• Primera lectura: Is 52,7-10: Alzan la voz, todos a una gritan de alegría.
  • Salmo Responsorial: 97,1-6: Aclame al Señor tierra entera, griten, vitoreen, canten.
  • Segunda lectura: Hb 1,1-6: Dios se revela de muchas maneras.
  • Evangelio: Jn 1,1-18: El Verbo se hizo carne y puso tu morada entre nosotros.

Color: BLANCO

Neptalí Díaz Villán

Francis Fukuyama, “anunció” hace más de 20 años el fin de la historia. (Entiéndase aquí por historia, la dinámica que desarrolla el ser humano para construirse como tal, para hacer historia y ser protagonista de ella).

Parece que Fukuyama tenía razón si tenemos en cuenta que, infortunadamente, gran parte de la sociedad actual camina idiotizada por donde le dice el sistema y no se interesa en construir historia, ni en dejar a su paso un mundo mejor. Muchos van como por entre un túnel sin saber por qué, para qué, ni para dónde van, simplemente van, viven, o sobreviven. A los grandes ideales, a los grandes sueños: al amor, la justicia, la verdad, la fraternidad, etc., por los que tantas personas lucharon y dedicaron todas sus energías, sacrificando hasta su propia vida, les quieren dar hoy un entierro de quinta categoría. A nuestro mundo le gusta más el “rosario” enseñado por el dios consumo que habita por excelencia el los centros comerciales, nuevos templos postmodernos.

¿Para qué te metes en problemas? No hagas la guerra, haz el amor, vive el presente pues es el único que existe. ¿Para qué ves el pasado, para lamentarte? ¿Para qué el futuro, para preocuparte? Disfruta, vive el hoy y no más, (apoyados a veces con una interpretación sesgada de Mt 6,25-34). ¿Para qué pensar en los otros, en los pobres, en los miserables? Tu y yo no podemos hacer algo por ellos pues nacieron pobres, ese fue su destino, además no quieren trabajar, son unos vagos. ¿No ves que el mismo Jesús dijo que a los pobres siempre los tendremos? (Se hace una interpretación torcida de Mc 14,7). Vive tu vida y deja vivir. Té salvas o te condenas solo; así que sálvese quien pueda porque camarón que se duerme se lo lleva la corriente; no te metas en mi vida y no me meto en la tuya…

Claro que este ambiente de apatía no se lo inventaron unos cuantos aburridos sentados en una esquina. En parte es consecuencia del fracaso de muchos que quisieron construir historia, así como del fanatismo con el que otros asumieron esta tarea. Y parece que es más fácil despertar de la apatía que cambiar la mentalidad de un fanático.

Hoy algunos dicen que Dios está por encima de la historia y que no le afectan el tiempo ni el espacio, porque para él todo es un eterno presente. Pero en medio de todo ese maremágnum, quienes seguimos a Jesús hacemos memoria y presencia, de un acontecimiento que para nosotros es definitivo: Dios irrumpe cada día en nuestra historia, como dice Juan Árias: toma asiento en nuestras fiestas humanas.

Desde siempre Dios se le ha manifestado a la humanidad por diferentes medios. Pero como dice la Carta a los Hebreos, llegada la plenitud de los tiempos nos ha hablado por medio del Hijo. Y continúa haciendo historia con el ser humano, ahora de manera más directa, pues el Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros.

Ésta es una bella confesión de fe de la comunidad cristiana que ve en Jesús la manifestación más patente del amor de Dios. La comunidad cristiana ve en Jesús la plenitud de la revelación, en tanto que él, con su manera de vivir y de hablar, con sus pensamientos, sus sentimientos, sus actitudes, sus opciones vitales y con todo su acontecer histórico nos mostró cómo ser auténticamente humanos e hijos de Dios.

Jesús dejó que Dios aconteciera en su vida, se hiciera carne y moldeara toda su historia. Por eso es la vida que da luz a la humanidad (Jn 1,4b). La vida de Jesús, y todo aquello que genere vida en plenitud, se convierte en criterio para juzgar lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo noble y lo ruin, lo bello y lo feo. Así como fue Jesús, debe ser todo aquel que quiera ser auténticamente humano: “he aquí el hombre”  (Jn 19,5); he ahí el modelo de ser humano, el paradigma de vida. En Jesús se cumple a plenitud el plan de Dios; él es la culminación de un largo proceso de comunicación de Dios al mundo. En él Dios ha manifestado su gloria, su gracia, su luz de manera plena.

