Sábado, 8 de abril del 2023

Color: BLANCO

  • Primera Lectura: Génesis 1,1-31;2 1-2 / Salmo 103,1-2a.5-6,10.12.13-14.24 y 35a o Salmo 32,4-5.6-7.12-13.20 y 22.
  • Oración del Celebrante.
  • Segunda Lectura: Génesis 22,1-18./ Salmo 15,5.8.9-10.11./
  • Oración del Celebrante.
  • Tercera Lectura: Éxodo 14,15–15,1./ Salmo Éxodo 15,1-2.3-4,5-6.17-18 /
  • Oración del Celebrante.
  • Cuarta Lectura: Isaías 54,5-14./ Salmo 29,2.4.5-6.11.12a y 13b./
  • Oración del Celebrante.
  • Quinta Lectura: Isaías 55,1-11./ Salmo Isaías 12,2-3. 4bcd.5-6./
  • Oración del Celebrante.
  • Sexta Lectura: Baruc 3,9-15.32-4,4./ Salmo 18,8.9.10.11./
  • Oración del Celebrante.
  • Séptima Lectura: Ezequiel 36,16-28./ Salmo 41,3.5bcd;42, 3.4 o Salmo 50,12-13.14-15.1.19./
  • Oración del Celebrante.
  • Terminada esta oración se encienden los cirios del altar y se canta el Gloria. Luego el celebrante procede a la Oración Colecta. Terminada la oración nos sentamos.
  • Lectura: Romanos 6,3-11
  • Finalizada la lectura todos se levantan, y el sacerdote entona solemnemente el Aleluya que repiten todos.
  • Salmo Responsorial: 117,1-2.16ab-17.22-23: Este es el día en que actuó el Señor.
  • R/. Aleluya, Aleluya, Aleluya. /
  • Evangelio. Mt 28, 1-10: “Ha resucitado e irá delante de ustedes a Galilea”.

¡Qué noche tan dichosa!

Comentario:

El pregón pascual exulta de gozo en esta noche santa, cuando se ve que “Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor! ¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos… ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos.

Las lecturas del AT tienen un ritmo interno bien conocido: la Ley y los Profetas, con los Salmos. En el primer grupo, la creación, el sacrificio de Abrahán y el paso del mar Rojo. En el segundo, la llamada al amor renovador (con una alusión intencionada a los días de Noé y al diluvio: referencia bautismal y eclesial) y las imágenes sapienciales-sacramentales de la alianza (el agua, el alimento, la Palabra) en los dos textos de Isaías; la llamada entusiasta a la fe, en el texto de Baruc; la promesa del don escatológico (un pueblo, un agua pura, un corazón y un espíritu nuevos), en el maravilloso texto de Ezequiel. En los salmos resuenan los temas de las lecturas que les preceden, destacándose los dos cánticos bíblicos: el de Moisés para la lectura del Éxodo y el de Isaías 12 como cántico bautismal (Pere Tena).

“La noche de Pascua, en su verdadero sentido, es la fiesta nupcial de la Iglesia. Todas las imágenes de nupcias y bodas que, llenas de promesas, nos acompañan a lo largo de la liturgia anual, alcanzan hoy toda su plenitud. La imagen del pozo de Jacob se ha hecho feliz realidad: la mujer que no tenía esposo, pero que había pertenecido a muchos, ha encontrado al esposo celestial que le estaba destinado desde el comienzo. La humanidad ha acabado por comprender a quién debe dirigir el saludo que hasta ahora había dirigido a un esposo falso y seductor. Este saludo era: «¡Salve, esposo! ¡Salve, nueva luz!» (Fírmico Materno). Pues «sólo hay una luz, sólo hay un esposo: Cristo es el único que ha recibido la gracia de tal nombre» (Id). Aquí, en la noche de Pascua, en boca de la Iglesia y ante la luz del cirio pascual, figura de Cristo, el antiguo saludo de los misterios paganos alcanza su verdadero sentido. Ya es de noche; llega el esposo a casa y encuentra a la esposa desvelada. No ha podido pegar los ojos sabiéndolo fuera, en la noche del sepulcro.

¡Ahora ha vuelto vivo! «Sus cabellos están cubiertos de la escarcha de la noche» (Ct 5,2), como decía S. Paulino de Nola: «Quae autem nox intellectu spiritali putanda nisi passio Domini…”; aún lleva impresas las huellas de la pasión. Pero está ante la puerta, sobrenaturalizado, con el cuerpo glorificado, revestido de la divinidad, «mirando por las ventanas, atisbando por entre las celosías» (Ct 2, 9); San Ambrosio dirá que las «ventanas» se interpretan como su fueren los profetas, “por quos Dominus genus respexit humanum, priusquam in terras ipse descenderet» -«por los cuales Dios miró al género humano antes de bajar Él mismo a la tierra». Hasta ahora la esposa solamente ha podido adivinarlo a El a través de las ventanas y las celosías, a través de los dichos y las imágenes de los profetas. Ahora ha salido de la oscuridad de la noche, y su presencia viva en la gloria de su resurrección sobrepasa con su resplandor cualquier imagen y profecía” (Emiliana Löhr).

1. Génesis (1,1-2,2) nos presenta los comienzos de nuestra historia. Todo es fruto del gran amor de Dios. Todo nace, todo es vida, todo es bueno. Y el gran amor de Dios continúa siempre, en todas las generaciones del mundo y de los hombres. El texto, en prosa rítmica, altamente poética, compuesto en última redacción en torno al siglo IV aC. por la tradición sacerdotal de Jerusalén bajo la influencia asirio-babilónica según las ideas pseudo-científicas de la cosmografía de la época. Lo importante son las convicciones de fe que nos transmite: el universo es obra de Dios, la creación entera es buena, el hombre ha recibido la bendición divina y ha sido hecho a imagen de Dios. En esta noche el texto de la creación nos recuerda que la redención culmina el proyecto de Dios trazado desde el inicio.

