(XXXIV Domingo.  Tiempo Ordinario). Especial de ADVIENTO

  • Primera lectura: Dn 7,13-14: Vi venir en las nubes del cielo la figura de un hombre.
  • Salmo Responsorial: 92,1-2.5: La santidad es el adorno de tu casa, Señor.
  • Segunda lectura: Ap 1,5-8: Yo soy el alfa y la omega.
  • Evangelio: Jn 18,33b-37: Todo el que está por la verdad, escucha mi voz.

Color: BLANCO

Neptalí Díaz Villán

El Hijo del Hombre: Nos volvemos a encontrar hoy, como hace ocho días, con un fragmento del libro de Daniel. Un texto que pertenece a la literatura apocalíptica y que es preciso leer desde esta perspectiva. Recordemos que se trata de un texto opuesto a las pretensiones de divinidad y dominio absolutos, típicos de los dominadores helénicos, que para la época de la elaboración del texto, sometían Palestina. La escuela apocalíptica que escribió el libro de Daniel tenía como objetivo animar a sus fieles a una resistencia contra la ideología dominante, que pretendía suplantar el poder y señorío del Dios en el cual ellos siempre habían creído.

Este fragmento nos presenta como protagonista central al Hijo del Hombre, que recibe el poder y el señorío para siempre. El Hijo del Hombre representa todo lo bueno que hay en la humanidad. Esa humanidad buena que procede de Dios (las nubes significan la morada de Dios) y hace su voluntad, vencerá la maldad que parece dominar.

Aunque los poderosos pretendan eternizarse en el poder y acabar con todo aquel que cuestione su actitud arrogante y su falso sentido de humanidad, la historia nos demuestra que todos los reyes con sus reinados son efímeros. Que sólo es eterno el poder de Dios y su mano salvadora a favor del necesitado.

¿Cristo Rey?: Algunos predicadores dicen que Jesús se proclamó rey, aunque Él no hablaba del reino de este mundo sino de un reino espiritual, más allá de éste. La cosa parece muy clara: “No es el mundo el que me ha hecho rey. Si el título de rey me viniera de este mundo, tendría gente a mi servicio que peleara para que yo no cayera en manos de las autoridades judías. Pero mi título de rey no viene de aquí abajo.”

Aquí, como en otros textos de la Biblia, nos encontramos con un problema de traducción. Sucede que Jesús no habló del título de rey, sino del reino o reinado. Parece una tontería, pero no lo es. El texto griego dice:

“E basileia e emé ouk estin ek ton kósmon tóuton” (v.36ª), lo cual significa literalmente: “El reino mío no es del mundo este”. Rey en griego es: “Basileús”, mientras que reino o reinado es: “Basileia”, tal como está en el texto. De tal manera que Jesús no habló de sí mismo como rey, ni de la supuesta procedencia de su título real, sino del reinado por el cual él siempre había luchado: el Reinado de Dios.

La traducción literal completa del párrafo es ésta: “El reino mío no es del mundo este; si del mundo este fuese el reino mío, los servidores míos lucharían para que no fuese entregado a los judíos; pero ahora el reino mío no es de aquí.”

Pilato era quien insistía en preguntar si Jesús era rey: “Oukoun basileus ei su” lo que significa: “¿Luego rey eres tú?”. Aquí sí se utiliza el término basileus, o sea rey. Pilato estaba interesado en saber si Jesús de verdad se había declarado rey tal como lo acusaban sus enemigos judíos. Jesús le respondió: “Tú dices que rey soy.” Aquí tampoco podemos decir que Jesús haya aceptado el título de rey. “Tu dices que rey soy” no es una respuesta afirmativa. Podría traducirse también: “Eres tú quien lo dices”. Algunas Biblias traducen: “Sí, como tú lo dices: soy Rey”. Es una traducción totalmente errada. Él nunca habló de sí mismo como rey. Es más, cuando después del signo de la multiplicación de los panes quisieron hacerlo rey, se escapó al monte (Jn 6,15).

Las palabras que siguen: Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye de mi la voz”,  tampoco significan que Jesús haya venido a este mundo para ser rey. Revelan la verdadera misión de Jesús: dar testimonio de la verdad. Podemos decirlo directamente: Jesús no vino para ser rey de nada, sino para dar testimonio de la verdad.

Entonces ¿Por qué la causa de condenación fue precisamente por haberse declarado rey, tal como se escribió en la tablilla: INRI: “Jesús el Nazareno, Rey de los judíos”? (Jn 19,19). Quienes acusaron a Jesús de haberse declarado rey fueron los interesados en deshacerse de él: sumos sacerdotes, escribas, doctores de la ley, saduceos, entre otros. Como en aquella época los dirigentes judíos no tenían la “ius gladi” o facultad para condenar a muerte, entonces acudieron a quien sí la tenía: Pilato. Una razón poderosa, que seguramente, conllevaría a la condenación inmediata, era decir que se había declarado rey, porque Pilato lo relacionaría con un desconocimiento del emperador romano y por tanto con una sublevación al imperio.

