• Primera Lectura. Hch 12, 1-11: “Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él”.
  • Salmo Responsorial. 33, 2-3.4-5.6-7.8-9: “El Señor me libró de todas mis ansias”.
  • Segunda Lectura. Tim 2,4,6-8.17-18: Combatido bien mi combate”.
  • Evangelio. Mt 16, 13-19: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará”.

Color: ROJO

Neptalí Díaz Villán

Celebramos, como iglesia, la solemnidad de San Pedro y San Pablo. Dos personajes con grandes diferencias en su forma de ver la totalidad de vida y la misma vivencia de la fe, pero con profundas experiencias con el Dios manifestado en Jesús, su Hijo, el Cristo salvador. Ministerios diferentes, complementarios y necesarios dentro de la Iglesia.

Pedro era un rudo pescador sin formación intelectual, casado, con hijos. Su nombre original era Simón, que en hebreo significa “el que escucha a Dios”. Jesús le puso de sobrenombre Pedro, es decir, piedra.

Tanto ayer como hoy encontramos, básicamente, dos formas de ser Pedro, o de ejercer el ministerio petrino. Simón Pedro fue piedra, por una parte, por la terquedad en su manera de pensar y en sus ansias por un mesianismo triunfalista que lo sacara de pobre y lo llevara a probar las mieles del poder. Por esto, cuando Jesús le advirtió que iba a tener problemas con los ancianos y maestros de la Ley, Simón Pedro se convirtió en piedra de tropiezo que quiso hacer desistir a Jesús en su camino hacia Jerusalén. Jesús rechazó fuertemente esta actitud: “¡Quítate de mi vista, Satanás, escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios sino los de los hombres!” (Mt 16,24). En la transfiguración fue,  otra vez, piedra de tropiezo para Jesús al proponerle que se quedaran en la montaña, en vez de bajar a la llanura y seguir con esa misión peligrosa. Jesús invitó a Pedro y a sus demás compañeros a vencer el miedo y a tener ánimo. (Mt 17,1-8). En la experiencia discipular de las comunidades del Cuarto Evangelista (Evangelio según San Juan) Pedro también es presentado como piedra de tropiezo, cuando se muestra celoso por la cercanía de Jesús con la figura del Discípulo Amado. (Jn 21,20-22).

Por otra parte, Simón Pedro es también una piedra viva de la Iglesia fundada sobre Jesús, la Piedra desechada por los arquitectos y convertida en piedra angular (1Pe 2,4-5 / Sal 117). Simón Pedro se convierte en el portavoz de los discípulos al captar el verdadero significado de la actuación de Jesús. De esta manera, hace parte de los bienaventurados del Reino, gracias a la profunda experiencia de fe con Jesús que le permitió conocerlo y confesarlo.

Cuando Simón Pedro se abre a una nueva experiencia, cuando se adhiere profundamente a la Piedra angular que es Jesús, deja de ser piedra de tropiezo y se convierte en piedra viva, en columna fuerte y en el líder legítimo del nuevo pueblo de Dios fundado en Jesús. La proclamación de la fe en Jesús, por parte de Pedro, es prototipo de discipulado y cimiento, capaz de superar todas las fuerzas del mal que abundan en el mundo y amenazan de muerte a nuestra humanidad y al mismo proyecto salvífico de Dios.

Con esta actitud Pedro puede participar en la comunidad de la autoridad de Jesús, atar o desatar, tomar decisiones, aceptar la entrada al nuevo pueblo de Dios que construye su Reino. Así como el nuevo Pedro, los que proclaman la fe de esta manera reciben la gracia de Dios, para ofrecer un asilo seguro a quienes se ven amenazados por las fuerzas que destruyen la vida, y pueden negar el asilo a quienes no aceptan la propuesta salvífica de Jesús o se ponen en contra de ella.

Si la autoridad de Pedro se torna fundamentalista, agresiva y condenatoria se deslegitima y se convierte en piedra de tropiezo. Si se abre a Jesús será una piedra viva en la construcción del nuevo pueblo de Dios.

Pablo, al contrario de Pedro, perteneció a una familia de la aristocracia judía de la diáspora y recibió una formación intelectual muy sólida. Nació en Tarso de Cilicia, Asia Menor (Hch 9,11.30; 11,35; 21,39; 22,3) actual Turquía centro-meridional. Una ciudad muy grande para la época, unos 300.000 habitantes. Un centro cultural muy importante, un puerto muy activo y camino romano que unía Oriente y Occidente.

