• Primera lectura: Gen 3, 9-15: “Oí tu ruido en el jardín y me dio miedo”.
  • Salmo Responsorial: 130(129): “Desde lo hondo a ti grito, Señor”.
  • Segunda lectura: II Cor 4, 13-5,1: “Nuestro interior se renueva cada día”.
  • Evangelio: Mc 3, 20-35: “El pecado contra el Espíritu”.

Color: VERDE

Neptalí Díaz Villán

Que los familiares se hayan acercado a la casa para encargarse de él porque pensaban que estaba loco, es un acto de responsabilidad y de solidaridad. Estaban confundidos, tal vez, mal informados y hasta avergonzados porque el “pobre” Jesús no se encontraba en sus cabales, pero no hay allí malas intenciones. Que se ponga en duda la palabra de un nuevo predicador está bien. No se puede aceptar a primera vista cualquier enseñanza por novedosa que parezca, por atractiva y por muchos seguidores que tenga. Además, los maestros, las autoridades deben estar atentas ante cualquier movimiento ideológico, ante cualquier enseñanza para orientar al pueblo, para acompañarlo, para ayudarlo a pensar y evitar que caiga en errores graves con consecuencias dolorosas.

Pero en el Evangelio que hoy leemos se ve una clara oposición a Jesús, a su persona, a su diáfana enseñanza, con la fuerte intención de ocultar la verdad, la luz que brillaba en su vida y su mensaje, y con una de las armas más bajas como lo es la difamación. Los letrados no cuestionan el mensaje de Jesús, no lo ponen a prueba, como es su responsabilidad, con el fin de ver la posibilidad de avalarlo y presentarlo al pueblo para que se sirva de él. Los letrados entran de una vez a atacar por debajo. Es lo que se llama en nuestros tiempos la propaganda sucia, que tanto emplean los políticos en campaña, contratando por altas sumas de dinero a estos personajes siniestros, especialistas en desprestigiar lo ajeno para enaltecer lo propio, en ensuciar a los demás para tratar de limpiar la propia imagen.

Y mucha gente cae en la trampa. Basta ver en tiempo de elecciones a estos especialistas de la propaganda sucia inventado cosas, valiéndose de opciones personales y muchas veces de nimiedades para difamar. Cuando Arnulfo Romero, obispo de El Salvador, después de un proceso profundo de conversión personal, se hizo defensor de los pobres, sus opositores se valieron de todo tipo de cosas para desprestigiarlo y acabar con él. Hasta en su funeral repartieron panfletos diciendo que el pobre obispo sufría un grave desequilibrio psicológico. Pero ni dándole muerte pudieron acabar con él. Aunque oficialmente no se le ha reconocido, todo el pueblo de El Salvador y gran parte de América lo ve como un hombre santo, una auténtica manifestación del amor misericordioso y comprometido de Dios con el pueblo necesitado.

El pueblo reconoce en Jesús a un hombre de Dios, siente que Él le transmite esperanza, vida, alegría, y por eso lo busca. Dice el texto que no le quedaba tiempo ni para comer a causa del gentío que lo buscaba. Por su parte, los letrados, en clara oposición a la verdad, afirman que su éxito es producto de la confabulación con Belcebú, el jefe de los demonios.

Jesús se defiende y demuestra de manera muy sencilla lo ridículo de la acusación de los difamadores. Absurdo que lo incriminen de estar aliado con Satanás, que significa “El Adversario”, si con su ministerio, con sus palabras, con toda su vida no ha hecho otra cosa que combatir todo tipo de esclavitud, de opresión y de muerte. Si se ha dedicado a liberar al ser humano y a mostrarle un camino de plenitud: “Si Satanás se levanta contra sí mismo y se divide, no puede mantenerse en pie, antes perece”.

Nadie está exento de caer en errores. El problema es cuando, en vez de reconocerlos, escondemos nuestra desnudez, es decir, nuestra realidad, nuestro pecado y una vez descubiertos, le echamos la culpa a los demás. Fue lo que les pasó a Adán y Eva en el fragmento del Génesis que leemos en la primera lectura. Después de la caída, Dios los buscó no para condenarlos sino para salvarlos.

¿Qué te pasó, Adán? “La mujer que tú me diste para que me acompañara fue la que me dio de ese árbol y yo comí”. De manera que la culpa fue de la mujer y de Dios por habérsela dado. La mujer, por su parte, responsabilizó a la serpiente por ofrecerle el fruto prohibido: “la serpiente me engañó y comí”.  Y mientras no reconozcamos nuestros errores estaremos siempre nadando en el lodo.

Después de defenderse, Jesús pasa de acusado a acusador, y desenmascara las intenciones, la cerrazón y el peligro de la actitud de los letrados. El problema no es tanto que hayan tenido una mala apreciación. El problema no es caer en el error, sino mantenerse en una actitud cerrada. Los letrados actúan peor que Adán y Eva, pues viendo la luz prefieren la oscuridad, y en vez ir tras la luz tratan de ocultarla y eliminarla. Ese es el pecado contra el Espíritu. La cerrazón total a la luz, la obstinación sistemática con la oscuridad, ocultar la verdad aún valiéndose de la misma religión. Eso constituye una perversión gravísima de la fe (continuación del tema visto en el domingo pasado, 9 del tiempo ordinario). Como bien lo dice también el Evangelio de Juan: “El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz. Y es que sus acciones eran malas” (Jn 3,19).

Vale la pena que hoy evaluemos nuestro camino de fe, nuestros procesos personales y comunitarios. Vale la pena preguntarnos si preferimos mantener ocultos nuestros errores a dejarnos iluminar por la luz del Espíritu, descubrirlos y cambiar desde dentro. Vale la pena preguntarnos si ante los errores cometidos, ante los fracasos, culpamos a todo el mundo, menos a nosotros mismos. Vale la pena ver seriamente si hemos caído en el pecado contra el Espíritu. Estamos invitados a descubrir el paso de Jesús por nuestra vida, a unirnos a él y a seguirlo asumiendo su compromiso de vida hasta el final.

Oración

Bendito seas, Jesús, amigo, hermano, compañero de camino. Te reconocemos como la luz que ilumina nuestra vida, el camino que nos conduce a la plenitud, la verdad que nos hace libres y la gracia que nos colma de alegría. Gracias por todo tu testimonio de entrega, de generosidad y de amor. Gracias porque sigues en medio de nosotros, porque te sentimos cerca, junto a nosotros, siempre colmándonos de gozo y de ganas de vivir.

Te pedimos perdón por las veces que le hemos dado la espalda a la verdad, por las veces que nos hemos escondido de ti y no hemos reconocido nuestros errores. Te pedimos que ilumines nuestra vida con tu luz, que nos ayudes a descubrir nuestra frágil desnudez, nuestras oscuridades, nuestras incoherencias, nuestras fallas humanas… te pedimos que nos ayudes a purificar nuestra vida, a crecer en el amor, a ser mejores seres humanos, mejores hijos, mejores padres, mejores esposos, mejores ciudadanos, mejores discípulos tuyos, auténticos hijos del Padre.

Nos abrimos totalmente a la gracia de tu Espíritu, para caminar en la luz, para vivir siempre inundados de la misma fuerza que te resucitó de entre los muertos, vencer todos los obstáculos y realizar a plenitud el plan de salvación. Amén.

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