Jesús asumió su condición humana y permitió que Dios se revelara en él, que por medio de él el Verbo se hiciera carne. Y hacerse carne es asumir la humanidad con todo lo que tiene: tristezas, alegrías, preocupaciones, trabajos, sueños, ilusiones, miedos, traumas, esperanzas, deseos, pensamientos, sentimientos, impulsos y, por supuesto, los grandes sueños que la postmodernidad declaró muertos.

La realidad no se puede ocultar, hay que reconocerla sin miedo. La maldad, los peligros, la oscuridad, la frustración y la muerte, están presentes en el mundo y muchas veces las sufrimos. Y tenemos el riesgo de sucumbir, de ir tras caminos equivocados que conducirán a la perdición. Tenemos el riesgo de llevar una vida vacía de sentido, tibia y mediocre. Pero en medio de todo hoy la Palabra nos da un mensaje de esperanza: la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no pueden ocultarla; aunque no la acojan, ahí esta la luz para todo aquel que la acepte.

Dios sigue hablando, se sigue revelando, quiere seguir encarnándose en nuestra historia, en nuestra vida, en nuestra humanidad. Muchos rechazan esa oferta gratuita. Vino a los suyos y los suyos no la recibieron (Jn 1,11). Nosotros estamos invitados a aceptar esa luz maravillosa en nuestra vida, a creer en el Verbo que se hizo y se hace carne; que puso y pone su morada entre nosotros. Estamos invitados a asumir el hoy de nuestra historia, con sus luces y sus sombras, con las cosas bellas y con la corrupción, con los peligros y las oportunidades, con la fuerza del Verbo encarnado que nos da valor para vencer el desencanto, la desesperanza, la mediocridad, la vida vacía, que nos hace ver todo con nuevos ojos, que nos ayuda a encontrar cada día el sentido de la vida y nos conduce irreversiblemente hacia la plenitud.

Estamos invitados a creer en Jesús, es decir, a vivir en comunión con él, a seguir sus pasos y a configurar nuestra vida según el paradigma propuesto por su palabra y su persona. A partir del seguimiento de Jesús y de la apertura a la gracia, llegaremos ser hijos de Dios, creaturas nuevas nacidas del agua y del Espíritu, y participaremos de su vida, de su gloria, de su luz. Con la gracia del Verbo encarnado escribiremos una historia de salvación en la cual seamos protagonistas, en los sueños, en la planeación, en el trabajo, en lucha, en la victoria.

Señor Jesús, hermano, amigo, compañero de camino, de sueños, de luchas, de fracasos, de esperanzas… te bendecimos porque eres el mejor don para la humanidad, la revelación más patente del amor misericordioso de Dios, Padre y Madre común.

Creemos en ti, en tu camino, en tu causa, en tu proyecto. Nos unimos a ti, queremos configurar nuestra vida contigo, vivir en comunión contigo, seguirte de todo corazón y realizar a plenitud el plan de salvación. Reconocemos que muchas veces le hemos dado la espalda a la luz, hemos tomado caminos equivocados y hemos vivido las consecuencias. Reconocemos que a veces la oscuridad pareciera reinar en nuestro mundo y nos dejamos inundar por ella y en medio de ella nos sabemos para dónde coger, damos pasos torpes y ponemos en peligro nuestra vida.

Te pedimos que vivas, reines y conduzcas nuestra vida. Creemos firmemente que la luz brilla en las tinieblas, que la vida vence la muerte, que contigo siempre hay una luz de esperanza. Creemos en ti, acogemos tu luz, seguimos tus pasos y estamos seguros de que viviremos a plenitud y seremos conducidos irreversiblemente por sendas de vida eterna. Amén.

IV Domingo. Tiempo de Adviento. Ciclo B

III Domingo. Tiempo de Adviento. Ciclo B

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