“Dios estaba enfermo. Enfermo por no encontrar quien le correspondiera, un ser que respondiera a su ofrecimiento de amor. Hemos convertido a Dios en un ser satisfecho y soberanamente independiente. Y es que para nosotros la dependencia es una imperfección. Hemos hecho de Dios un ser solitario perfectamente autónomo, porque para nosotros la relación pone de manifiesto una contingencia. Al abrir la Biblia, desde la primera página descubrimos ya a un Dios que busca, impaciente, a alguien con quien estar cara a cara, a alguien con quien hablar. Nos imaginamos espontáneamente a un Dios impasible: carecer de deseos sería la perfección del equilibrio. Pues bien, nada más abrir la historia sagrada, que nos habla de Dios, descubrimos a un Dios que se identifica con sus sentimientos. Dios es Amor, y el Amor es petición, invocación, pobreza. Dios es infinitamente pobre y pedigüeño, pues Dios es deseo. Por ser palabra, Dios no puede vivir sin haber encontrado a alguien que, frente a él y para él, sea palabra. Dios exige como interlocutor a un ser hecho a su imagen y semejanza.

El hombre no existe para sí mismo: existimos para Dios. Somos creados como seres «de cara» a Dios. No hemos sido hechos primordialmente para amar a Dios, sino para que Dios pueda amarnos, es decir, invitarnos a entrar en esa participación, en un intercambio gratuito tan «irracional» como la explosión de gozo que brota de dos miradas que se cruzan y se reconocen en la admiración del descubrimiento mutuo.

Contrariamente a lo que imaginamos, no somos nosotros los que buscamos a Dios; es Dios el primero en buscarnos. Hay alguien que nos busca desde el primer día del universo…

Buscados por alguien… Vosotros que, aunque sólo sea por un momento, habéis encontrado a alguien o deseado a alguien, entendéis lo que quiero decir cuando menciono al enamorado que busca al ser amado con una pasión que da sentido a su vida. Vive sólo para él y por él; piensa en él, existe con referencia a lo que el otro piensa, experimenta y vive. Ser buscado por alguien es la felicidad del que es amado.

Somos buscados por Dios desde el principio. Y con impaciencia y pasión. Sí, somos fruto de la pasión de Dios. Un filósofo ateo escribía acertadamente: «También Dios tiene su infierno: ¡el hombre!». Desde siempre conoce Dios el «infierno» de los enamorados: tiene sed del hombre.

«Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». Dios, como el enamorado que lo da todo, da lo mejor de sí mismo. No podíamos ni imaginar siquiera tal grandeza: para Dios lo somos todo, y Dios nos lo ha dado todo. Dios nos ha modelado a su imagen, y Adán, salido de sus manos trémulas de amor, tiene ya ese rostro que Dios ama desde la eternidad, el de su Hijo único. Adán se llama ya Jesús. Dios podía mirar lo que había hecho y reconocerse en ello, había hecho una obra hermosa. «Esto es muy bueno: éstas son las palabras maravillosas que cierran la creación. Y Dios añadió las primeras palabras de ternura susurradas al hombre, al que amaba apasionadamente: «La fuerza con que te amo no es distinta de la fuerza por la cual existes»” (Paul Claudel).

“Dios y Padre creador, / bendito sea tu nombre; / tú nos has hecho a tu imagen / y nos has moldeado a semejanza tuya. / Llevamos ya estos nombres gloriosos: / hijos amados, / hombres nacidos de una palabra de amor. / Haz que nada desfigure nuestra belleza original, / sino que ésta florezca esplendorosa, / sin mancha ni arruga, / en la resurrección eterna” (“Dios cada día”, Sal terrae).

“-Profusión de seres vivientes… Grandes monstruos marinos… Ganado, bichos y animales salvajes… Dios los bendijo diciendo: «Sed fecundos y multiplicaos.» Dios bendice los animales vivos y la bendición que reciben es para desarrollo y expansión de su «vida». Vivir. Sencillamente «vivir». Es un don del amor de Dios. Los antiguos tenían ya el presentimiento de ello. La ciencia moderna, a pesar de todas sus conquistas, no ha logrado aún comprender exactamente lo que es la vida. Es una maravilla misteriosa de organización compleja y delicada. La vida ¿estaría destinada a desaparecer? El objetivo de Dios ¿será la muerte de todos los seres vivos? El autor sagrado tratará de responder a esta pregunta capital en el segundo capítulo del Génesis que leeremos estos días

-Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». Gracias a la radio-astronomía se conocen hoy partículas de materia alejadas de nosotros millones de años-luz. Desde el punto de vista de la ciencia, la tierra no ocupa, en modo alguno, un lugar privilegiado. No es más que un ínfimo gramo de polvo. Y la afirmación bíblica de que el hombre es la cumbre o el centro del mundo ¡podrá haceros sonreír! Sin embargo, como dice Pascal, parece que el hombre es el único ser que «conoce» ese cosmos, millares de veces mayor y más fuerte que él y que lo aplasta. Privilegio único: de todas las cosas creadas, sólo el hombre es llamado «imagen de Dios». La faz del Dios invisible se halla sobre el frágil rostro del hombre.

