Viernes, 22 de marzo del 2024
Color: MORADO. I Semana del Salterio
Homilía: Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Ciclo B
- Primera Lectura. Jr 26, 10-13: “Canten al Señor, alaben al Señor, que libró la vida del pobre de manos de los impíos”.
- Salmo Responsorial: 17,2-3a.3bc-4.5-6.7: “En el peligro invoqué al Señor, y me escuchó”.
- Evangelio. Jn 10, 31-42: “Aunque no me crean a mí, crean a las obras, para que comprendan y sepan que el Padre está en mí y yo en el Padre”.
“La ceguera espiritual impide que algunos reconozcan la verdad”
En este episodio del Evangelio, vemos cómo algunos judíos toman piedras para apedrear a Jesús después (de) que Él afirmara: «Yo y el Padre somos uno». La declaración de Jesús no es simplemente una afirmación de unidad en propósito o misión, sino una afirmación de unidad esencial en la divinidad. Jesús nos revela su identidad única como el Hijo de Dios, consubstancial con el Padre. Este mensaje desafía las expectativas y creencias de aquellos que lo escuchan, generando una reacción de incredulidad y hostilidad.
En su respuesta, Jesús apela a las obras que realiza en nombre del Padre como evidencia de su unidad con Él. Les insta a mirar más allá de las palabras y contemplar las obras milagrosas que testifican su origen divino. Sin embargo, la ceguera espiritual impide que algunos reconozcan la verdad. Jesús, en su misericordia, ofrece una oportunidad para la conversión al recordarles las Escrituras y la imposibilidad (de) que la Palabra de Dios falle.
En nuestra vida cristiana, nos enfrentamos a desafíos similares. El mundo a menudo cuestiona la divinidad de Jesús, y nosotros, como discípulos, estamos llamados a testificar con valentía sobre su identidad única como Hijo de Dios. Al igual que Jesús invitó a aquellos incrédulos a mirar sus obras, nosotros también debemos mostrar con nuestras acciones y testimonio la realidad de la presencia divina en nuestras vidas.
La lectura culmina con Jesús retirándose de la multitud y escapando de su intento de apedreamiento, mostrando que su hora aún no ha llegado. Esto nos recuerda que Jesús, en su soberanía divina, sigue un plan perfecto y se somete al tiempo del Padre.
En este tiempo de Cuaresma, se nos llama a reflexionar sobre nuestra respuesta a Jesús. ¿Estamos dispuestos a aceptar su identidad divina y a seguirlo con fe y obediencia? ¿O nos aferramos a nuestras propias ideas preconcebidas y resistimos la verdad que nos ofrece? Que la gracia del Espíritu Santo ilumine nuestros corazones para reconocer a Jesucristo como el único Salvador y Señor de nuestras vidas, y que podamos ser testigos valientes de su verdad en el mundo.
(Guía Litúrgica)
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