Como buen judío recibió formación en su casa, en la sinagoga local de Tarso y en su escuela. Además, por estar en una ciudad romana tuvo la oportunidad de aprender la filosofía griega difundida por todo el imperio. Recibió estudios de especialización en Jerusalén a los pies de Gamaliel (Hch 22,3; Fil 3,6), el maestro más acreditado en aquel entonces, nieto y discípulo del célebre fariseo y doctor Hillel.

Como ciudadano romano, formado para ser rabino y doctor, y para retomar los negocios de su padre, tenía un gran futuro por delante y la posibilidad de una brillante carrera. Fariseo, de la tribu de Benjamín, como él mismo lo confesó (Fil 3), se convirtió en perseguidor de la Iglesia porque estaba convencido, según lo había aprendido, de que ésta era una grave amenaza para el pueblo judío. (Hch 9,1-19; Gal 1,11-24; Fil 3).

Pero, en el camino de Damasco descubrió realmente quiénes eran Jesús y su Iglesia; se le vino abajo toda esa estructura en la que había sido formado, vivió y supero esa profunda crisis y, de perseguidor, pasó a ser anunciador de la Buena Noticia del Reino de Dios. (Hch 9,1-19). Él mismo confiesa que por amor a Cristo todo lo demás lo considera basura y que lo abandonó todo con el fin de ganar a Cristo (Fil 3,8). “Lo que tenía por ganancia lo tengo ahora por pérdida por amor a Cristo” (Fil 3,7).

Esto se comprende, aún más, cuando sabemos que una vez los judíos aceptaban a Cristo en su vida eran expulsados de su comunidad y perdían inmediatamente todos sus derechos. Pablo perdió, por lo tanto, sus posesiones familiares, sus amistades, su clientela judía y casi hasta pierde la vida (Hch 9,23). Luego, ya convertido al cristianismo, fue enviado como misionero ambulante (Hch 13,2-3), sin domicilio, sin taller, ni clientela fija.

Como maestro reconocido pudo haber puesto precio a su enseñanza, pedir ofrenda en las plazas donde instruía o instalarse en la casa de algún adinerado como profesor particular de sus hijos, lo cual le hubiera permitido llevar una vida tranquila. Pero Pablo renunció a todo eso y trabajó con sus propias manos (1Cor 4,12), pues no quiso ser un peso para ninguna comunidad (1Tes 2,9; 2Tes 3,7-9; 2Cor 12,13-14). Por eso invitó a otros a que no siguieran el ejemplo de los maestros sino a que hicieran lo mismo que él hizo (2Tes 3,7-10). El trabajo fue, para él, no el reflejo de la condición de esclavos, sino una gran oportunidad para llegar a más personas, para comprender la vida de los pobres y para vivir con más autenticidad el Evangelio: “Empeñen su honra en llevar una vida tranquila, ocupándose de sus propias cosas y trabajando con sus propias manos. Así llevarán una vida honrada a los ojos de los de fuera y no pasarán necesidades” (1Tes 4,11-12).

Desde que entró a la comunidad cristiana se destacó por su visión y talante misionero. A tal punto de unirse al grupo de los cristianos helenistas que provocaron una de las crisis más profundas que vivió la Iglesia naciente: la entrada de paganos al cristianismo. Al principio sólo se anunciaba el evangelio a los judíos (Hch 11,19). Si un no judío quería entrar a la Iglesia debía hacerse judío y, luego, convertirse al cristianismo. Pero un grupo cristianos helenistas de Antioquía, acompañado por Pablo y Bernabé, empezó a anunciar y a aceptar paganos en las comunidades sin exigirles que se circuncidaran, es decir, sin exigirles que aceptaran la Ley y las tradiciones judías, y ahí se armó la de Troya. Los cristianos se dividieron en dos: quienes exigían la circuncisión (cristianos hebreos) y quienes pensaban que tal exigencia era una fatiga inútil (cristianos helenistas)

Entonces, se convocó al primer Concilio de la historia del cristianismo, realizado en Jerusalén. Al principio, Pedro era defensor a ultranza de la tradición judía, se negaba a comer animales impuros y a sentarse con los paganos ((Hch 9,32-10,23). Pero después de entrar en contacto con los cristianos helenistas y ver cómo irrumpía el Espíritu en estas comunidades, cambió totalmente su parecer (Hch 10,24-48). De manera que en su informe a la iglesia de Jerusalén fue totalmente abierto a nuevas experiencias que condujeran a vivir lo esencial del camino de Jesús, incluso se ganó el reclamo por parte de los cristianos hebreos por entrar en casa de incircuncisos y compartir con ellos (Hch 11,1-18).

