Homilía: Solemnidad: Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Color: VERDE o BLANCO

  • Primera Lectura. I Pe 1, 18-25: “Y esa palabra es el Evangelio que les anunciamos”.
  • Salmo Responsorial. 147, 12-13.14-15.19-20: “Glorifica al Señor, Jerusalén”.
  • Evangelio. Mc 10, 32-45: “el que quiera ser grande, sea su servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”.

El Señor Jesucristo estaba realizando su último viaje a Jerusalén en donde le esperaba la cruz. Sin embargo, aunque sabía exactamente qué era lo que allí le esperaba, mostraba su determinación por hacer la voluntad de su Padre cualquiera que fuera el precio a pagar. En el camino iba explicándoles a sus discípulos que sólo de esta manera se podría establecer el Reino de Dios en la tierra. Pero al mismo tiempo, también insistía acerca de cuáles serían los principios de su Reino.

Los discípulos escuchaban las enseñanzas de Jesús, pero se resistían una y otra vez a aceptarlas. Para ellos el establecimiento del Reino se debería llevar a cabo por medio del poder de Cristo y no por morir en una cruz, y aspiraban a ocupar los más distinguidos puestos dentro de ese reino buscando influencias y favores, en lugar de por el servicio y la entrega.

La sombra de la cruz se hacía cada vez más densa, y el Señor manifestaba aquí la angustia interior que sentía al anticipar la agonía del Getsemaní y el Calvario. Pero al mismo tiempo, el conocimiento preciso que tenía de todo lo que le había de ocurrir, nos revela una vez más que Él no era un mero hombre, y también, que la Cruz no fue «un fallo en su programa mesiánico», sino algo previamente planificado en el seno de la Trinidad. No había nada de involuntario ni imprevisto en la muerte del Señor. Fue el resultado de su propia elección libre, determinada y deliberada.

Pero a pesar de la claridad con que Él expresaba todo esto, sus discípulos seguían sin comprender lo que les estaba diciendo (Lc 18, 34). Sus mentes estaban ocupadas en planes de su propia y egoísta ambición.

La petición de Santiago y Juan ponía en evidencia la misma debilidad y miopía de muchas de nuestras oraciones. Esta es una razón por la que Dios no nos da siempre lo que le pedimos. Con tanta frecuencia nuestras oraciones tienen como único objetivo que nosotros vivamos mejor, que suframos menos, que desaparezcan todos nuestros problemas… y dejamos a un lado los intereses del Reino de Dios. Por esta razón, no recibimos lo que pedimos.

Todavía en la Iglesia muchos están equivocados, buscan puestos, posiciones de honor para ser reconocidos y hasta para acumular bienes materiales. Esos buscan los cargos no como servicio, sino como medio de beneficio personal. Grave error. No han entendido a Jesús, su discurso, sus obras, siempre en apego a los más pobres, a los más necesitados.

Cuando escuchemos estos pasajes debemos de examinarnos constantemente a nosotros mismos, puesto que estas tentaciones no sólo pertenecen al pasado, sino que están muy arraigadas en la naturaleza caída del hombre y se manifiestan en todo tiempo y lugar.

(Guía Litúrgica)

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