¿Qué quiere decir esa fórmula esencial: Imagen de Dios? 1. El hombre y la mujer, en primer lugar, en el diseño mismo de su cuerpo ¿serán imágenes de Dios? Sí, el término hebreo «imagen» evoca la «belleza», el «modelo» sobre el cual se esculpe una estatua. 2. ¿La «pareja» es imagen de Dios? como lo sugiere la siguiente aproximación al texto sagrado: «a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó.» Como Dios es Amor, el hombre es amor, capacidad de «relaciones», de «comunión interpersonal». 3. Pero, según la Biblia, el hombre es ante todo «imagen de Dios» por su autoridad sobre el universo, por su inteligencia creadora, a semejanza de la inteligencia de Dios, por lo que es capaz de dominar la naturaleza y de transformarla.

-«Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla. Mandad en los peces, en las aves y en todo animal… Os doy toda planta y todo árbol… En efecto, desde que el hombre apareció sobre la tierra ésta cambió de aspecto: el hombre puso su impronta sobre ella y la «humanizó». La creación ha sido dada inacabada al hombre. El Salmo 8 se maravilla de esta responsabilidad. «Cuando contemplo los cielos, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que de él te preocupes? ¡Tú le hiciste casi un dios: le coronaste de gloria y majestad, le diste el señorío sobre todas las obras de tus manos; todo lo pusiste bajo sus pies!»

El hombre «rey del universo», «dios del universo», «lugarteniente de Dios», «que ocupa el lugar de Dios». Procrear hijos. Crear una obra de arte. Contribuir a que crezca el trigo o el arroz. Construir un aparato fotográfico o un ordenador. Edificar ciudades. Animar una aldea o una asociación. Planificar la economía. Humanizar la naturaleza. Dios confió todo esto al quehacer del hombre, su obra maestra. ¿Somos HOY capaces de hacer todo esto sin estropear la naturaleza? Evoquemos todos los problemas actuales de la ecología, del medio ambiente. ¿Cómo puedo HOY participar en ese oficio o quehacer que he recibido de Dios?” (Noel Quesson).

«Vio Dios todo lo que había hecho; y era muy bueno» Es una visión positiva de la creación, la realidad material no es mala sino buena, la idea maniqueísta de que lo corporal es malo, no es bíblica ni cristiana. El tapiz de la creación, de la catedral de Gerona, habla con pinturas de esta realidad teológica: el mundo es bueno, salido de las manos de Dios, y las realidades de nuestro mundo son buenas, no hemos de renegar de nada, ni reprimir, sino –como dice el texto- trabajar el jardín, cuidar de la creación, dar gloria al Creador trabajando con él en la superación del caos: Dios pone orden, separa, distingue.


2. a) En la historia del sacrificio de Isaac (Génesis 22,1-18) vemos a Dios siempre presente en nuestra historia. Y Dios llama. Escuchemos ahora cómo respondió Abrahán a la llamada de Dios, incluso cuando creía que Dios le estaba pidiendo la muerte de su propio hijo. Pero la llamada de Dios nunca es para la muerte, sino para la vida. Los especialistas ven en este texto un resto de la costumbre fenicia y cananea de la inmolación del primogénito. El relato iría contra esta tradición. Dios no quiere sacrificios humanos sino la obediencia de la fe. La tradición judía ve en la disponibilidad de Abrahán y de Isaac el hecho fundamental por el cual Dios se comprometerá a salvar a las generaciones venideras. La tradición patrística vio en Isaac el prototipo de Cristo: hijo único ofrecido y recuperado por el Padre.

Creer no es crear ni inventar nada. Creer es fiarse. Fiarse de Dios y de su palabra. Creer no es tampoco empeñarse en saber. No soy yo quien tengo que saber. Creer quiere decir simplemente que Dios lo sabe, aun cuando yo esté a oscuras, y que me ama, aun cuando yo no lo sienta. Es el sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe. “En el origen del texto quizá se encuentre un relato de fundación de un santuario. Pero, como fuere, lo que sí hay es una condena explícita de los sacrificios humanos: el pueblo de Israel debe ofrecer a Dios los hijos primogénitos, como debe hacer con las primicias de todo, pero no derramando su sangre. Y la narración tiene también otro objetivo: destacar por encima de todo la fe de Abrahán. Este hombre pone una confianza tan grande en Dios que se dispone a ofrecerle «el hijo único», al que tanto quiere y que es la prenda de la promesa que el mismo Dios le había hecho. No es extraño que los Padres de la Iglesia vieran en Isaac la figura de Jesús, el único y amado de Dios que, éste sí, se ofrece en la cruz” (J. M. Grané).

b) El salmo responsorial que sigue a esta lectura ha sido elegido muy acertadamente (Sal 15). Por otra parte, desde los primeros tiempos de la Iglesia ha sido interpretado como anuncio de la resurrección (Hech 2, 25 29): “El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano… y mi carne descansa serena: porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción”.

Juan Pablo II nos habló de ello: “el salmo 15 es un cántico luminoso, con espíritu místico… Dios es considerado como el único bien… desarrolla dos temas, expresados mediante tres símbolos. Ante todo, el símbolo de la «heredad», término que domina los versículos 5-6. En efecto, se habla de «lote de mi heredad, copa, suerte». Estas palabras se usaban para describir el don de la tierra prometida al pueblo de Israel. Ahora bien, sabemos que la única tribu que no había recibido un lote de tierra era la de los levitas, porque el Señor mismo constituía su heredad. El salmista declara precisamente: «El señor es el lote de mi heredad. (…) Me encanta mi heredad» (Sal 15,5-6). Así pues, da la impresión de que es un sacerdote que proclama la alegría de estar totalmente consagrado al servicio de Dios”. San Agustín comenta: «El salmista no dice: «Oh Dios, dame una heredad. ¿Qué me darás como heredad?», sino que dice: «Todo lo que tú puedes darme fuera de ti, carece de valor. Sé tú mismo mi heredad. A ti es a quien amo». (…) Esperar a Dios de Dios, ser colmado de Dios por Dios. Él te basta, fuera de él nada te puede bastar»”.