Había vivido su propia conversión y llegado a la madurez como discípulo y apóstol, de manera que en el Concilio de Jerusalén se mostró con una lucidez mental y espiritual extraordinaria: “Hermanos, ustedes saben que desde el principio me eligió Dios entre ustedes, para que por mi medio los paganos escucharan la Buena Noticia y creyeran. Dios, que conoce los corazones, mostró que los aceptaba dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros. Él no hizo ninguna distinción entre los unos y los otros y los purificó por medio de la fe. ¿Por qué ahora, ustedes tientan a Dios imponiendo al cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos sido capaces de soportar? Al contrario, nosotros creemos que tanto ellos como nosotros hemos sido salvados por la gracia del Señor Jesús” (Hch 157-11).

Finalmente, aunque no hubo total apertura, el Concilio se declaró a favor de la entrada de los paganos sin imposición de la circuncisión. No obstante el Concilio ya se había manifestado, Pedro era una autoridad muy representativa y jugaba entre dos aguas: los hebreos y los helenistas. No es fácil ejercer la autoridad; nunca se tiene contento a todo el mundo.

Pedro llegó a visitar a la comunidad de Antioquía. Fiel al espíritu del Concilio, convivía con todos los hermanos, sin distinción alguna entre paganos y judíos (Gal 2,12). Pero en ese momento llegaron, procedentes de Jerusalén, unos judeocristianos tradicionalistas que no se mezclaban con paganos. Por miedo a las críticas de ese grupo Pedro se apartó de los paganos (Gal 2,12), seguido por Bernabé y otros judeocristianos, lo cual representó un duro golpe para los cristianos no judíos, pues se consideraron como cristianos de segunda categoría.

A Pablo le molestó sobremanera tal actitud de Pedro y le reclamó con fuerza: “Pero cuando vi que no procedían con rectitud, según la verdad del Evangelio, dije a Cefas en presencia de todos: si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar?” (Gal 2,14). “La reacción de Pablo revela la profundidad de la experiencia que tuvo en el camino de Damasco. Fue allá donde él experimentó, por un lado, la propia incapacidad de alcanzar la justicia por la observancia de la Ley; y por otro lado, la misericordia de Dios que lo acogía en gracia y le comunicaba la justicia por la fe en Jesucristo. Reaccionando contra Pedro, Pablo, en cierto modo, estaba defendiendo la experiencia de Dios que tuvo en el camino a Damasco, y sacaba de ella una lección para la vida de toda la Iglesia.”

No es que Pablo haya sido un hombre perfecto; también tuvo sus problemas. Su conflicto con Bernabé fue precisamente porque éste último era más abierto y arriesgado en la apertura de la fe a los no judíos, mientras Pablo se mostraba más cauteloso (Hch 15,36-41). A nosotros nos es más fácil ver los toros desde la barrera, pero ese proceso fue muy duro. Así como le pasó a Pedro en la escena que Pablo le reclamó con fuerza, no obstante el Concilio, en consideración con los judíos, el apóstol de los gentiles circuncidó a Timoteo para llevárselo consigo a la misión (Hch 16,1-3). Sólo al final de su vida, los Hechos de los apóstoles lo muestran en total apertura a los paganos. La madurez que Pedro alcanza en el Concilio de Jerusalén (Hch 15,1ss), la adquiere Pablo mucho tiempo después con los cristianos de Roma (Hch 28,25-31).

No obstante sus diferencias, Pablo nunca desconoció la autoridad de Pedro. Peleó, le reclamó con fuerza su actitud cobarde ante los cristianos hebreos (Gal 2,13), pero nunca desconoció que era la autoridad de la Iglesia, ni quiso formar rancho aparte. Muchas veces se refiere a él como Cefas, es decir, cabeza. (Gal 2,9.11.14; 1Cor 1,12; 3,22; 9,5; 15,5).

En la Iglesia deben estar bien articulados los ministerios petrino y paulino. El ministerio petrino normalmente está representado por el Papa y, junto a él, el Vaticano y los demás obispos de la Iglesia, unos más abiertos que otros, pero las dos posturas son necesarias como en un vehículo son necesarios el freno y el acelerador. El ministerio paulino, aunque no exclusivamente, lo vemos en los teólogos de vanguardia, en los misioneros arriesgados que se insertan en la realidad de la gente y su ethos cultural, para anunciar un Evangelio vivo y vivificador, y en todo aquel discípulo que se ha encontrado con Jesús resucitado y se ha convertido en apóstol más allá de sus fronteras personales, sociales y de cualquier frontera que limite su compromiso apostólico.

Normalmente, en el ministerio petrino predomina más el punto de vista institucional. El poder, la disciplina y el orden, necesarios en cualquier institución, ocupan aquí un puesto central, pues se trata nada menos que de un organismo de carácter mundial: la Iglesia Católica. El ministerio petrino exige la obediencia y la adhesión cordial a los postulados del centro.

