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  • Primera Lectura. Sof 3, 14-18: “El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás”.
  • Salmo Responsorial. Isaías 12, 2-3.4bcd-6: “Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel”.
  • Evangelio. Lc 1, 39-56: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”.

¿Cómo es que la madre del Señor viene a mí?  Qué pregunta más profunda es esa que nos lleva a una reflexión sobre nuestra madre, la Virgen María. Siendo nosotros siervos inútiles y pequeños, ella se acerca y con su abrazo nos consuela para llevar cada una de nuestras lágrimas como ofrendas a su Hijo Jesús, entregándole también a Él nuestras peticiones, tanto las que le pedimos en intercesión, como las que están en lo profundo de nuestro corazón, que ella bien conoce.

¿Quiénes somos para que la Reina del Cielo, la Madre del Salvador nos visite? Esto lo vemos en el evangelista san Lucas, cómo pasando un largo camino fue a ayudar, a servir y a dar de sí misma a su prima Isabel, una mujer mayor que estaba embarazada. La Madre de Dios no se quedó en la comodidad de su hogar cuidando su embarazo, sino que fue a servir, a acompañar y a cuidar. Como dice la Palabra: “Hay mayor alegría en dar que en recibir” (Hch 20, 35). María tenía su corazón cimentado en su Dios y confiaba en sus promesas; por eso, aunque pudiera estar en una situación de peligro, sabía que su Padre cuidaba de ella y de los suyos. Hoy esas mismas promesas que tenía en su corazón nuestra Madre, las vemos en la lectura de Sofonías: “regocíjate… tu suerte ha cambiado… no tengas miedo ni te tiemblen las manos. Yahveh está en medio de ti, el héroe que te salva”. Y esas palabras son para nosotros también.

No importando las situaciones que podamos pasar en algún momento de nuestra vida: enfermedad, problemas económicos, matrimoniales o familiares, Dios nos salva, nos libera y nos saca de esa situación, y aun viéndonos sin fuerzas físicas o emocionales para soportar la prueba, viviremos por la fe en sus promesas. No habrá ninguna desgracia que nos arrebate la alegría, pues nuestro Señor estará en medio de nuestra situación y a pesar de la tristeza que sintamos, el gozo de su Palabra y de su compañía serán nuestro consuelo y nuestra esperanza.

Hermanos, estas lecturas nos invitan a alegrarnos, a festejar y a alabar a Dios por todo y en cualquier circunstancia. Cuando extendemos nuestras manos al cielo en alabanza, estas se llenan de los dones que necesitamos para servir a su pueblo y en medio de ese servicio recibir la gracia de su amor olvidándonos de nosotros mismos, tal como dice San Ignacio de Loyola: “En todo amar y servir”.

(Guía Litúrgica)

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