Memoria Obligatoria: San Isidro, Labrador
Miércoles, 15 de mayo del 2024
Color: BLANCO
- Primera Lectura. Hch 20, 28-38: “Hay más dicha en dar que en recibir”.
- Salmo Responsorial. 67, 29-30.33-35a.35b.36c: “Reyes de la tierra, canten a Dios”.
- Evangelio. Jn 17, 11b-19: “Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros”.
“Santifícalos en la verdad”
La responsabilidad primaria de un anciano o pastor es enseñar las Escrituras, el alimentar al rebaño. Si no está haciendo eso, está fallando en su trabajo. Es la verdad que cambia a la gente. Si las Escrituras no están siendo enseñadas, entonces la gente no está siendo cambiada. Están luchando en sus propios caminos insignificantes, y no se está consiguiendo nada. Así que el trabajo primario de los ancianos y pastores es presentar el consejo completo de Dios frente a la gente.
Han de comenzar consigo mismos, dice el apóstol; esto es, han de obedecer la verdad que ellos mismos aprenden; de aquí viene su autoridad, ser coherentes. Ser obedientes a la verdad es lo que hará que la gente les escuche, les haga caso y sean vistos como verdaderos enviados de Dios. Hasta el Señor Jesús operaba en base a eso. Les dijo a sus discípulos en una ocasión: “Si no hago las obras de mi Padre, no me crean” (Jn 10, 37). Eso es: “¡Si lo que estoy haciendo no está de acuerdo con lo que digo, entonces no me crean!”.
Así que estos pastores y ancianos deben comenzar consigo mismos y, enseñar la Palabra. Ser conscientes de su responsabilidad y tener conciencia de su obediencia al Espíritu Santo, no a la denominación, no a la congregación. Es el Espíritu quién les ha puesto en su oficio y los ha equipado con dones. Aquel que lee los corazones está juzgando sus vidas, así que no hace ninguna diferencia lo que cualquier otra persona piense. Son responsables de seguir al Espíritu Santo en lo que Él les ha dado para hacer.
Pablo recuerda a los de Éfeso, el carácter sagrado de este cargo (v. 28). Les anuncia, después los peligros que acechan sobre su comunidad y les hace una llamada a la vigilancia constante (vv. 29-31). Finalmente, implora la gracia de Dios (vv. 32 y 36) antes de hacerles algunas recomendaciones para que sean desinteresados según él mismo lo ha sido (vv. 33-35).
Jesús, en su oración al Padre, se preocupa por sus discípulos y lo que les pasará en el futuro. Igual que durante su vida Él los guardó, para que no se perdiera ni uno, pide al Padre que les guarde de ahora en adelante, porque estarán en medio de un mundo hostil: «no ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del mal».
Sigue en pie la distinción: los discípulos de Jesús van a estar «en el mundo», son enviados «al mundo» («como tú me enviaste al mundo, así los envío yo al mundo»), pero no deben ser «del mundo» («no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo»).
Jesús quiere que sus discípulos, además, vivan unidos («para que sean uno, como nosotros»), que estén llenos de alegría («para que ellos tengan mi alegría cumplida») y que vayan madurando en la verdad («santifícalos en la verdad»).
Se nos encomienda que no seamos «del mundo», o sea, que no tengamos como mentalidad la de este mundo que para el evangelista Juan es siempre sinónimo de la oposición a Dios. Que no sigamos las bienaventuranzas del mundo, sino las de Cristo. Nuestro punto de referencia debe ser siempre la Verdad, que es la Palabra de Dios. No las verdades a medias o incluso las falacias que a veces nos propone el mundo.
(Guía Litúrgica)
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