Homilía: XI Domingo.  Tiempo Ordinario. Ciclo B

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  • Primera Lectura. I Re 18, 41-46 19, 9a.11-16: “Sal y aguarda al Señor en el monte, que el Señor va a pasar”.
  • Salmo Responsorial. 26, 7-8a.8b-9abc.13-14: “Tu rostro buscaré, Señor”.
  • Evangelio. Mt 5, 27-32: “El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior”.

La primera lectura de este día nos enseña importantes lecciones sobre la oración y el encuentro con Dios. La revelación de Dios en la quietud y el silencio: En la historia de Elías en el monte Horeb, aprendemos una valiosa lección sobre cómo Dios se manifiesta. Elías esperaba encontrar a Dios en el viento, el terremoto y el fuego, pero en cambio, Dios se reveló en “un leve susurro”. Esta revelación nos enseña que debemos estar atentos a la presencia sutil de Dios, que a menudo se manifiesta en la calma y la tranquilidad, no en lo espectacular. A veces, en medio de nuestras luchas y desafíos, Dios nos habla en los momentos más apacibles, recordándonos que su poder y amor están presentes incluso cuando todo parece turbulento.

El consuelo y fortaleza de Dios para los cansados y desanimados: Elías, exhausto y desalentado, se escondió en una cueva. Sin embargo, Dios se acercó a él y le preguntó: “¿Qué haces aquí, Elías?”. Esta pregunta revela el interés de Dios por nuestras luchas y dificultades. Dios no solo está presente en los momentos de calma, sino también cuando nos sentimos agotados y desanimados. Él desea reconfortarnos y darnos fuerzas para seguir adelante. La oración es un medio para conectarnos con el Señor y discernir su voluntad. Después de su encuentro con Dios, Elías recibió instrucciones claras sobre lo que debía hacer a continuación. Así como Elías encontró consuelo y dirección a través de la oración, nosotros también podemos buscar la guía divina en nuestros momentos de necesidad.

En el Evangelio por su parte, Jesús va más allá del simple acto de adulterio y condena el deseo impuro en el corazón. Él dice: «Quien mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mt 5,28). Esto significa que el pecado no se limita a los actos externos, sino que también se origina en los pensamientos y deseos impuros del corazón. La Iglesia enseña que debemos evitar incluso las ocasiones próximas de pecado, como mirar a una mujer con deseo, pues esto puede llevarnos a cometer adulterio. Así como Jesús dice que es mejor arrancarse un ojo o cortarse una mano si son ocasión de pecado (Mt 5,29-30), la Iglesia aconseja evitar todo lo que pueda excitar las pasiones.

Que Dios nos conceda la gracia de perseverar en nuestra relación con Él y cada día luchemos en contra de la concupiscencia y mantener la pureza, tanto en el cuerpo como en el alma.

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