Jueves, 17 de abril del 2025
- Primera Lectura. Éx 12, 1-8.11-14: “Este día será para ustedes memorable, en él celebrarán la fiesta al Señor”.
- Salmo Responsorial: 115, 12-13.15-16bc.17-18: “El cáliz de la bendición es la comunión con la sangre de Cristo”.
- Segunda lectura. 1 Cor 11, 23-26: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; hagan esto cada vez que beban, en memoria mía”.
- Evangelio. Jn 13, 1-15: “Pues si yo, el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros”.
Color: BLANCO
“Amor, lavatorio y Cena del Señor”
Hay tres elementos que van necesariamente unidos: el amor, el lavatorio de los pies y la Eucaristía. El amor misericordioso fue el móvil que impulsó toda la vida de Jesús. Su vida, su palabra, su obra, su entrega generosa hasta el extremo, todo, sólo se entiende desde la perspectiva del amor. No de cualquier amor. Es del amor tal como lo entendió y lo vivió Él. Por eso la invitación es muy clara: “Ámense unos a otros, como yo los he amado”.
El lavatorio de los pies es una sublime manifestación del amor generoso que se manifiesta en el servicio. Es un acto supremamente revolucionario porque es romper con toda categoría de poder que oprime. Es optar libremente por no dejarse dominar por el deseo de imponer la voluntad propia sobre otras personas y vencer el deseo natural de sentirse superior a los demás, sobre todo, si se ha adquirido cierta posición. Es la auténtica libertad que se hace patente en la persona que no se deja emborrachar por el poder y todo lo que hace lo ve como una oportunidad de servir.
Hay dos traiciones: la de Judas y la de Simón. Judas traiciona a Jesús entregándolo a sus enemigos. Simón Pedro traiciona a Jesús porque se niega a romper con la categoría de poder que impone la voluntad propia y tiene esclavos a su servicio. Se niega a aceptar que Jesús, el Señor, como lo llama, está puesto al servicio de los demás. “Tú no me lavarás los pies jamás”. Como Simón Pedro representa aquí la autoridad, el relato denuncia además esa manera de entender el liderazgo, como poder que impone, y no como servicio que se dona. Simón Pedro se aferra a su manera de entender la autoridad, como privilegio que le da derecho a tener servidores y se niega a aceptarla como servicio humilde que para nada le da estatus.
Por eso Jesús fue muy contundente: “Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo”. En otras palabras: si no rompes con esa mentalidad, si no estás dispuesto servir con generosidad, si te sientes más y mejor que los demás por el hecho de tener un ministerio, no tienes nada que ver conmigo. Podrás tener los títulos más bonitos, los ministerios más reconocidos, hablar en nombre de Dios y hasta tener fama de santo, pero si no rompes con eso, no tendrás nada que ver conmigo.
Y eso no va solo para Simón Pedro. Por eso, al final les habló a los demás. Porque la invitación a servir es para todos, cualquiera que sea el ministerio que se desempeñe. Y la tentación de reclamar algún privilegio habita también en todos. “¿Comprenden lo que he hecho?” Preguntémonos nosotros si hemos entendido la propuesta humana de Jesús. Preguntémonos si, tal vez, también tenemos la mentalidad de Pedro. Recordemos que si mantenemos esas categorías de poder, si no nos liberamos de esos falsos pedestales, no tenemos nada que ver con Jesús. “Ustedes me llaman ‘El Maestro’ y ‘El Señor’, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros”.
La Cena de Jesús hunde sus raíces en la celebración de la Pascua judía y en las cenas que compartió con diferentes personajes. Él tomó asiento en las fiestas humanas como invitante o como invitado (Lc 7,36; 11,37; 14,1; 9,12; Mc 2,15; 7,1; Mt 9,10; 11,18; Jn 21,9; Lc 15,23; Mt 22,4). Con Jesús el Reino de Dios no era un futuro, sino un presente bajo el signo de la mesa compartida, pues la comunión de mesa, equivalía a la comunión de vida con los hermanos y con Dios.