“El segundo tema es el de la comunión perfecta y continua con el Señor. El salmista manifiesta su firme esperanza de ser preservado de la muerte, para permanecer en la intimidad de Dios, la cual ya no es posible en la muerte (cf. Sal 6,6; 87,6). Con todo, sus expresiones no ponen ningún límite a esta preservación; más aún, pueden entenderse en la línea de una victoria sobre la muerte que asegura la intimidad eterna con Dios… representación de «todo el ser» de la persona, que no es absorbido y aniquilado en la corrupción del sepulcro (cf. v. 10), sino que se mantiene en la vida plena y feliz con Dios.

El segundo símbolo del salmo 15 es el del «camino»: «Me enseñarás el sendero de la vida» (v. 11). Es el camino que lleva al «gozo pleno en la presencia» divina, a «la alegría perpetua a la derecha» del Señor. Estas palabras se adaptan perfectamente a una interpretación que ensancha la perspectiva a la esperanza de la comunión con Dios, más allá de la muerte, en la vida eterna. En este punto, es fácil intuir por qué el Nuevo Testamento asumió el salmo 15 refiriéndolo a la resurrección de Cristo. San Pedro, en su discurso de Pentecostés, cita precisamente la segunda parte de este himno con una luminosa aplicación pascual y cristológica: «Dios resucitó a Jesús de Nazaret, librándole de los dolores de la muerte, pues no era posible que quedase bajo su dominio» (Hch 2,24). San Pablo, durante su discurso en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, se refiere al salmo 15 en el anuncio de la Pascua de Cristo. Desde esta perspectiva, también nosotros lo proclamamos: «No permitirás que tu santo experimente la corrupción. Ahora bien, David, después de haber servido en sus días a los designios de Dios, murió, se reunió con sus padres y experimentó la corrupción. En cambio, aquel a quien Dios resucitó -o sea, Jesucristo-, no experimentó la corrupción» (Hch 13,35-37)”.

En el contexto de la lectura de Gn 22 (1-18), la carta a los Hebreos nos indica el camino del doble significado de este acontecimiento: «Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar muertos. Y así recobró a Isaac como figura del futuro» (Hb 11,19). “Si el sacrificio de Isaac, hijo único, nos invita a pensar en el sacrificio del Hijo unigénito del Padre, la salvación concedida a Isaac nos traslada a la resurrección de Cristo. Abrahán cree en la palabra de Dios: «Isaac es quien continuará tu descendencia» (Gn 21, 12).

3. Éxodo (14,15-15,1): En esta noche de Pascua, escucharemos ahora el gran relato que marca la historia del pueblo de Israel. Dios no puede soportar la esclavitud de sus hijos, Dios combate junto a ellos contra los poderosos y los opresores. Es este un gran anuncio gozoso. De las lecturas del AT de esta vigilia, ésta es la más importante. Describe el acto fundador del pueblo: el grupo de esclavos llega a ser el pueblo salvado por Dios. La liberación de Dios desemboca en el canto de acción de gracias de todo el pueblo.

a) El texto se relacionó en el NT con la Pascua cristiana: el paso a la vida y a la gracia, por medio del sacramento del Bautismo (cf.1C 10,1-13). Fue la primera Pascua, imagen de la de Cristo que pasó por la muerte y resucitó a la diestra Padre y ha hecho posible nuestra pascua, que tiene en el Bautismo su inicio pues nos hizo pasar del pecado a la condición de hijo de Dios. La oración que sigue lo expresa así: “Oh Dios, que has iluminado los prodigios de los tiempos antiguos con la luz del Nuevo Testamento: el mar Rojo fue imagen de la fuente bautismal, y el pueblo liberado de la esclavitud imagen de la familia cristiana…”. La salida de Egipto, con el paso del mar Rojo, se describe con un género literario propio. Es el género literario que caracteriza las narraciones de los orígenes de todos los pueblos. Al llegar a la independencia cada pueblo cuenta, en estilo épico, los acontecimientos que le dieron origen; crea sus personajes, sus símbolos y fija el sentido de la fiesta nacional que conmemora el hecho. Cuando Israel intentó elaborar y comprender el sentido de su historia no se remonta ni a Adán, ni a Abraham sino al Éxodo. Sin el Éxodo posiblemente Israel, como pueblo, habría desaparecido de la historia. La lectura del Génesis presenta a Dios creador de todas las cosas, la del Éxodo recuerda la creación de Israel como pueblo elegido a través de una serie de acontecimientos históricos. Las tradiciones de Israel que reconocen este hecho dan de él una interpretación teológica. El paso del mar o el bautismo de Israel marca una liberación, una salida, un nacimiento. Todas coinciden en presentarlo como una victoria sobre el enemigo del pueblo. El paso del mar Rojo se ha convertido en signo de salvación y en una experiencia profunda de la presencia e intervención de Dios.

– La nube. El yahvista habla de la nube que guía a Israel (es signo de la presencia y providencia de Dios), el elohista precisa que se trata de una nube oscura (es la presencia del Dios misterioso y velado), el sacerdotal asocia la nube a la gloria de Dios (Dios se manifiesta en su poder). Dios ha salvado y creado a su pueblo. Esta es la acción salvífica y redentora por excelencia.