“Que Jesús sí es rey pero no de este mundo, sino de la otra vida, la vida del cielo, en la cual reina con todos sus ángeles”, dicen otros despistados. Otra afirmación igualmente errada. “El reino mío no es del mundo este”, no significa que Jesús sea rey de otra parte, de un mundo extrasensorial y supraterrenal más allá de la historia humana. Significa que el reinado por el cual luchó Jesús no era como el reinado del mundo romano, o “el orbe romano”, como le llamaban. Un reinado esclavizador, generador de terror, miseria, dolor y muerte. El reinado propuesto por Jesús era el reinado de Dios el cual implicaba un proyecto de justicia y verdad. Para esto vino al mundo: para dar testimonio de la verdad.

Es bueno saber que “mundo”, para los escritos de la tradición de Juan, tiene dos significados que se entienden según el contexto. Por una parte, está el mundo como universo, incluido el ser humano: “El pan que yo daré es mi carne, y lo daré para la vida del mundo” (Jn 6,51b), “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para que se salve por medio de él” (Jn 3,17).

Otro significado de mundo es todo aquello que esté contra la voluntad de Dios: la maldad en contra de la bondad, la mentira como contraria a la verdad, el poder que oprime contrario al amor que sirve, las tinieblas como contraposición a la luz, etc.: “Ustedes encontrarán la persecución del mundo. Pero ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33) “No amen al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Pues toda corriente del mundo – la codicia del hombre carnal, los ojos siempre ávidos, y la arrogancia de los ricos – nada viene del Padre, sino del mundo” (1Jn 2,15-16).

Algunas veces los dos conceptos de mundo se mezclan en un párrafo, pero se pueden diferenciar: “Yo les he dado tu mensaje y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Jn 17,14-15).

Esto es bueno aclararlo porque, si el reinado que anunció Jesús es de otro mundo diferente a éste de los mortales, el cristiano no debe meterse en cuestiones temporales. Por eso a muchos no les interesa la situación de los pueblos, la riqueza o la pobreza, la miseria y la injusticia de nuestro mundo. Por eso mismo muchos monjes medievales “dejaron el mundo” y se encerraron en las celdas conventuales para hacerse santos. Pero Jesús no fue un hombre autista desconectado de la realidad, no fue anacoreta, ni un monje conventual. Esa es una visión peligrosa que enceguece al creyente y convierte la religión en un opio adormecedor de las conciencias. Un Jesús que proclama el reinado de un mundo espiritual y extramundo, desencarnado y alejado de todo compromiso de orden temporal con la realidad concreta que vive el ser humano, es un Jesús falseado.

En este evangelio lo vemos compartiendo la tragedia humana, vivida por muchos hombres de las colonias romanas que se atrevían a levantar la cabeza. Éste es el típico juicio de un inocente procesado como si fuera un peligroso criminal. No precisamente por huir del “mundo, el demonio y la carne”, sino como consecuencia de su compromiso con la historia, por su manera como enfrentó y se opuso a todo lo que disminuía la dignidad humana.

Pilato representaba a Tiberio, emperador romano, quien tenía el poder en su mano. Los romanos controlaban todo, absorbían como una aspiradora los bienes del pueblo de Dios y lo dejaban en la miseria. Sin ser los únicos, eran la cara más visible del mundo en cuanto que se oponían a los planes de Dios. Según la religiosidad romana, el emperador era el hijo del altísimo y el absoluto de todo el orbe. Esa era la “verdad”: todo lo que dijera el emperador era palabra de Dios. La voluntad del emperador era la voluntad de Dios y debían hacerla cumplir a la fuerza.

La maquinaria judía, que servía a los romanos y traicionaba a su propio pueblo para defender sus privilegios, le había vendido una idea a la masa de gente: “Jesús es un peligro y debe morir”. Aquí vemos una vez que la voluntad popular no siempre representa la autonomía de un pueblo. Que no siempre la voz del pueblo es la voz de Dios y con mucha frecuencia la voz del pueblo no es más que una soberana gritería, fruto del engaño de las maquinarias corruptas que se alimentan de la desgracia de los inocentes.

Esa era la “verdad” oficial: la persona más importante era el emperador, seguidos por sus ministros y demás ciudadanos romanos. Los demás individuos no contaban. “El bien del pueblo romano era la suprema ley”. Los demás pueblos podían ser colonizados, explotados con cargas tributarias y pisoteados con todo tipo de vejámenes, si ponían resistencia.

Esa era la “verdad” oficial: Jesús era un nativo de una colonia del imperio, un hombre grosero que se había atrevido a cuestionar esa verdad, un peligro que debía ser eliminado. Un pobre reo con quien podían jugar los soldados, pues una vez condenado a muerte quedaban derogados todos sus derechos como ser humano. 

