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  • Primera Lectura. Hch 16, 11-15: “Si están convencidos (de) que creo en el Señor, vengan a hospedarse en mi casa”.
  • Salmo Responsorial: 149, 1-2. 3-4.5-6a y 9b: «El Señor ama a su pueblo”.
  • Evangelio. Jn 15, 26-16,4a:Les he hablado de esto para que, cuando llegue la hora, se acuerden (de) que yo se lo había dicho”.

Sabemos que Pablo solía proclamar el Evangelio, primero a los judíos. A lo mejor, Pablo no encontró allí una sinagoga. Pero sí había un grupo de mujeres que se habían reunido para orar el día sábado y que adoraban al Dios verdadero, según la costumbre judía. Allí, dice Lucas, “nos sentamos y comenzamos a hablar a las mujeres que se habían reunido” (v. 13).

Lidia estaba atenta a las palabras de los misioneros. Ella era nativa de la ciudad de Tiatira, entre Sardis y Pérgamo. La providencia de Dios la llevó a Filipos, que se halla a gran distancia de Tiatira. Siendo gentil de nacimiento, adoraba al Dios de Israel y acudía a las reuniones que otras mujeres tenían para orar y leer las Escrituras. Su profesión era “vendedora de púrpura”, lo que probablemente signifique que era acaudalada (v. 14).

En ese momento, “el Señor abrió su corazón para que estuviese atenta a lo que Pablo hablaba” (v. 14), lo que apunta a su fe en el mensaje que oía (2, 41). Dios le abrió su corazón para que Cristo ocupara el lugar de Señor. De esa manera, Lidia fue la primera convertida a Cristo en Europa por la predicación de Pablo.

 Esto nos enseña que la conversión es una obra de Dios (Ef. 2, 9). Él es quien despierta el corazón con su gracia para que podamos ver su majestad (Ef. 1, 17-18; II Co. 4, 4-6). Sin su obrar en nosotros, no podemos ver nuestra necesidad de responder a su amor.

La vida de Lidia, y la de su familia, cambió por la gracia de Dios. Su misión cambió para servir a sus hermanos. Así como ella recibió la gracia salvadora de Dios, también tú y yo somos testigos vivientes (de) que Él obra en nosotros para que su Evangelio sea proclamado en servicio a otros para su gloria. En esto consiste la conversión, debe notarse que uno se ha convertido, la conversión se traduce en amor y servicio al prójimo.

En el Evangelio de Juan, Jesús promete a sus discípulos que les enviará el Espíritu Santo como “Consolador” para ayudarlos en su misión de dar testimonio del Evangelio. Según Juan 14, 26, Jesús dice: “Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho”. Esa promesa se cumplió el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos y les dio poder para hablar en lenguas y testificar la resurrección de Jesucristo.

El Espíritu Santo es enviado por Dios para estar con nosotros, consolarnos y guiarnos en nuestras vidas. Jesús afirma que el Espíritu Santo enseñará todas las cosas y recordará a sus discípulos lo que les dijo. Esto significa que el Espíritu Santo es el encargado de iluminar la mente del creyente para que pueda entender las Escrituras y discernir la voluntad de Dios para su vida. Además, el Espíritu Santo se describe como el poder divino que mora en el creyente. Pablo escribe en primera Corintios 6, 19, “¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que han recibido de Dios y que está en ustedes? Ya no se pertenecen a sí mismos”. El Espíritu Santo es la presencia de Dios en nuestras vidas, quien nos guía y fortalece en nuestro camino de fe.

(Guía Litúrgica)

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