Domingo, 2 de marzo de 2025
- Primera lectura: Eclo 27,5-8: El fruto muestra el cultivo de un árbol.
- Salmo Responsorial: 91: Crecerá como un cedro del Líbano.
- Segunda lectura: 1Cor 15,54-58: El Señor no dejará sin recompensa su fatiga.
- Evangelio: Lc 6,39-45: Cada árbol se conoce por su fruto.
Color: VERDE
“Lo que rebosa del corazón lo habla la boca”
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Queridos hermanos y hermanas: la Palabra de Dios nos invita hoy a reflexionar profundamente sobre la condición de nuestro corazón y la urgencia de la conversión, como parte del camino de esperanza hacia la Pascua. Si queremos alcanzar la victoria en Jesucristo, tal como nos lo presenta San Pablo en la segunda lectura, debemos embarcarnos en un proceso de interiorización que exige silencio, oración y sinceridad.
La primera lectura nos recuerda que donde no hay sabiduría, ni oración, ni silencio interior, se abre espacio a la fuerza del mal. Jesús lo señala con claridad: “Lo que rebosa del corazón lo habla la boca” (Mt 12,34). Por tanto, nuestra vida se revela en los frutos que damos. Así como un árbol se reconoce por la calidad de su fruto, también nosotros mostramos el estado del corazón a través de nuestras acciones.
El lema que nos guía este año, Peregrinos de esperanza, caminando hacia la Pascua, nos recuerda que este camino no está exento de pruebas. Sin embargo, es precisamente en esas pruebas donde se manifiestan las raíces profundas de nuestra fe. Es necesario bajar al fondo de nuestro corazón, examinarnos con sinceridad y dejarnos transformar por la fuerza del Evangelio.
Jesús mismo nos da el ejemplo. Según San Lucas, Él se retiraba con frecuencia a “un sitio aparte” para orar, y también invitaba a sus discípulos a hacerlo. El silencio no es vacío, sino el espacio donde Dios habla, donde su Palabra toma vida en nosotros. Sin embargo, vivimos en una cultura saturada de ruido, prisa y distracciones. En medio de tantas ocupaciones, corremos un riesgo: perder de vista lo esencial: nuestra relación íntima con Dios.
San Juan de la Cruz decía que el silencio le unía a Dios. Nosotros, hijos del ruido y el activismo, necesitamos recuperar este don. El silencio y la oración nos permiten descubrir la verdad de nuestro corazón y acoger la misericordia divina, que nos da la esperanza de arrepentirnos y cambiar.
El valor de este mes, la Misericordia, nos invita a confiar en que Dios no nos abandona. Él conoce nuestras debilidades, pero también nuestras capacidades. Su gracia transforma nuestro vacío en terreno fértil, capaz de dar frutos de amor, bondad, verdad y esperanza. Pidamos al Señor que la savia de su Santo Espíritu nos llene, para que nuestras palabras y acciones reflejen su presencia viva en nosotros.
Hermanos, no permitamos que el vacío interior convierta nuestra vida en un terreno estéril. Es tiempo de recogernos en el silencio, de orar y de escuchar atentamente la voz de Dios. Solo así podremos dar los frutos que Él espera de nosotros y alcanzar la victoria que nos ha prometido en Cristo.
Que la Virgen María, modelo de silencio y oración, nos acompañe en este camino de conversión. Que podamos, como ella, vivir con un corazón abierto a la misericordia de Dios, peregrinando con esperanza hacia la Pascua, donde nos espera la vida nueva en Cristo.
(Guía Mensual)
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