-El paso por el mar o el bautismo del pueblo. Por el paso del mar, Israel ha sido salvado y liberado de los dos grandes enemigos: la esclavitud-Egipto y el mar-poder del mal. Egipto y el mar vinieron a ser para Israel sinónimos de enemigos. Sumergirse en el mar era signo de muerte, pero Yahvé lo ha convertido en signo de liberación y comienzo de una nueva vida. Es el lenguaje de la teología paulina sobre el bautismo. El bautismo tiene un doble efecto: libera del pecado y origina la nueva criatura. Es el bautismo «en la nube y en el mar» (1 Co 10,2) que Jn 3,5 formula diciendo que es nacimiento del «agua y del Espíritu». Los acontecimientos de la historia salvífica son signos de la presencia y actuación de Dios. El Éxodo, como signo y como tipo del triunfo sobre el mal, ha sido leído y releído, interpretado y aplicado a la vida del antiguo y del nuevo pueblo de Israel. El NT ha visto en él el tipo de la creación del nuevo Israel. El bautismo es liberación y creación. Jesús se convierte en el nuevo Moisés que conduce al pueblo hacia la patria. Por el bautismo nos incorporamos a Cristo, nos sumergimos en su muerte y resurrección. En él pasamos por la muerte para llegar a la vida-resurrección porque en Cristo actúa Dios que tiene poder sobre el mal y la muerte. Pero quien se sumerge en sí mismo, para realizar su existencia, se encierra en la muerte (Pere Franquesa).

b) «Entonces Moisés y los israelitas cantaron a Yahvé este canto» (15,1). El paso del Mar de los Juncos (14,15-31) termina con un canto de acción de gracias arcaico o arcaizante. El canto no sólo corona la proeza del Mar de los Juncos, sino que en realidad conmemora toda la epopeya del éxodo hasta la llegada a Jerusalén: «Lo introduces y lo plantas en el monte de tu heredad…, en el santuario que fundaron tus manos» (15,17). El texto del cántico, al menos en su última redacción, es una acción de gracias por toda la historia de salvación realizada durante el éxodo y los largos años que van desde la entrada en Canaán (siglo XIII) hasta la conquista de Jerusalén y la edificación del templo por el rey Salomón (siglo X). Muchos años de historia de salvación cabalgan, pues, al ritmo del cántico. Esto significa que es un texto que fue creciendo a medida que se transmitía de generación en generación. La transmisión fue enriqueciendo también los versículos anteriores, el relato del paso del Mar (E. Cortés).

“Dichoso aquel que comprende el significado de los cantos, escribe Orígenes, puesto que nadie canta si no está en fiesta; pero dichoso aún más quien canta el canto de los cantos. Antes es preciso salir de Egipto para poder entonar el primero de los cantos: Cantad a Yahvé, que se ha mostrado de modo glorioso”. El canto del Éxodo formaba parte, sin duda alguna, de la pascua judía. De ella pasó a la liturgia de la primitiva Iglesia. Zenón de Verona nos lo asegura ya en el siglo IV. Baumstark piensa que formaba parte, junto con el cántico de los tres jóvenes, del núcleo primitivo de la vigilia pascual. Por eso la Iglesia, con un instinto seguro, en la reciente reforma litúrgica del oficio de la vigilia pascual lo ha mantenido, justificando el que, a imitación de Orígenes, busquemos en el cántico de Moisés la expresión de la alegría del pueblo de Dios ante el misterio pascual de la salvación de las naciones.

Esta acción de Dios librando a su pueblo de una situación desesperada será a través de los siglos el mayor recuerdo de la historia de Israel: «¿No eres tú quien secaste el mar, las aguas del profundo abismo, y tornaste las profundidades del mar en camino para que pasasen los redimidos?» (Is 51,10). A orillas del mar Rojo se formó la primera liturgia pascual. Dom Winzem ha podido escribir que «en esta hora nació el oficio divino». Ciertamente se trata de una verdadera liturgia. El coro de las mujeres, repitiendo el estribillo, alterna con el de los hombres, que canta las estrofas. Nosotros lo cantamos todavía en la vigilia pascual, y resonará en adelante, a través de toda la historia de la salvación, en todas las pascuas. Hay algo de extraordinario en esta continuidad, y la liturgia aparece aquí como maestra de doctrina. Nos muestra la fidelidad de Dios que salva a su pueblo. Si la travesía del mar Rojo es una obra admirable de Dios, el Antiguo Testamento nos muestra que Dios realizará en el futuro una obra de liberación mucho más admirable todavía. El mensaje específico del Antiguo Testamento consiste en anunciarnos este suceso. Es esencialmente profecía. Anunciaba Isaías, profeta del nuevo éxodo: «Así habla Yahvé que abre un camino en las nubes, un sendero en las aguas poderosas. No os acordéis más de los acontecimientos pasados y no consideréis ya más las cosas de otro tiempo: he aquí que voy a hacer una maravilla nueva» (Is 43,16-19).