No podemos comprender la naturaleza de la Cena del Señor si no tomamos en serio las comidas de Jesús con su comunidad de discípulos y discípulas, con sus amigos y amigas, a lo largo de su vida pública. En las comidas Jesús se reveló a sí mismo y dejó ver el rostro de Dios en Él. “Ahí está la revelación directa de Jesús en su más simple verdad…”
“Las comidas que Jesús comparte con los discípulos durante toda su vida, anuncian y anticipan el banquete del fin de los tiempos, el festín nupcial celeste, ya prometido por los profetas. Al mismo tiempo, significan que las personas que se consideraban perdidas se ven acogidas en la comunidad de salvación… Las comidas de Jesús eran entonces señales de la salvación definitiva que él inauguraba, señales de la nueva comunión con Dios y de una nueva fraternidad entre los seres humanos”. Con Él las personas se sintieron queridas, aceptadas y amadas. Jesús les mostró el Amor del Padre: “En estas comidas cotidianas, anunció una nueva fraternidad entre los seres humanos y significó el Reino abriendo la participación en su mesa a todos: pobres, pecadores y gente marginalizada”.
“En la comida se conoce al caballero”, dice el adagio popular. Las comidas de Jesús nos muestran cómo fue su vida: sencillo, sin tanto protocolo, irreverente con los orgullosos, amable con todos. Comió con el fariseo y el publicano, con mujeres y con niños, con “santos” y pecadores, con ricos y pobres, con todos. Convirtió la comida en un lenguaje salvífico en el que todos tenían cabida; lo único que no tenía cabida era la exclusión.
Anunció el Reino a partir de la comida, no tanto como un simple rito sino como una vida entera en comunicación con Dios y con el prójimo. Esto, lógicamente, no le gustó a los que transformaban la comida cotidiana así como la relación con Dios, en un privilegio de unos cuantos y excluían a los pobres o a los pecadores: “¿Cómo es que su maestro come y bebe con publicanos y pecadores?” (Mc 2,16b). “Miren cómo se familiariza con los pecadores, y come con ellos” (Lc 15,2b). “Si este hombre fuera un profeta, sabría que la mujer que lo está tocando es una pecadora, conocería la mujer y lo que vale” (Lc 7,39b). Obviamente, las comidas de Jesús fueron un elemento que mostraba su opción por la justicia, por la vida y por la verdad del ser humano. Esto no se lo perdonaron quienes estaban conformes con el sistema.
Por su parte, la Pascua judía era la fiesta de la libertad que recordaba la salida de Egipto y todo el recorrido para conquistar la llamada “tierra prometida”. En dicha Pascua se celebraba una cena cargada de signos para manifestar la presencia de Dios y alimentar las esperanzas del pueblo. La comida empezaba con el lavado de las manos, se pasaba a una primera copa mientras se decía: “Bendito seas, Señor, Dios nuestro, Rey de los siglos, que nos das el fruto de la vid”. Luego compartían hierbas amargas, frutas, pan y cordero.
Seguidamente, la mujer de la casa encendía la lámpara, se bendecían los cirios y se hacía un segundo lavado de manos. Se pasaba a la berakah (bendición) pronunciada por el presidente de la asamblea sobre la última copa de la comida, de la cual todos tomaban. Con esto evocaban la venida del Mesías y se consagraban a Dios. El presidente, por lo general el padre de familia, invitaba a asociarse a la acción de gracias ante la copa de vino mezclada con agua, mientras cantaban. Era un momento especial para experimentar al Emmanuel (Dios con nosotros).
