• Primera lectura. Hb 10,11-18: “Pondré mis leyes en sus corazones y las escribiré en su mente, y no me acordaré ya de sus pecados ni de sus culpas”.
  • Salmo Responsorial: 109,1-2.3.4: “Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec”.
  • Evangelio. Mc 4, 1-20: “A ustedes se les han comunicado los secretos del reino de Dios”.

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La siembra es una parte esencial de la vida en nuestro país, la República Dominicana. La agricultura ha sido, y sigue siendo, el sustento de muchas familias, proporcionando no solo alimentos, sino también un sentido profundo de conexión con la tierra. Sembrar es un acto de esperanza, pero también de paciencia y trabajo arduo. Sabemos que una semilla no crece solo hacia arriba, sino también hacia abajo, echando raíces antes que el fruto aparezca. Este proceso nos habla de la vida espiritual: la semilla de la Palabra de Dios debe echar raíces profundas en nuestros corazones para dar frutos en nuestra vida.

En el Evangelio de Marcos, Jesús utiliza la parábola del sembrador para enseñarnos cómo la Palabra de Dios actúa en nosotros. En su tiempo, la agricultura era una parte central de la vida diaria, y Jesús respetaba profundamente el trabajo de aquellos que vivían de la tierra. Al contar esta parábola, nos invita a reflexionar sobre cómo recibimos la Palabra y en qué tipo de terreno estamos permitiendo que caiga.

Jesús habla de varios tipos de terreno: el camino, las piedras, las zarzas y, finalmente, la buena tierra. Estos terrenos representan las diferentes maneras en que las personas reciben la Palabra de Dios. A veces, las preocupaciones de la vida, los miedos o las distracciones no nos dejan crecer espiritualmente, como las zarzas que ahogan las plantas jóvenes. Otras veces, la superficialidad o la falta de compromiso hacen que nuestra fe se seque rápidamente, como la semilla que cae entre piedras. Pero Jesús nos llama a ser buena tierra, un terreno fértil donde la Palabra de Dios pueda crecer y dar frutos abundantes.

El desafío para nosotros, como cristianos católicos, es identificar qué obstáculos nos impiden crecer y cómo podemos superarlos. ¿Qué hay en nuestra vida que nos aparta de Dios? ¿Qué actitudes, pecados o preocupaciones ahogan la semilla que Dios ha plantado en nuestro corazón? Jesús nos invita a prepararnos, a limpiar el terreno de nuestra vida para que su Palabra eche raíces profundas.

En el texto de Hebreos, se nos recuerda que Cristo, al ofrecerse a sí mismo, nos ha reconciliado con Dios de una vez por todas. Su sacrificio ha preparado el terreno para nuestra salvación. Ahora, depende de nosotros recibir su Palabra y permitir que crezca en nosotros.

Jesús menciona que la buena tierra produce «una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno». Esta imagen nos invita a ver la abundancia de vida que podemos lograr si permitimos que Dios actúe en nosotros. No todos darán los mismos frutos, pero cada uno está llamado a producir según sus capacidades.

En nuestra vida diaria, enfrentamos piedras y zarzas: las dificultades, los problemas, las injusticias. Pero si permitimos que la semilla de la Palabra de Dios eche raíces en lo profundo de nuestro corazón, creceremos y daremos fruto, incluso en los momentos más difíciles.

¿Qué tipo de terreno eres hoy? ¿Qué puedes hacer para convertirte en buena tierra y dar frutos abundantes?

(Guía Mensual)

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