• Primera Lectura: Hch 1, 15-17.20a.20c-26: “Hace falta que uno se asocie a nosotros como testigo de la resurrección”.
  • Salmo: Sal 102, 1-2.11-12.19-20: “El Señor puso en el cielo su trono”.
  • Segunda Lectura: 1 Jn 4, 11-16: “Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”.
  • Evangelio: Jn 17, 11b-19: “Padre, que sean uno como nosotros”.

Color: BLANCO

Ninguno de nosotros hemos conocido a Jesús. Y ninguno de nosotros hemos visto a Dios. Pero todos somos como aquel niño que con mucho entusiasmo e imaginación se puso a hacer un dibujo de Dios. Cuando su madre lo vio, le dijo: ¿cómo vas a dibujar a Dios si nadie sabe cómo es? Y el niño, con toda su inocencia, le contestó: lo sabrán cuando termine mi dibujo.

Yo, también, intento dibujar al Jesús que no he conocido y al Dios a quien no he visto con palabras: palabras de la Escritura y palabras mías. Y alguno podría decir: ¿cómo puede hablar de alguien a quien nunca ha visto?

Y ojalá pudiera decir yo también con la inocencia del niño: lo sabrán cuando termine de hablar; lo sabrán cuando escuchen la proclamación de la Palabra; lo sabrán cuando empiecen a vivir según la Palabra; lo sabrán cuando amen como Dios ama.

Sabemos que alguien es el mejor futbolista, no porque lo dice la prensa, sino porque gana los partidos y hace muy bien su trabajo.

Sabemos que Dios es amor, no porque lo dicen los curas, sino porque en Jesucristo dio la vida por todos, por los buenos y los malos.

Sabemos que Dios es amor, no por lo que decimos o cómo lo pintamos, sino por el bien que hacemos a los demás.

Dios no es una enseñanza maravillosa. Dios es una vida sencilla y entregada.

Nosotros somos el retrato de Dios y de Jesucristo cuando amamos. Nosotros somos los embajadores de Dios y de Jesucristo y tenemos que representarlos bien, tenemos que hablar bien y tenemos que hacer lo que ellos hacen, amar.

Jesús, en este evangelio de hoy, que es su discurso de despedida, hace una oración por nosotros, sus discípulos, sus seguidores. Jesús ora por nosotros.

«Jesús levantando los ojos al cielo dijo: Padre santo, guarda a los que me diste, que todos sean uno. Ahora vuelvo a ti. No te pido que los saques del mundo pero sí que los defiendas del maligno. Hazlos santos según la verdad».

Esta es la oración de Jesús por nosotros. ¡Qué distinta de nuestra oración!

Nosotros oramos y pedimos cosas extravagantes, impertinentes, innecesarias y a veces escandalosas.

Jesús pide a su Padre santo por la unidad de sus seguidores. La unión es signo de amor; el divorcio es signo de falta de amor, «incompatibilidad de caracteres», una manera fina de decir que el amor se acabó, que no nos aguantamos más.

Dios no se divorcia de sus hijos. Su fidelidad es para siempre. Y Jesús ora para que nosotros no nos divorciemos ni de Dios ni de los hermanos.

Jesús es la cabeza del cuerpo, de la Iglesia, y a Él tenemos que estar unidos por amor y unidos a la comunidad que juntos formamos, la comunidad del Pilar.

Que todos sean uno. Uno en el Dios que nos salva.

Éranse dos hombres que naufragaron y , a nado, llegaron a una isla desierta. Uno de ellos gritaba desesperado: aquí nos vamos a morir, aquí no hay agua ni luz, no hay nada.

El otro le decía no tengas miedo, confía en mi. Yo gano cien mil dólares a la semana. ¿Y de qué nos sirven tus dólares aquí?, le decía el compañero.

No te preocupes porque yo doy el diezmo cada semana a mi iglesia y seguro, seguro, que mi párroco me encontrará.

Dios no nos pide el diezmo. Dios nos pide el ciento por ciento de nuestro amor. Y Dios no lo quiere sólo para Él, quiere que se lo demos a los hermanos. La unidad por la que ora Jesús es la unidad en el amor, en el único Dios y Padre de todos.

Aquí, en la iglesia, venimos a celebrar la unidad de Jesús y en Jesús. Muchos y todos distintos, muchos y todos manchados con los mismos pecados, muchos pero todos mirando al mismo Señor, creyendo en el mismo Padre y guiados por el mismo Espíritu.

Aquí, vivimos la alegría de la oración y el don de la unidad. Aquí nos sentimos todos hermanos. Pero el Señor quiere que esta unidad se prolongue ahí afuera.

«No te pido que los saques del mundo pero sí que los defiendas del maligno. Hazlos santos según la verdad».

No los saques del mundo. Nuestro pequeño mundo, lleno de egoísmos, drogas, crímenes divorcios, odios, soledades, enfermedades… este mundo hay que salvar y en este mundo nosotros estamos llamados a vivir nuestra fe, dar esperanza a todos y practicar el amor. Y desde este pequeño mundo, a veces difícil de entender y aceptar, tenemos que tender un puente hacia un mundo más grande, más limpio, más puro, más fraterno…el mundo del amor de Dios.

Vivimos, trabajamos, sufrimos y morimos en este nuestro pequeño mundo pero somos del mundo de Jesús.

Y enviados al mundo para continuar la tarea que Jesús comenzó:

 -anunciar el Dios amor.

 -ser embajadores de Dios.

 -sanar el mundo.

 -derrotar el maligno.

 -crear unidad entre los hombres.

(Parroquiadelmundo.org)

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