Color: MORADO.  III Semana del Salterio

  • Primera Lectura. Os 6,1-6: “Quiero misericordia, y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos”.
  • Salmo Responsorial: 50,3-4.18-19.20-21ab: “Quiero misericordia y no sacrificios”.
  • Evangelio. Lc 18,9-14: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.

Queridos hermanos y hermanas: hoy las lecturas nos invitan a reflexionar sobre la misericordia de Dios, que nos da la oportunidad de arrepentirnos y transformar nuestras vidas. En un mundo que a menudo busca la justicia sin piedad, Dios nos ofrece un camino distinto, uno de compasión y perdón.

En el libro de Oseas, el profeta nos invita a un retorno sincero a Dios, diciéndonos: “Vamos a volver al Señor… Mi juicio se manifestará como la luz” (Os 6,1-6). Esta luz no es un juicio que condena sin esperanza, sino una luz que ilumina el corazón, que nos muestra el camino de vuelta a Dios. La misericordia divina es más fuerte que nuestra miseria humana. Nos invita a volver, a arrepentirnos y a encontrar en Él un perdón que nos sana y nos renueva.

El Salmo nos recuerda que, ante Dios, lo que realmente importa no son los sacrificios externos, sino un corazón contrito y humillado. “Quiero misericordia, y no sacrificio” (Sal 50). Esto significa que Dios no está interesado en rituales vacíos, sino en nuestra disposición interior, en nuestra voluntad de acercarnos a Él con sinceridad. La misericordia de Dios no es algo que se gane a través de nuestras obras, sino que se nos da como un regalo inmerecido, una invitación a la conversión y al perdón.

En el Evangelio de hoy, Jesús presenta la parábola del fariseo y el publicano, en la que el fariseo se jacta de su rectitud, mientras que el publicano, consciente de su pecado, clama: “Oh, Dios, ten compasión de este pecador” (Lc 18,9-14). Este grito es la expresión de un corazón arrepentido, que no se justifica ante Dios, sino que se abandona completamente a su misericordia. Jesús nos muestra que el camino hacia la salvación no es a través de la autosuficiencia, sino a través de la humildad y la confianza en la compasión de Dios.

Al darnos “la feliz esperanza de arrepentirnos”, el Señor nos llama a no desanimarnos ante nuestras caídas, sino a confiar en que siempre podemos volver a Dios, a Él que nos espera con brazos abiertos. La misericordia de Dios es infinita y siempre está dispuesta a acogernos, renovarnos y darnos un nuevo comienzo.

Que este mensaje de misericordia nos inspire a acercarnos a Dios con humildad, reconociendo nuestras debilidades, pero confiando en su infinita compasión.

(Guía Litúrgica)

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