El bautismo pascual nos habla de este preciso momento en que lo imposible se hace posible; el mar se abre; «el muro de lo imposible», que habla Dostoiesvski, contra el que se choca irremediablemente, se desploma dejando una brecha por donde pasar. Así pues, el medio de escapar, el medio de salvación existe, pero se trata de un milagro en el sentido pleno de la palabra, es decir, de una acción poderosa de Dios que hace lo que era completamente imposible. El canto del éxodo es la exaltación de este milagro, de esta acción imprevisible por la cual, en un mundo perdido, Dios abre un hueco, presenta una salvación y propone así una posibilidad de redención. De igual modo que el mar estaba abierto ante el pueblo israelita, igual que la muerte aparecía ante la mirada de Cristo, así el catecúmeno desciende al agua bautismal, atraviesa el mar y, dejando atrás al faraón y a su armada, al demonio y a sus ángeles, reaparece en la otra orilla. Se ha salvado. Palabra ésta que conviene tomar en su significado concreto y vulgar, como los náufragos escapados del mar que al fin se encuentran en la orilla. «La maldad obstinada del demonio, escribe san Cipriano, puede algo hasta el agua salvadora, pero pierde en el bautismo toda su acción nociva. Es lo que vemos en la figura del faraón que, rechazado, pero obstinado en su perfidia, ésta ha podido llevarle hasta las aguas. Todavía hoy, cuando por los exorcismos ha sido golpeado y burlado afirma una y otra vez que va a marcharse, pero nada hace a este respecto. Sin embargo, cuando se llega al agua bautismal, el diablo ha sido aniquilado, y el hombre ha sido consagrado a Dios, librado por la gracia divina».

A los padres de la Iglesia les gusta describir este momento dramático: el hombre atacado, sin ninguna esperanza humana, no esperando la salvación sino del poder de Dios, viendo una línea salvadora que se dibuja por entre medio de un mar infranqueable. Así Orígenes «Sábete que los egipcios te persiguen y pretenden volverte a poner bajo su servicio, quiero decir los dominadores del mundo y los espíritus malos a quienes tú has servido hasta hoy. Se esfuerzan por perseguirte, mas desciendes a las aguas, y eres salvado. Purificado de las manchas del pecado, te levantas hombre nuevo, dispuesto a cantar un cántico nuevo». Este cántico nuevo es el del éxodo. Como Moisés a orillas del mar Rojo contemplando la salvación a un lado y muerte por otro, Jesús alcanzando la ribera de la resurrección tras haber pasado las aguas amargas de la muerte, da la vida al hombre nuevo vestido de su túnica blanca. Vigilia pascual es liberación en nuestro propio interior, de las almas cautivas. Zenón de Verona nos muestra las iglesias cantando, en coro alternante con las naciones liberadas, el cántico de Moisés: «María que golpea su tamborín es figura de la Iglesia que, cantando un himno con todas las Iglesias que ella ha engendrado, conduce al pueblo cristiano no hacia el desierto, sino hacia el cielo». «Vi como un mar de vidrio mezclado de fuego, y a los vencedores de la bestia y de su imagen y del número de su nombre, que estaban en pie sobre el mar de vidrio y tenían las cítaras de Dios, y cantaban el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del cordero» (Ap 15,2-3). Así, desde las riberas del mar Rojo, a través de todas las etapas de la historia de la salvación, el canto de Moisés extenderá sus ecos de eternidad en eternidades (J. Danielou).

4. Escuchemos en las tres siguientes lecturas la palabra de los profetas. Ellos anuncian al pueblo el amor de Dios, el amor inmenso que jamás falla, que siempre espera. El amor que es más fuerte que todas las infidelidades, que todas las debilidades de los hombres.

a) Canta Isaías ahora la fecundidad de la nueva Jerusalén, nos muestra al pueblo de Israel que, en el exilio, se encuentra en una situación como la de una esposa abandonada. El abandono en que Dios tiene a su pueblo no es más que aparente y «por un instante», porque Él mismo va a recobrar a su pueblo «con gran cariño», ya que le ama «con misericordia eterna» de la que jamás se echará atrás.

“Cierto que Sión fue mujer abandonada y desolada, pero nunca repudiada. Traspasando a Dios los sentimientos humanos de un fiel y celoso esposo herido por las infidelidades de su amada, reconoce que ha caído en un momento de cólera, de depresión y olvido. Pero vuelve los ojos a la tradición bíblica. Recuerda los días de Noé y constata que el castigo es siempre momentáneo en tanto el amor es eterno. Así ahora el destierro babilónico ha pasado mientras la Alianza de paz perdura por siempre. Podrán vacilar los montes y temblar los collados; la palabra de Yahveh, su amor, permanecerá como roca inconmovible. Jamás hombre alguno podría haber imaginado un amor semejante. Cristo lo demostrará experimentalmente dando la vida por su amada, la Iglesia. Y el matrimonio, para que de verdad sea cristiano, deberá ser tan inconmovible como aquello que significa. Este es el ideal, la clara y explícita voluntad de Dios. Podremos no cumplirlo, pero nunca podremos negarlo.

Finalmente, movido el Esposo por la triste situación histórica en que se encuentra la Esposa, prorrumpe en una visión de la Jerusalén celestial cuyas ideas y coloridos se asemejan a las de Ezequiel. Efecto de la presencia luminosa de Yahveh -en esto difiere de todas las mitologías-, cada una de sus piedras preciosas inidentificables para nosotros hoy son de un colorido que reflejan el azul del cielo dorado por un sol de atardecer” (Comentarios de Edic Marova).

-“»El que te hizo te tomará por esposa»: El Deutero-Isaías recurre a la imagen sacerdotal, iniciada por Oseas, para expresar la historia de la relación entre Dios e Israel. Por la Alianza, Israel llegó a ser como una esposa para Yahvé; pero la infidelidad la ha convertido en una mujer repudiada, sola y estéril. Ahora, Dios recuerda de nuevo su amor, y aquella situación de repudio que ha significado el destierro, se termina. Ha sido un abandono momentáneo.

-«Con misericordia eterna te quiero»: La nueva etapa de amor no tendrá fin. La condición de fidelidad por parte de Israel que exigía el Dt, aquí ni se habla. Es un amor unilateral y que tiene una proyección universal, porque halla su punto de comparación en la alianza con Noé.

