Jueves, 19 de junio del 2025
Color: BLANCO
- Primera lectura: Gen 14,18-20: Le proporcionó pan y vino y luego lo bendijo.
- Salmo Responsorial: 109: Yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora.
- Segunda lectura: 1Cor 11,23-26: Hagan esto en conmemoración mía.
- Evangelio: Lc 9,11b-17: Y todos comieron y quedaron satisfechos.
“Cuerpo y Sangre de Cristo”

Para quienes de manera cerrada creen que el camino de Jesús debe dedicarse exclusivamente a lo espiritual y evitar compromisos humanos, la fiesta de hoy no dejará de ser un instrumento más para profundizar en su mediocridad humana y su misticismo alienante.
Pero podríamos ver esta fiesta con mente abierta, celebrarla con el Espíritu de Aquel que murió y resucitó para darnos nueva vida, y descubrir la fuerza poderosa que se esconde detrás de una celebración con un profundo contenido social y humano.
En el evangelio de hoy encontramos un clásico problema del ser humano: el hambre. Aquí chocan dos posturas distintas ante esta problemática: la evasiva y la comprometida.
La primera postura fue la de los Doce: “Despide a la multitud para que vayan a los pueblos y los campos de los alrededores a pasar la noche y a buscar alimentos, porque aquí estamos en un lugar despoblado.” (v. 12b). Esta postura la tienen quienes limitan su vivencia de fe a una oración intimista y egoísta. Quienes reciben la comunión como un acto piadoso individualista se postran para adorar a Cristo presente en la Eucaristía dentro de una lujosa y costosa custodia, pero les importa “un comino” el hambre de la humanidad. Si acaso, rezan para que los cerca de 925 millones de seres humanos que en el mundo padecen desnutrición, encuentren benefactores y para que los niños que a cada minuto mueren de hambre, hayan sido bautizados y así no se queden solos en el limbo, lejos de Dios y de su salvación.
Es un signo muy preocupante que en nuestros países latinoamericanos, con más del 95% de “cristianos”, crezca cada vez más la brecha entre ricos y pobres, que haya tanta gente empobrecida y tanto dinero en manos de unos pocos, tantos dientes apretados y tanta rabia contenida a causa de la corrupción, la injusticia y demás “pecados sociales”. ¿Dónde están los cristianos? ¿Acaso rezando?
Algún piadoso despistado podría añadir: “¡Señor contigo sí! ¡Contigo sí! Hasta la muerte si quieres contigo; pero por favor despide la gente. Señor, quiero estar contigo a solas, en la intimidad de mi corazón y en lo más profundo de mi ser. Señor, quiero sentir el suave soplo de tu espíritu, por favor despide a la hambrienta y pestilente muchedumbre, que interrumpe nuestra intimidad espiritual…”
A esa postura evasiva de los Doce y de tantos pseudo-cristianos pietistas de hoy, Jesús propone: “DENLES USTEDES MISMOS DE COMER” (v.13ª). Se trata de enfrentar la realidad y buscar la solución a las dificultades con la gracia del Espíritu de Jesús resucitado. En el caso del Evangelio de hoy, se trataba de dar solución a la falta de pan, teniendo en cuenta que el pan en el evangelio hace referencia al consumo básico para que el ser humano viva dignamente: alimento, salud, vestido, vivienda, etc.
Bien lo dijo el Concilio Vaticano II: “La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no pertenece al orden político, económico o social: el fin que le asignó es de orden religioso. Con todo, de esta misión religiosa emanan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar según la ley divina la comunidad humana. Por lo mismo, cuando se presente la necesidad, según las circunstancias de lugar y tiempo, la Iglesia puede, o mejor dicho debe, crear obras que estén al servicio de todos, principalmente obras que estén al servicio de los más necesitados, como las obras de misericordia y otras semejantes”.
Pero ¿cómo vamos a dar solución a tremenda problemática? “No tenemos más que cinco panes y dos pescados; a no ser que fuéramos a comprar comida para todo este gentío.” (v. 13b)
No se trata de asistir con limosnas a quienes no tienen qué comer. No se trata de darles el mercado para los pobres o la ropa de segunda que estorba en el ropero, para tranquilizar las conciencias. ¡La moneda hace al mendigo! La asistencia social se debe hacer sólo en algunos casos extremos. Cuando se presenten enfermedades que limiten a la persona para trabajar, cuando se dan desastres naturales, y otras calamidades semejantes.
