• Primera lectura: Hch 9, 26-31: “La Iglesia gozaba de paz”.
  • Salmo Responsorial: 21: “Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá”. 
  • Segunda lectura: I Jn 3, 18-24: “Amar no sólo de palabra, sino con obras y de verdad”.
  • Evangelio: Jn 15, 1-8: “Yo soy la verdadera vid, y el viñador es mi Padre”.

Color: BLANCO

Jesús, de nuevo, hace uso de un símil para hablar de sí mismo: “Yo soy la vid verdadera y mi padre es el labrador”. La imagen de la viña o de la vid es un lugar común en las escrituras hebreas. Muchas son las ocasiones en que se compara a Israel con una viña o vid cultivada por Dios.

Este texto es la primera parte del monólogo más largo de Jesús que aparece en el evangelista san Juan. Para describir la unión íntima con sus discípulos, Jesús usa una alegoría del Antiguo Testamento que describe a Israel como la vid de Yahvé (Salmo 80,9-20). Los viñadores eran responsables de ocuparse (de) que los viñedos crecieran saludables. Cuando las ramas no daban fruto las cortaban y las dejaban secar en las paredes para usarlas más tarde en el fuego.

Jesús pone fin a esta etapa de la historia, en que el Reino de Dios se identificaba con el pueblo judío. Cristo es el tronco del que salen las ramas, es decir, todos nosotros que vivimos por Él. Pero también, Él es la planta entera, tronco y ramas juntos: los cristianos somos realmente el cuerpo de Cristo. Jesús no dice: La comunidad cristiana es la vid y ustedes son las ramas, sino Yo soy la vid”. Lo importante, pues, es que cada uno de nosotros esté vinculado con Él por la fe, la oración y el culto de su Palabra. Cada uno debe producir frutos.

Esta alegoría demuestra la intimidad entre Jesús y sus discípulos: sin Él no podrán hacer nada. Al preparar a sus compañeros para la misión, les recuerda que Él es la vid verdadera que el Padre cuida con esmero y amor. Las ramas que producen frutos son aquellos que han aceptado la Palabra viva de Jesús y permanecen en Él.

Muchas veces caemos en la tentación de querer nosotros vivir sin estar insertados a la vid verdadera que es Jesús y con el tiempo, nos agotamos, nos secamos. Los frutos empiezan a salir más raquíticos, pequeños y hasta deformes. Aquí es cuando nos creemos autosuficientes, que nosotros podemos hacer las cosas por nuestra cuenta. Nos convertimos en necios y arrogantes, cayendo en la ingratitud.

Si no reaccionamos a tiempo, entonces seremos irremediablemente consumidos en el fuego como esas ramas secas que fueron incapaces de dar frutos. Hoy, la invitación está muy clara, a permanecer pegados a la vid verdadera que es Jesús, para que podamos dar frutos en abundancia para la gloria y honra de su Nombre.

(Guía Litúrgica)

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