecimientos. Claro que nos corresponde cambiar el rumbo de la historia, pero según nuestros pasos, nuestras capacidades y, sabiendo que el Reino es Dios y se hace en el tiempo de Dios.

Con las técnicas de desarrollo sostenible que buscan la efectividad en los procesos sin dañar la armonía con la naturaleza, hoy en día el labrador, podría, además, utilizar algunos abonos sanos para que la planta crezca y produzca mejor, emplear sistemas de regadío, invernaderos, etc. Pero siempre debe hacer su trabajo y esperar lo necesario. Por agilizar excesivamente los procesos, por bajar los costos y aumentar las ganancias se producen alimentos de mala calidad, se dañan los suelos, se explotan los obreros, se comprometen futuras generaciones, se hace mucho daño.

La sed de eficiencia, de éxito, de lucro, de sentirse en la cima a como dé lugar, entre más rápido mejor, así toque tomar atajos, tarde o temprano produce muchas frustraciones. Hay muchos espejos en nuestra sociedad que vale la pena analizar, para reflexionar y tomar caminos distintos. Esa sed obsesiva responde no tanto a un deseo honesto de trabajar por el bien de la humanidad, ni siquiera por realización personal, sino para llenar vacíos humanos, para aparentar importancia y tratar de colmar la insignificancia en la que se encuentra atrapado.

Los extremos son negativos. Un extremo sería quien se preocupa, quien no sabe esperar, quien se adelanta a los acontecimientos innecesariamente, no duerme pensando qué va a pasar mañana, se agota inútilmente, se perjudica. Otro extremo sería quien no hace su trabajo, el irresponsable con su propia vida, con su propia historia, el típico administrador malo de la parábola de los talentos (Mt 25,14-30). Es necesario emplear todas las fuerzas, toda la dedicación, los mejores recursos con que contamos. Es necesario ser creativos, innovadores, apasionados, diligentes y todo lo necesario para que nuestro trabajo sea realmente efectivo. Pero es preciso ejercitarnos en la paciencia, en la serenidad de quien sabe que ha hecho bien su trabajo, y ahora sólo queda descansar, confiar, esperar. Dios hace su obra, el Reino es de Dios, no nuestro. Nosotros somos alegres participantes de este proceso maravilloso que dará sus frutos de vida, así a veces no los veamos inmediatamente. Así como hay semillas que tardan mucho tiempo en germinar, en crecer, en florecer y producir frutos, hay procesos que se demoran más. Incluso, hay trabajos en los cuales se cree que todo fue un fracaso, que se desperdició tiempo, energías, dedicación y demás; pero de pronto después se ven los frutos. La semilla del Reino fue germinando sin que el sembrador lo supiera y producía sus frutos.

Históricamente, esta parábola se dijo en oposición al grupo guerrillero de los zelotes que quería forzar la salvación mesiánica sacudiendo por la fuerza el yugo romano. Según los zelotes el Reino de Dios tenía que ser ya; ahora mismo debían verse liberados de todas las ataduras. ¡Eso sí es una ilusión!, Para llegar a la cima de esa montaña llamada Reino de Dios, no podemos ir en carro, en helicóptero, ni caer en un paracaídas; debemos caminar, hacer lo que nos corresponde y esperar pacientemente.

En la parábola del grano de mostaza se resalta el aporte de los pequeños, que el mundo del poder desprecia, pero que para el Reino de Dios son valiosísimos. La parábola no solamente habla de la gente pobre que seguía a Jesús sino del mismo Jesús, pues los grandes de su tiempo lo asesinaron con una muerte ignominiosa y creyeron que todos se olvidarían de él. Pero su vida, su entrega y su propia muerte, fueron testimonio de verdad y de amor. Dios, como nos recuerda la primera lectura: derriba el árbol empinado y hace crecer la planta humilde; seca el árbol verde y hace reverdecer el árbol seco (Ez 17,24). Y los que vencieron a Jesús se quedaron con su triunfo mediocre y su conciencia enferma. Pero Él sigue siendo el árbol de la vida donde los pájaros pueden descansar a su sombra.

Los signos por medio de los cuales comunicó el Reinado de Dios no fueron señales en el cielo y fenómenos sobrenaturales para mostrar su poder, como querían los judíos. Él manifestó su autoridad respondiendo a necesidades reales. Una señal en el cielo podría seguramente deslumbrar más y con más facilidad le hubieran “creído”. Pero eso ¿para qué? El signo más representativo de Jesús fue su misma vida, su manera de comunicarse, sus comidas y su cercanía con la gente, su opción preferencial por los pobres, y en general, su manera de amar generando vida a su paso.

Oración

Señor Jesús, hermano, amigo, compañero de camino, primogénito de la nueva humanidad. Te damos gracias por todas las cosas bellas que vivimos a diario en este camino que seguimos con esperanza. Gracias por cada experiencia, por cada don, por cada detalle, por cada manifestación de tu amor, por todo lo que sostiene y enriquece nuestra vida. Gracias porque has puesto en nuestras manos un trabajo, una responsabilidad, un proyecto a realizar. Gracias por confiar en nosotros.

Te pedimos que nos des la gracia de tu Espíritu. La sabiduría y la fuerza, el tesón y la serenidad para saber trabajar y esperar, para saber buscar y encontrar. Para sentirnos parte de este maravilloso proceso de salvación, para sentirnos parte de la justicia del Reino, dar lo mejor de nosotros para su realización y recoger los frutos. Que la gracia de tu Espíritu nos ayude a hacer bien la tarea como padres, como hijos, como hermanos, como ciudadanos, como seguidores tuyos, como seres humanos… Que vivamos en tu paz, en tu amistad, en tu amor y demos los mejores frutos. Que en la humildad de nuestra realidad humana, experimentemos la vida, el amor, la confianza y la plenitud que nos da Dios, Padre y la comuniquemos con generosidad a nuestro prójimo. Amén.

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