• Primera lectura: Hch 10, 25-26.34-35.44-48: “Dios no hace discriminaciones”.
  • Salmo Responsorial: 97: “Aclama al Señor, tierra entera”.
  • Segunda lectura: I Jn 4,7-10: “Dios es amor”.
  • Evangelio: Jn 15, 9-17: “Como mi Padre me ha amado, los he amado yo a ustedes”.

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Cornelio era un oficial en el ejército romano. Él creía en Dios, pero no era judío. Un ángel se le apareció y le dijo que mandara llamar a Pedro. Cornelio envió a sus hombres a buscar a Pedro, y el Espíritu Santo le dijo a Pedro que fuera con ellos.

En la casa de Cornelio, Pedro enseñó a muchas personas que se habían reunido allí. Les habló del Evangelio de Jesucristo y ellos sintieron el Espíritu Santo y supieron que era verdad. Cuando los amigos de Pedro descubrieron que había predicado a personas que no eran judías, estaban asombrados. Pero Pedro les dijo que había aprendido que el Evangelio de Jesucristo es para todos (véase Hechos 10:1–48; 11:1–18).

Tremenda enseñanza la que nos trae este texto de Hechos de los Apóstoles. El Espíritu Santo no es patrimonio de nadie y llega a personas y lugares insospechados. Si el Espíritu Santo hace cosas extraordinarias y penetra en el corazón de hombres y de mujeres, ¿por qué sigue habiendo individuos e instituciones que imponiendo normas quieren obstaculizar su acceso a participar de una vida más plena en la Iglesia?

El Evangelio nos trae hoy el mandamiento que Jesús les dio a sus primeros discípulos durante la cena en la cual instituyó la Eucaristía. Este mandamiento, que aparece tres veces indicado explícitamente en el Evangelio según san Juan, constituye el núcleo de las enseñanzas de Jesucristo. Ahondemos en su significado, teniendo también en cuenta las demás lecturas de este domingo.

El significado del mandamiento del amor “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” nos remite ante todo a la vivencia de Dios como un Padre que nos ama infinitamente, y que a través de su Hijo nos comunica lo que Él mismo es en su propia esencia: “Dios es amor.

Toda la vida terrena de Jesús fue una revelación de la acción salvadora de Dios como la de un Padre amoroso, misericordioso, compasivo, bondadoso, completamente distinto de la imagen lejana y regañona que suelen presentar quienes conciben la relación del Creador con sus criaturas como la de un amo que oprime a sus esclavos. Lo que Jesús les dice a sus discípulos al emplear la contraposición entre los siervos y los amigos, implica en este sentido una elección que es iniciativa suya y no nuestra: “Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo los escogí a ustedes”.

Nuestra respuesta a Dios, que es Amor y que se nos ha manifestado personalmente en Jesucristo, consiste en amarnos unos a otros. A primera vista esto no parece lógico. Uno supondría que la respuesta al amor de Dios es amarlo a Él sobre todas las cosas, y punto. Pero resulta que, aunque Él mismo se ha revelado en Jesucristo y está cerca y hasta dentro de nosotros por su Espíritu Santo, no lo vemos, y en cambio a nuestros prójimos los tenemos a la vista constantemente. Por otra parte, ¿qué mejor muestra de amor a un padre o a una madre que amar y respetar a sus hijos e hijas? Por eso es perfectamente lógico que amarnos unos a otros como Dios mismo en la persona de Jesús nos ha mostrado que nos ama, sea la única forma válida de nuestra correspondencia al amor de Dios.

(Guía Litúrgica)

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