• Primera lectura: Ecl 3,2-6. 12-14: “Honrar a padre y madre”.
  • Salmo Responsorial: 127: “Comerás del fruto de tu trabajo”.
  • Segunda lectura: Col 3, 12-21: “Revístanse de sentimientos de compasión”.
  • Evangelio: Lc 2, 22-40: “El niño iba creciendo y fortaleciéndose”.

Fiesta. Color: BLANCO

Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana

Hoy es la fiesta de la Sagrada Familia, es sabido por todos que la familia es una institución sagrada y bendecida por Dios. Hoy tenemos el compromiso de velar por el fortalecimiento de las familias, es necesario seguir creyendo y apostando por familias sanas, ya que si tenemos familias sanas tendremos también una sociedad sana.

En el Evangelio encontramos que: “Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor todo primogénito varón será consagrado al Señor”, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones.” Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él.

Un detalle muy puntual, el Espíritu Santo moraba en el anciano Simeón precisamente por ser justo y piadoso. “Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor.”

Tremendo privilegio el de Simeón, al recibir este anuncio  de que no le llegaría la muerte hasta tanto no viera al Mesías esperado. Atendiendo a esta promesa e Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz: porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo, Israel.”

Si nos detenemos un poquito a pensar, Simeón devuelve lo que él mismo ha recibido y es la bendición que ofrece al niño que tiene en sus brazos y lo hace emocionado reconociendo y anunciando al  mismo tiempo la salvación que trae y la luz que vence la oscuridad del pecado para toda la humanidad en este niño.

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: “Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.” Por lo dicho más arriba, nos damos cuenta que Simeón es sincero y realista al momento de dirigirse a María, al decirle muchos se caerán, pero se levantarán, es decir, que la predicación de Jesús es directa e invita a un cambio de vida profundo, mientras que la manera en la cual iba a Morir Jesús en la profecía del anciano destrozaría el corazón de esta mujer.

 “Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.”

 Es decir, que no solo Simeón profetizó en torno al niño, sino que también Ana, una mujer de fe hablaba maravilla del niño. “Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.”

Finalmente siguen María y José aferrados al cumplimiento de la ley sagrada de presentar a Jesús en el templo, pero también recordemos que ambos abrazan la ley civil, al subir desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David que se llama Belén, para inscribirse en el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Es un ejemplo hoy para nuestras familias cumplir con lo que manda la ley sagrada y en esa medida cumplir también con lo que manda la ley terrena.

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