• Primera lectura: 2Sam 7,1-5.8b-12.14.16: La casa la construiré yo.
  • Salmo Responsorial: 88, 2-5.27-29:  Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca.
  • Segunda lectura: Rom 16,25-27: Dios tiene poder para fortalecerlos.
  • Evangelio: Lc 1,26-38: ¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!

Color: MORADO

Neptalí Díaz Villán

El “santo” rey David fue un hombre sagaz, que se la jugó toda por conseguir el poder. Perteneció, primero, a un grupo de mercenarios que prestaban sus servicios al mejor postor, hasta que logró meterse en el ejército de Saúl, primer rey de Israel. Fue un guerrero fiel y utilizó muy bien su cualidad de persuasión para hacerse amigo del rey y casarse con su hija Mikol (1Sam 18,19s).

Por las rivalidades con Saúl empezó a ser perseguido y tuvo que huir al desierto donde cuidó el ganado de los adinerados de su tiempo. Como llegó Saúl a su escondrijo, tuvo que huir y refugiarse en Filistea (1Sam. 22). Allí entabló buenas relaciones para sus intereses y aprendió la estrategia militar. Los filisteos, sin David, atacaron a Saúl, lo vencieron y éste, dominado por la frustración, se suicidó. Le tocaba el turno a David, quien atacó a los amalecitas, los venció, repartió el botín entre sus socios filisteos y la tribu de Judá (en Israel) para ganar terreno con ellos y mostrarse bondadoso, mientras que a sus socios de guerra les dijo que había atacado a Judá, para ganar más su confianza.

Cuando aprendió lo que tenía que aprender de los filisteos los traicionó: Se enfrentó a ellos, asaltó sus ciudades vecinas y se fue al desierto donde se entregó al rey Akis (1Sam 27). Luego se marchó a Hebrón, se hizo consagrar Rey (2Sam 2) y mandó eliminar a Isbaal y a Abner para que las tribus del norte quedaran solas y así despejar el camino hacia la toma del poder en todo Israel. Poco tiempo después, con las tribus del norte sin líderes, conquistó Jerusalén y quedó como nuevo Rey de Israel.

Al principio David no tenía la fe en Yahvé Dios de Israel, pero la adoptó como una estrategia política e impuso a Jerusalén como centro de culto, para tener el control de lo religioso y manejarlo a su conveniencia, con la ayuda de Sadoc quien al principio tampoco era Yavista. Después nombró a Sadoc como Sumo Sacerdote y mandó traer el Arca de la Alianza que, antes del centralismo impuesto por David, iba de tribu en tribu y de tienda en tienda. Con el Arca de la Alianza en Jerusalén esta ciudad se convirtió en marco de referencia político-religioso.

Como para los reyes las grandes construcciones siempre han sido una forma de mostrarse poderosos, piadosos o benefactores, y así trascender en el tiempo, quiso construir el templo, pero no lo logró debido a la fuerte resistencia por parte de los defensores de la fe abierta, sencilla y participativa.

Para consolidar su poder y evitar todo tipo de insurrección eliminó a todos sus opositores. Luego, invadió, dominó e impuso tributo a algunos pueblos vecinos, entre ellos, los moabitas, de donde, según el libro de Rut, era su abuela. A sangre y fuego logró un poder absoluto y un buen nivel de vida para Israel, al que después, con la propaganda política real, no le importó el proyecto liberador de Yahvé sino sólo su propio estómago a expensas de la explotación a los pueblos vecinos.

No obstante con la ayuda de los historiadores reales que lavaron su imagen, quedó como un rey bueno: el conocido “santo” Rey David. El pueblo siempre recordaba el reinado próspero y el bienestar que representó; por eso sus esperanzas estaban puestas en un Nuevo David. La primera lectura (2Sam 7) plasma los deseos del pueblo para vuelva al trono un rey davídico: No porque esa “joyita” realmente represente un paradigma de persona entregada a la construcción del proyecto de Yahvé, sino por el esplendor que mostró su reinado.

