Martes, 15 de agosto del 2023
Color: AZUL/BLANCO
- Primera Lectura. Ap 11, 19a;12,1-6a.10ab: “Una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas”.
- Salmo Responsorial. Salmo Responsorial: 44,11,12ab.16: “De pie, a tu derecha, está la reina”.
- Evangelio. Lc 1, 39-56: “¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!”.
“Aquí está la esclava del Señor”
En un pueblo mariano por excelencia como el dominicano, donde es casi imposible que puedas encontrar algún rincón, algún pueblo, donde no haya una advocación mariana, es fácil aceptar lo que es una verdad evidente, que, desde sus inicios, la Iglesia ha tenido una gran devoción por la Virgen María, la Madre de Dios. El reconocimiento y la consideración por María ha sido algo siempre presente entre los creyentes católicos.
La Asunción de María significa aliento y consuelo para nuestra esperanza, el que creamos que María de Nazaret esté ya en el cielo, es solo una figura y una anticipación (de) que nuestra Iglesia, y con ella cada uno de nosotros los creyentes, seremos también glorificados al lado de nuestro Salvador.
Lo interesante de la Palabra de Dios para hoy es fijarse en la lectura evangélica que la Iglesia nos propone para comprender la grandeza y la dignidad de María. Menos mal, que al menos en las Sagradas Escrituras, podemos encontrar personas como María, que pese a tener una misión tan especial encomendada por Dios, la supo aceptar con humildad y con espíritu de servicio. Declarándose la “humilde esclava del Señor”.
En la Visitación, Isabel saluda a María de una forma magistral: “Dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Era un recibimiento a su prima que iba a ayudarla en la necesidad. Y la respuesta de María es maravillosa, el canto del Magnificat, un canto tan impresionante y tan lleno de contenido que desborda todo lo que nosotros podamos decir sobre él. Digamos lo que digamos no lo podremos hacer mejor que ella lo hizo. Pues como dice el refrán de la “abundancia del corazón habla la boca”. Ella que se siente querida por Dios, proclama su grandeza y vive esa relación desde la humildad y la aceptación de sus planes sobre ella.
Dios no solamente mira la pequeñez, al pobre o al humilde, sino que cuenta de manera especial con ellos, y los capacita para realizar su misión. Aunque con nuestras debilidades, su misericordia llega a nosotros, desbordada, sin medida. Nada importa que seamos poca cosa, poco fiables, Dios sigue acordándose de su misericordia, de su alianza, de su amor.
La oración que brota de labios de María enfrenta, en antípodas a los poderosos, los ricos y los soberbios de corazón, y por otro los que se humillan, los humildes y los pobres. Es evidente que el Evangelio y que Dios optan claramente por los humildes y resulta contundente para los soberbios y los poderosos. La Virgen María forma parte de los humildes y de los pequeños, por ello, la celebramos hoy exaltada y glorificada por la mano poderosa de Dios. A ese mismo destino estamos llamados nosotros. El camino para acompañar a María no es otro que el que recorrió ella: “Aquí está la esclava del Señor”.
La celebración mariana de la Asunción nos impulsa a realizar dos grandes y difíciles misiones: por una parte, saber reconocer a al Señor, saber descubrirlo en nuestra vida, en lo que nos pasa todos los días, en las cosas buenas y en las malas, y por otra saber darle gracias y bendecirlo cuando sentimos que obra en nosotros con su gracia.
Que la celebración de esta fiesta nos ayude a mirar como Dios nos mira y nos alegre el corazón, porque la misericordia de Dios, confirmada en la fiesta de la Asunción de María, ha llegado a nosotros, y la notamos cada día cuando vivimos nuestra relación con el Padre siempre dispuesto a acogernos y a perdonarnos. “Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios”.
Oración: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros tus hijos, para que de tu mano gocemos de la providencia divina y alcancemos los dones eternos. Amén.
(Guía Litúrgica)
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