– «Mira, yo mismo coloco tus piedras…»: Imagen de la ciudad. Dios es su reconstructor y quien garantiza su seguridad. No se parece en nada a la de antes, ahora se reconstruye con piedras preciosas, sin peligro de enemigos y totalmente segura. Se completa así el mensaje esperanzador de un amor eterno, con el de una reconstrucción definitiva de Israel” (Joan Naspleda).

Isaías anticipa la visión del Apocalipsis describiendo la Jerusalén terrena bajo una forma celestial. Encontramos al mismo tiempo el tema de las bodas, de Efesios 5. 25-28, repetido por la Constitución Lumen Gentium.

b) El responsorio, tomado del salmo 29, subraya la acción misericordiosa de Dios que nos ha levantado y ha hecho que vivamos cuando íbamos a la muerte. Nuestro luto se ha trocado en una danza. La oración cierra, actualizándola, esta visión de construcción de la Iglesia: Dios todopoderoso y eterno…, aumenta con tu adopción los hijos de tu promesa, para que la Iglesia vea en qué medida se ha cumplido ya cuanto los patriarcas creyeron y esperaron (Adrien Nocent).

Juan Pablo II comenta la notable finura literaria y se caracteriza por una serie de contrastes que expresan de modo simbólico la liberación alcanzada gracias al Señor. “Así pues, una vez que ha pasado la noche de la muerte, clarea el alba del nuevo día. Por eso, la tradición cristiana ha leído este salmo como canto pascual”. “Las sensaciones oscilan constantemente entre el recuerdo terrible de la pesadilla vivida y la alegría de la liberación. Ciertamente, el peligro pasado es grave y todavía causa escalofrío; el recuerdo del sufrimiento vivido es aún nítido e intenso; hace muy poco que el llanto se ha enjugado. Pero ya ha despuntado el alba de un nuevo día; en vez de la muerte se ha abierto la perspectiva de la vida que continúa. De este modo, el Salmo demuestra que nunca debemos dejarnos arrastrar por la oscura tentación de la desesperación, aunque parezca que todo está perdido”.

5. a) Isaías 55,1-11: “Venid a mí, y viviréis”. Al final del libro del Deuteroisaías (cc. 40-55) vuelve a salir el tema de la palabra. Primero con el grito del vendedor ambulante (v 1-2); viene después una síntesis del mensaje del profeta: un nuevo pueblo, un nuevo David, una nueva Alianza (v 3-5); concluye con la afirmación de la certeza y la eficacia de la palabra de Dios (v 6-11). La mención del trigo y del vino tiene para los oídos cristianos resonancias eucarísticas.

Allí mismo donde las circunstancias parecen contrariar el plan de Dios, Dios realiza su obra. Cuando el hombre considera su pecado demasiado grande para ser perdonado, Dios revela un pensamiento que rebasa las normas de la justicia humana y de esa forma permite la conversión del peor de los pecadores.

-Esta lectura está encabezada y dominada por la llamada de Dios a acercarse a Él todos los que están sedientos. Él va a llenarlos con sus dones: trigo, vino y leche, símbolos de la abundancia de la tierra prometida. Dones que se orientan al don fundamental: la vida. «Venid a mí y viviréis». Esta plenitud de vida se obtiene entrando a formar parte de la Alianza con Dios en Jesucristo. Se trata de un don totalmente gratuito, que no hemos pagado ni podremos pagar.

-El profeta Isaías cree en la fuerza de la Palabra de Dios, que no volverá a Él sin haber cumplido su encargo. Su encargo es crear de la nada un pueblo nuevo. Esta Palabra de Dios se muestra cada día viva, activa, eficaz. La Eucaristía se realiza por el poder de esta misma Palabra de Dios (J. Roca).

El agua y la palabra son sacramentos eficaces, y transforman al pecador en criatura nueva. Y se nos invita a encontrar al Señor mientras él se deja encontrar, a invocarle mientras está cerca, a abandonar nuestros caminos y volver al Señor. La palabra convierte y el agua alimenta al que ha decidido seguir la palabra. Entramos, pues, en relación vital con Dios y nos hacemos conscientes de que nuestra vida depende del agua que nos ofrece y de la palabra eficaz que nos dirige.

b) El responsorio está tomado del mismo Isaías (12, 2… 6); es una exaltación jubilosa por lo que el Señor nos ofrece: El Señor es mi Dios y Salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación.

La oración conclusiva recuerda que el Señor quiso anunciar por la voz de los profetas lo que hoy se cumple, y añade: …atiende los deseos de tu pueblo, porque ninguno de tus fieles puede progresar en la virtud sin la inspiración de tu gracia (Adrien Nocent).


6. a) La figura de Baruc, el secretario del profeta Jeremías, fue objeto de varias leyendas. Según una de ellas, después de acompañar a Jeremías a Egipto y de la muerte de éste, se trasladó a Babilonia, entre los desterrados. No es extraño, pues, que un libro tardío (de los siglos II o I a C), que aparenta situarse en tiempos del exilio, lo acoja como autor.


Veo ahí la llamada divina, que nos muestra la vocación, la auténtica vida y la felicidad. Se trata de mantenerse fieles a la Palabra o Sabiduría de Dios, que El dio a Israel y quedó plasmada en la ley y «los mandatos de Dios». El texto es una exhortación a avanzar por este camino de fidelidad a Dios, puesto que cuando Israel se ha apartado de él, le han sobrevenido los mayores desastres (José Roca). Esta Sabiduría, fuente de vida, va de la mano de la Palabra eficaz, que hace “hablar” las estrellas, imagen de cómo hemos de seguir la vida nueva en el agua y en el Espíritu. «Ella es el libro de los mandamientos de Dios y cuantos la guarden vivirán». Se trata, pues, de volver a ella y de caminar hacia su resplandor. Este es el privilegio del bautizado.

b) El salmo 18, propuesto como responsorio, nos hace cantar: La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Esta sabiduría que ha de guiar a los bautizados la pide instantemente al Señor la oración conclusiva: defiende con tu constante protección a cuantos purificas en el agua del bautismo (Adrien Nocent).