La última cena se dio, posiblemente, “la última tarde de su vida, que la pasó en Jerusalén, con el grupo de sus discípulos. Y, desde luego, no se excluye que estuvieran también presentes las discípulas, que habían subido con él a Jerusalén”. Se llevó a cabo en un ambiente de zozobra; no era el momento para danzas, bromas y alegría espontánea como había ocurrido en otras oportunidades. “Pensar que Jesús, pocas horas antes de su muerte, no había sospechado ni previsto la desgracia que se le venía encima, significaba negar a Jesús un sentimiento realista. No sólo el conflicto acompañó casi incesantemente a Jesús durante toda su actividad pública, sino que además Jesús mismo, bajo la impresión de ese conflicto, hizo notar a sus discípulos que permanecer a su lado y seguirle era peligroso. Jesús había hablado del seguimiento llevando la cruz y de la posibilidad de perder la vida (Mt 10,37); sería, pues, imposible afirmar que el peligro que él veía venir sobre sus discípulos, no lo viera venir también sobre él”.
En esta cena Jesús no estaba pendiente de su “presencia real” en ese pedazo de pan y en el poco de vino. Lo que hizo fue compartir fraternalmente la Cena Pascual en medio del ambiente tenso por la persecución. Los diferentes relatos de la cena del Señor manifiestan no tanto las mismísimas palabras de Jesús, sino su manera de vivir y su entrega total por el ser humano.
“Esto es mi cuerpo, entregado por ustedes, hagan esto, en memoria mía”. “Esto” quiere decir que a partir de ese momento la comunicación de Él sería a través de esa cena pero, sobre todo, que de ahí en adelante la comunidad sería su cuerpo. El cuerpo es la parte material de quien se relaciona con el otro y carne – sangre es la persona viviente, finita y mortal que se entrega, se comunica y se dona como alimento.
Cuando Jesús dijo “Mi cuerpo que se entrega”, hablaba de su entrega real a sus amigos en el día a día. “Hagan esto en memoria mía” es un gesto que acompaña el “dar”. Es decir que, tal como vivió Jesús, deberían vivir sus discípulos.
“Beban”. Beber la copa es signo de la unidad fraterna que debía expresarse en forma permanente. “Ésta es mi sangre”. “En los sacrificios, el elemento sangre se reservaba para Dios y por eso Cristo quiere hacer significar que su sangre es la que sella la alianza, así como fue la sangre, la que selló la primera alianza en el Éxodo 24,8a”. “Derramada por todos” significa que la entrega de Jesús no fue para un grupo de privilegiados sino para toda la humanidad. “Para el perdón de los pecados” significa que su sangre es la que hace realidad la reconciliación en la nueva alianza con Dios. Que la comunión con Jesús libera al ser humano de todas las ataduras, de todas las esclavitudes y le permite participar de la auténtica vida en plena libertad y felicidad.
Jesús invitó a comer su carne y a beber su sangre. Los evangelios sinópticos (Mt, Mc y Lc) hablan de comer el pan, y el Cuarto Evangelio (Jn 6,52s) le añade el término carne para insistir en la humanidad de Jesús. Comer su carne es aceptar la historia concreta del Verbo que se hizo carne, asumiendo totalmente la humanidad y comprometiéndose por su causa histórica. Beber su sangre es valorar y aceptar la sangre derramada por Jesús, como criterio de trabajo por la salvación humana. Es decir, que el medio de lucha por una nueva humanidad no es el poder, la fuerza, el dominio, sino el servicio, el amor y la no violencia; una autoridad dada por una vida que transparenta la verdad y el amor de Dios.
No debió ser fácil asimilar aquellas palabras de Jesús, pues comer su cuerpo y beber su sangre no es sólo un acto piadoso de unión angelical, como lo representan muchas pinturas, canciones o reflexiones que pueden tocar el sentimiento, pero están lejos del Jesús que vivió y se entregó por una humanidad nueva. Comer el cuerpo de Jesús significa asimilarle a Él, aceptar su persona y actividad histórica como norma de vida. Él mismo da la fuerza para ello, al hacerse pan (alimento).