No se trata de comprar para dar. No se trata de asistir. Se trata, sobre todo, de generar las estructuras necesarias que posibiliten la producción y distribución justa de los recursos. Por eso les dijo Jesús: “hagan sentar a la gente en grupos de cincuenta” (v. 14b). En el mundo antiguo sólo los hombres libres podían comer sentados; los esclavos debían comer de pie porque estaban siempre dispuestos a las órdenes de su amo. Sentarse por grupos significa trabajar de manera libre y organizada, para hacer realidad el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces. El cristiano es aquel que hace la obra de Jesús. ¿Los cristianos de hoy repetimos esta obra “milagrosa”?
En la segunda lectura, Pablo le hace un fuerte llamado de atención a la comunidad de Corinto por las eucaristías mal celebradas. No porque tuvieran errores doctrinales o litúrgicos. El problema era éste: “Mientras unos pasan hambre el otros se emborrachan” (1Cor 11,21b). De esa manera se come indignamente la Cena del Señor. Y ante esto Pablo fue muy tajante: “el que come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación, por no reconocer el cuerpo” (1Cor 11,29).
¿Qué significa no reconocer el cuerpo de Cristo? ¿Acaso dudar de la presencia real de Cristo en la Eucaristía? ¿Acaso poner en duda la llamada transubstanciación? ¡No! Pablo es muy claro: “Ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno en su lugar es parte de él” (1Cor 11,27). Negar el cuerpo de Cristo es negar al hermano, es pretender llevar una vida de cara a Cristo y de espalda a los hermanos, lo cual es absolutamente incompatible.
¿Cómo celebramos los cristianos de hoy nuestras eucaristías? ¿Formamos realmente el cuerpo de Cristo o nos conformamos con recibirlo sacramentalmente? No basta con afirmar que la Iglesia vive de la Eucaristía (J.P. II), porque como dijo Marcelo Barros, el núcleo del misterio de la Iglesia es la solidaridad, ágape, expresado en la eucaristía. Por tanto, la Iglesia si quiere seguir a Jesús debe vivir del amor solidario, testimonio del Reino de Dios, expresado como signo en la eucaristía, que nos impulsa a su vez, a que cada día vivamos la fiesta del pan compartido, como lo hizo Cristo.
Una Eucaristía bien celebrada es aquella que nos conecta profundamente con el misterio de Jesucristo y su amor solidario hacia toda la humanidad. Una Eucaristía bien celebrada nos ayuda experimentar el gozo de sentirnos reconocidos como hijos de Dios, amados y fortalecidos con el alimento de salvación. Una Eucaristía bien celebrada nos ayuda a vencer el miedo y nos hace sentir seguros porque Dios camina con nosotros y nos fortalece. Una Eucaristía bien celebrada nos hace sentir hermanos en Jesús, con igualdad de derechos y dignidad. Una Eucaristía bien celebrada nos compromete necesariamente a combatir los males que vejan hoy a la humanidad: el hambre, la destrucción de la ecología, la injusticia, el maltrato, el abandono, el desamor… y a buscar una humanidad nueva, libre, digna y llena de la auténtica vida que Dios quiere para sus hijos… ¿Cómo celebramos hoy nuestras eucaristías?
Oración
Señor Jesús, te pedimos perdón porque efectivamente muchas veces hemos celebrado indignamente nuestras Eucaristías. Perdón porque a veces convertimos este maravilloso gesto de amor donativo en un acto intimista y egoísta, en el cual buscamos sólo nuestros intereses personales. Perdón por las veces que celebramos a las carreras, sin ganas, sin entusiasmo, por salir del paso. Perdón el desorden y la falta de respeto en muchas de nuestras celebraciones.
Te damos gracias, Jesús, por este don maravilloso de la Eucaristía. Gracias por tu entrega generosa, por tu palabra, por tu vida toda ella dispuesta a compartir con amor oblativo. Gracias, porque sigues presente en cada uno de nuestros pasos y especialmente en el misterio eucarístico, cada vez que comemos el pan y bebemos el vino en memoria tuya y trabajamos comprometidamente por la justicia del Reino, como Tú lo hiciste. Ayúdanos a vivir afectiva y efectivamente este misterio, por medio de una sentida y profunda celebración y con un trabajo bien hecho y con buenos resultados a favor de la dignidad de vida para las personas.
Que como Tú Jesús, seamos pan que se parte y se comparte para dar vida y que estemos dispuestos a sellar con nuestra sangre la construcción de los cielos nuevos y la tierra nueva donde haya vida digna y abundante. Amén.
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