Pero esa era una “verdad” impuesta. Una falsa “verdad”, como tantas versiones oficiales de gobiernos totalitarios y de ideologías dominantes.

La verdad – verdad, estaba en la persona de Jesús. En su calidad humana, en su testimonio de vida y en su entrega generosa al reinado de Dios y su justicia. Él no vino para usurparle el reinado a nadie y tomar su puesto como otro monarca. Vino para ser testimonio de la verdad y para mostrarnos un camino que lleva a la plenitud a todos los seres humanos.

Aunque su vida estaba en manos del poder judío y del poder romano, aunque era un perdedor que no valía, la verdad – verdad, es que nada era tan valioso como su testimonio de amor y su entrega por una humanidad realmente libre y feliz. Su vida, su palabra y su proyecto eran generadores de amor, fraternidad, justicia y verdad.

Los poderosos lo vencieron, pero en el fondo fue él quien venció. El poder judío buscó que Pilato lo condenara a muerte. Pilato lo condenó no sólo para responder a la presión judía sino porque también tenía razones poderosas para quitárselo de encima. Jesús podía renunciar a su proyecto para evitar que lo mataran, pero no lo hizo. Pagó el precio de la cruz como expresión de su fidelidad a Dios y a los demás seres humanos, como manifestación de su solidaridad con todos los crucificados de la historia que, como él, eran víctimas de quienes prefieren excluir y matar en vez de cambiarse a sí mismos y cambiar las relaciones para que sean más humanas. Si realmente quería afirmar la fidelidad de Dios con el ser humano, la validez de su proyecto y la supremacía del reinado de Dios sobre los reinados temporales que se erigían para aplastar a los débiles, tenía que morir. Si se retractaba y renunciaba a su causa, salvaba su pellejo y lo dejaban libre, pero todo se habría perdido. Sólo asumiendo las consecuencias de su compromiso, sólo asumiendo la cruz, impediría que la injusticia y la frustración tuvieran la última palabra; sólo así se reafirmaría como el Hijo de Dios, el Hijo del Hombre y el Hermano de todos. Y así fue como venció al mundo (Jn 16,33), porque sólo así, la última palabra la tuvieron el amor incondicional y el perdón.

Hoy celebramos la fiesta de Cristo rey. Pero más que proclamar a Jesús como el rey del universo, Dios y hombre, Señor y Mesías, a quien deben consagrarse las archicofradías, las parroquias, o los estados, podemos anunciarlo como Buena Noticia, como un camino, un modelo para ser plenamente humanos y un proyecto para construir una vida justa y digna. Buena Noticia que se vive y se anuncia, y utopía que se construye en medio de las duras realidades y de los poderes que se oponen a su realización.

“Para mí, lo más importante que se dijo de Jesús en el Nuevo Testamento no es tanto que él es Dios, Hijo de Dios, Mesías, sino que pasó por el mundo haciendo el bien (Hch 10,38), curando a unos y consolando a otros. Cómo me gustaría que se dijera éso de todos y también de mí”.

Oración

Jesús, ante esta escena macabra de injusticia, dolor y opresión, podemos ver la bajeza del arrogante romano y la grandeza de tu humildad. Nos quedamos sin palabras ante tu supremo testimonio de amor, verdad y auténtica vida humana…

Te damos gracias por tu Palabra, por tu testimonio, por toda tu vida entregada como un don precioso para toda la humanidad. Realmente eres la manifestación más patente del amor misericordioso del Padre Dios hacia todos nosotros.

Jesús, tú eres el camino de la auténtica realización humana: ayúdanos a seguirte con fidelidad. En ti está la verdad: ayúdanos a vivir nuestra vida con autenticidad y con plena libertad. Tú eres la vida que nos colma de alegría: danos a beber de tu manantial para tener la auténtica vida que tú nos das.

Te entregamos a tantos inocentes ajusticiados por los tribunales de la infamia que reinan en nuestro mundo. Ayúdanos a comprometernos en la defensa de los tantos inocentes ajusticiados. Líbranos de ser indiferentes ante la injusticia y de dejarnos inundar del miedo de los que prefieren asesinar antes de cambiar su “buena” vida que deja miseria a su paso.

Ayúdanos a tomar partido por ti, por tu causa, por tu proyecto: el Reinado de Dios. Hoy optamos por ese maravilloso Reinado que excluye todos los reinados de quienes pretenden imponerse como absolutos para llenar su vacío existencial, que nunca será llenado. Hoy nos comprometemos a vivir de cara a Dios y de cara a los hermanos; a caminar contigo y a buscar juntos una nueva humanidad, totalmente transformada a imagen tuya. Danos la fuerza de tu Espíritu para hacer realidad esta utopía. Entramos en comunión profunda contigo y con tu Espíritu para vivir esta nueva realidad en nuestra vida. Amén.

XXXIII Domingo.  Tiempo Ordinario. Ciclo B

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