7. a) Por su modo de actuar, Israel se ha alejado de Dios: ésta es la causa por la que le han sobrevenido el destierro y la dispersión. Sin embargo, el Señor va a reunir de nuevo a su pueblo, no porque Israel lo merezca o haya cambiado de actitud, sino «por mi santo nombre». La acción de Dios será una transformación profunda que llegue al corazón de cada persona a fin de formarse un pueblo fiel que le reconozca como único Dios y Señor. Esta transformación es básicamente fruto de la presencia del Espíritu de Dios simbolizado por el agua que purifica y renueva (José Roca). “Derramaré sobre vosotros un agua pura, y os daré un corazón nuevo”. Dios establece una alianza nueva. La pureza ya no será ritual o externa, sino interior. El corazón, centro íntimo de las decisiones, será renovado por Dios, que dará su espíritu para que la actuación sea fruto de una convicción profunda que nazca de la comunión con Dios (J. M. Grané). -Corazón nuevo, espíritu nuevo. Nuestra división interior debida a nuestras infidelidades, pero por otra parte la benevolencia divina que, por su nombre y para glorificarlo por la profanación de que es objeto, quiere reunirnos formando un pueblo como quiso reunir a su nación, es el tema esencial de esta lectura. Pero esta vez no sólo se reunirá a la nación judía: el Señor reúne a hombres de todas las naciones. Los reúne de todos los países y los transforma, derramando sobre ellos un agua que purifica y da un corazón y un espíritu nuevos. El Señor infunde en ellos su Espíritu, y ahí están unos hombres capaces de seguir su ley y de observar sus mandamientos y ser fieles a ellos. Habitarán en el país que Dios les dará; ellos serán su pueblo y él será su Dios. El texto no necesita más comentario. Tan claramente se aplica a los bautizados de esta Noche y a todos los cristianos unidos en un solo cuerpo por la misma agua bautismal, que sería inútil enturbiar con explicaciones superfluas este texto inspirado. Pero también aquí subrayamos la manera como utiliza la liturgia el texto. Este texto en sí no predice el bautismo cristiano; sin embargo, nadie encontrará que la Iglesia lo traiciona al servirse de él, como lo hace, para su catequesis bautismal. La Iglesia canta la iniciativa de Dios, que se compadece de los hombres y que los salva purificándolos. El Señor es quien purifica, como él es quien creó. Nosotros, al ser así purificados, recibimos un don del Espíritu (Rm 5,5). En las palabras que siguen se expresa todo el dinamismo pascual: «Cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos… Justificados ahora por su sangre, seremos por él salvados de la cólera» (Rm 5, 6 …9). Somos hombres nuevos, tema que repetirá san Pablo (Ef 4, 24) y que san Juan hace desarrollar a Jesús, en su entrevista con Nicodemo: «nacer de agua y de Espíritu» (Jn 3).


b) Dos salmos se proponen como responsorio tras esta admirable lectura; ambos expresan un encuentro con Dios que hace vivir (Sal 41) y que purifica renovando (Sal 50). El salmo 41 recuerda el ritual bautismal de entrada al altar de Dios, después de haber sido apagada la sed del catecúmeno; mientras que el salmo 50 pide al Señor que cree en nosotros un corazón puro y que nos devuelva la alegría de nuestra salvación.


Tres oraciones conclusivas se ofrecen a la libre elección: La tercera, utilizada cuando hay algún bautismo, expresa de la mejor manera la aspiración de todo hombre creyente (Adrien Nocent).


– Juan Pablo II comentaba sobre el salmo 41: “Una cierva sedienta, con la garganta seca, lanza su lamento ante el desierto árido, anhelando las frescas aguas de un arroyo… En ella podemos ver casi el símbolo de la profunda espiritualidad de esta composición, auténtica joya de fe y poesía. En realidad, según los estudiosos del Salterio, nuestro salmo se debe unir estrechamente al sucesivo, el 42, del que se separó cuando los salmos fueron ordenados para formar el libro de oración del pueblo de Dios. En efecto, ambos salmos, además de estar unidos por su tema y su desarrollo, contienen la misma antífona: «¿Por qué te acongojas, alma mía?, ¿por qué te me turbas? Espera en Dios, que volverás a alabarlo: Salud de mi rostro, Dios mío» (Sal 41,6.12; 42,5). Este llamamiento, repetido dos veces en nuestro salmo, y una tercera vez en el salmo sucesivo, es una invitación que el orante se hace a sí mismo a evitar la melancolía por medio de la confianza en Dios, que con seguridad se manifestará de nuevo como Salvador… la cierva sedienta es el símbolo del orante que tiende con todo su ser, cuerpo y espíritu, hacia el Señor, al que siente lejano pero a la vez necesario: «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo» (Sal 41,3). En hebraico una sola palabra, nefesh, indica a la vez el «alma» y la «garganta». Por eso, podemos decir que el alma y el cuerpo del orante están implicados en el deseo primario, espontáneo, sustancial de Dios (cf. Sal 62,2). No es de extrañar que una larga tradición describa la oración como «respiración»: es originaria, necesaria, fundamental como el aliento vital”. Orígenes explicaba que la búsqueda de Dios por parte del hombre es una empresa que nunca termina, porque siempre son posibles y necesarios nuevos programas.

(Catholic)

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