Contrasta con David la figura de María, la llena de gracia. Aquí sí es cierto que Dios no ve las apariencias, sino que mira la calidad de la persona. No se fijó en una mujer de las altas esferas de la sociedad romana, pulcramente vestida y con todas las comodidades: de la cama a la mesa, al gimnasio, a las piscinas, a los baños, los masajes, las comidas, la etiqueta, los manjares, el circo y los versos que elaboraban para matar el tiempo. No fue de las mujeres que se alimentaban de lo que robaban en las colonias, ni de las residentes en las lujosas mansiones, con muchos esclavos a su servicio; con muchas riquezas, pero tan pobres humanamente que lo único que tenían era dinero para el hedonismo individualista, y poder para extraer la riqueza aplastando la dignidad humana.

La figura de María contrasta, igualmente, con la del Zacarías, sacerdote de Jerusalén, por tanto, con reconocimiento socio religioso. (Lc 1,5-23). Dice Lucas que este anciano sacerdote no había podido tener hijos porque Isabel era estéril. Zacarías debía ser un testimonio de fe y esperanza, pero cuando el mensajero de Dios le anunció que a pesar de su ancianidad y la de Isabel, tendría un hijo, no le creyó.

El contexto de María fue muy difícil. En un pueblo patriarcal y androcéntrico (centrado en el varón), María era una mujer. En un pueblo que valoraba más la ancianidad, María era joven. En un pueblo que, como toda la humanidad, valoraba por encima de todo el dinero y la posición social, María era una mujer pobre, de la periferia. Pero Dios se “escapó” del templo donde intentó secuestrarlo el rey David y donde quería mantenerlo los simoniacos jerarcas de Jerusalén y “se fue” a un pueblo “insignificante” al norte de Palestina, en la llamada región Galilea de los gentiles, al encuentro de María tres veces marginada: por mujer, por pobre y por joven, pero con un alma grande, bendita entre las mujeres y entre toda la humanidad. Esta mujer, María (que significa la bien amada de Dios), la llena de gracia, “cautivó” a Dios con su sencillez y calidad humana.

Y Él, que no impone nada a nadie, en su infinita misericordia y respeto por la libertad humana, la invitó a formar parte de su plan realizador para el ser humano, sin el cual no podría lograrlo, pues como dijo S. Agustín: “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Dios creyó en ella y le reveló el plan en el cual su trabajo sería definitivo; ella, después de pensarlo muy bien y aclarar las cosas, creyó en Dios y aceptó su plan, declarándose su sierva, como así lo hizo hasta el final.

Dios quiso tomar forma humana en la humanidad de esta mujer, y en su vientre puro se fue gestando el Emmanuel (Dios con nosotros), el creador de la nueva humanidad, el Nuevo Adán, el hombre de quien nos vino la salvación pues en él se manifestó de manera plena la misericordia de Dios.

“Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor y daré a conocer que su fidelidad es eterna, pues el Señor ha dicho: Mi amor es para siempre y mi lealtad, más firme que los cielos” (Sal 88). Gracias Padre por la figura bella de María, por su testimonio de humildad, de auténtica grandeza humana, por su fe, por su disponibilidad para llevar a cabo tu plan de salvación. Gracias por su sí generoso de principio a fin, con sus palabras y con sus obras.

Creemos firmemente que para ti no hay nada imposible y por eso nos disponemos a continuar tu obra, a trabajar por el Reino, a dejarnos transformar por tu gracia y fecundar por tu Espíritu. Con María hoy te decimos, Sí. Sí queremos ser continuadores de tu obra, sí queremos vivir en comunión contigo, con tu amor, con tu misericordia, con tu justicia…

Nos disponemos totalmente para que tu Palabra se haga vida en nosotros. Para que, en nuestra fragilidad humana, en el interior de nuestro propio ser y en el interior de nuestras familias y comunidades, se geste el ser humano nuevo, que viva bajo la sombra del Espíritu, conducido por tu luz, fortalecido por tu gracia y realice a plenitud tu plan salvífico. Amén.

III Domingo. Tiempo de Adviento. Ciclo B

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