La sangre que se derrama significa la muerte violenta y la persona en cuanto sufre tal género de muerte. “Beber de la copa” significa, por tanto, aceptar la muerte de Jesús y comprometerse como Él, a no desistir de la actividad salvadora por temor, ni siquiera a la muerte. “Comer el pan” y “beber la copa” son actos inseparables; es decir, que no se puede aceptar la vida de Jesús sin aceptar su entrega hasta el final, y que el compromiso de quien sigue a Jesús incluye una entrega como la suya. ¿De verdad queremos entrar en comunión con Jesús, comer su cuerpo y beber su sangre? ¿Estamos dispuestos a asumir los riesgos que esto implica? ¿Estamos dispuestos a vivir como Él e, incluso, a morir como él, en memoria suya?
Celebrar con decoro y respeto los sacramentos es de suma importancia. Pero no podemos quedarnos simplemente en las normas litúrgicas. Es necesario celebrar con dignidad y, sobre todo, con un sentido profundo que nos haga entrar realmente en comunión con Jesús, con su palabra, su vida, su compromiso histórico, su opción fundamental por la justicia del Reino. Todo esto debe llevarnos hacer lo mismo que Él hizo. Sobre el amor: “Ámense unos a otros, como yo los he amado”. Sobre el lavatorio: “… les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros”. Y sobre la Eucaristía: “Hagan esto en memoria mía”. ¿Cómo la vemos?
Oración
Gracias, Padre Dios, por el maravilloso testimonio de Jesús, Hijo tuyo y hermano nuestro. Su vida, su palabra, su entrega generosa por la justicia del Reino hasta su muerte ignominiosa en el madero de la cruz son para nosotros la prueba más fehaciente de tu amor misericordioso.
Señor Jesús, te bendecimos por todo lo que nos diste. Porque por tu opción radical por el Reino de Dios y su justicia arriesgaste tu propia vida y tu seguridad personal. Gracias porque no te reservaste nada, porque no le diste cabida al egoísmo, al miedo, a la avaricia, a la codicia, a la injusticia… porque de tu limpio corazón brotaron los sentimientos más humanos, más nobles y con valores universales que hoy iluminan nuestra vida.
Jesús, hermano, amigo, salvador nuestro; hoy queremos comer tu cuerpo y beber tu sangre, porque queremos entrar en comunión contigo. Nos unimos profundamente a tu proyecto, a tu causa, a tu lucha, a tu búsqueda incasable de una nueva humanidad, verdaderamente justa, libre y feliz, de cara a Dios y de cara a los demás seres humanos. Hoy queremos sentir y vivir como Tú, sufrir con aquel que sufre, llorar con aquel que llora, reír con aquel que ríe… soñar, servir, compartir, amar… como Tú. Con tus mismas ganas, con tu mismo estilo, con tu mismo Espíritu que te acompañó durante toda tu vida. Amén.
Otros temas del mismo autor:
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Ciclo C
V Domingo. Tiempo Cuaresma. Ciclo C
IV Domingo. Tiempo Cuaresma. Ciclo C
Lecturas: Vigilia Pascual en la noche Santa. 19 de abril del 2025
Moniciones: Vigilia Pascual en la noche Santa. 19 de abril del 2025
Homilía: Vigilia Pascual en la noche Santa. 19 de abril del 2025
Lecturas: VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR, 18 de abril del 2025
Moniciones: VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR, 18 de abril del 2025
Homilía: VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR, 18 de abril del 2025
Si deseas recibir las moniciones en tu móvil por WhatsApp, únete a este grupo: https://chat.whatsapp.com/EtrjvAFOHLd6l62G9LDwI7
Tenemos un canal de WhatsApp, aquí está el enlace, por si deseas unirte:
https://www.whatsapp.com/channel/0029ValBpZA4yltKpk6w9A2C
Aquí podrás escuchar el Evangelio y la reflexión para hoy:
Pasando de la Cuaresma a la Pascua
Semana Santa: Fe, Reflexión y Oración
La discoteca Jet Set: una tragedia que se pudo evitar