Pero, el ministerio petrino es mucho más que disciplina y orden, no vive para sí mismo sino para la comunidad cristiana y la vida concreta de los discípulos de aquel que da sentido a dicho ministerio, Jesús el Cristo. Por esto, el ministerio petrino debe estar con los ojos bien abiertos a las necesidades reales de un mundo en continua transformación y evolución, y a los desafíos que piden respuesta desde la fe. Respuestas que presuponen la fidelidad a lo genuinamente evangélico y, a su vez, libertad y creatividad, para responder adecuadamente a las necesidades reales de las personas. Como lo hizo Pedro, quienes ejercen el ministerio petrino también deben descentrarse, salir, ir a la periferia y descubrir allí la acción del Espíritu. Es en el contacto con la gente donde pueden llegar a la madurez y a la comunión con el Espíritu.

Asimismo, el ministerio paulino debe tener en cuenta la autoridad y buscar con celo la unidad de la Iglesia, tal como lo quiso Jesús (Jn 17,11.21-26). Como el ministerio petrino, el paulino tampoco es infalible y necesita también de continua conversión, apertura al Espíritu y continuo roce con la realidad de la gente. Un ministerio paulino alejado de la realidad puede ser muy intelectual, muy eminente, pero corre el riesgo de ser un monstruo con una cabeza grande, un tronco diminuto, unas manos y unos pies tan débiles que no sirven para trabajar ni para caminar.

Si Pedro representa la continuidad, el poder y lo institucional, Pablo representa la ruptura, la creatividad y el coraje para lo nuevo. “La base petrina y la base paulina son igualmente importantes. La sabiduría está en armonizar estas dos energías de tal forma que pueda darse lo nuevo sin amenazar la continuidad, al contrario, enriqueciéndola. Hay momentos en que debe prevalecer la continuidad; hay otros en que debe fortalecerse la novedad.”

El relativismo en todo sentido, que tanto ha criticado nuestro papa Benedicto XVI, el vicario de Pedro, el consumismo alienante y deshumanizador en el que viven sujetas muchas personas y la forma como muchos se desvían de lo auténticamente evangélico nos hace ver la necesidad de ser prevenidos a la hora de hacer rupturas y aceptar los cambios.

En muchas de nuestras diócesis hay un grave déficit de sacerdotes, lo cual crea un vacío que es muy bien aprovechado inmediatamente por otras iglesias. Los apuros por los que pasan muchos pobres de nuestros campos y de los centros urbanos, para vivir dignamente deben interrogarnos y movernos para buscar nuevas líneas de acción para acompañar a millones de hermanos nuestros que tratan de seguir el camino de Aquel que ofrece vida abundante a quienes crean en él. La situación interna y externa de nuestras Iglesias latinoamericanas, la inconformidad de muchos católicos, la emigración creciente de éstos hacia sectas cristianas de carácter popular y carismático, muchas veces como consecuencia del énfasis institucional que ahoga lo carismático, nos pone a pensar, también, en la necesidad de hacer más énfasis en la dimensión paulina y el carácter innovador para hacer frente a todo esto. Esta fiesta es una oportunidad para reflexionar sobre la situación de nuestra Iglesia; las tensiones internas y externas, las amenazas y las oportunidades, las debilidades y las fortalezas, el ministerio petrino y el ministerio paulino, a la luz del Espíritu.

Señor Jesús, Tú eres el centro de nuestra vida discipular, la inspiración maravillosa para este camino de fe, Tú eres la roca firme sobre la cual se construye esta Iglesia que es tuya y que es nuestra y que seguimos construyendo día a día como piedras vivas. Gracias por Pedro y por Pablo, por los de ayer y los de hoy, por quienes desempeñaron y por quienes hoy desempeñan el ministerio petrino y el ministerio paulino.

Te pedimos que nos ayudes a evitar los fanatismos dentro de la misma Iglesia. Ayúdanos a reconocer el valor de todas las experiencias, de todas las manifestaciones del Espíritu, de todos los carismas que giran alrededor de una vivencia auténtica de la fe. Ayúdanos a buscar la unidad en medio de la diversidad de carismas, de vivencias, de experiencias salvadoras. Ayúdanos a armonizar los ministerios petrino y paulino, de tal manera que valoremos la tradición y nos abramos con esperanza a lo nuevo, a los retos que nos presenta el mundo de hoy, con prudencia, pero sin miedo, con riesgo, pero sin irresponsabilidad.

Bendice a nuestras familias y comunidades, bendice nuestra búsqueda constante de plenitud. Condúcenos por buenos caminos con la gracia de tu Espíritu. Amén.

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