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  • Primera Lectura. Hch 7, 51-8, 1a: “Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijando la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios”.
  • Salmo Responsorial: 30, 3cd-4.6ab.7b.8a.17 y 21ab: “A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”.
  • Evangelio. Jn 6, 30-35:“Señor, danos siempre de este pan”.

El pasaje evangélico para hoy nos narra cómo desde tiempos antiguos la gente pide signos de confirmación, no somos dados a creer antes de ver, y muchas veces por vista nos engañamos, pues optamos por creer en signos externos. Lamentablemente muchos hemos caído en asociar la calidad de las personas con las cosas que exhiben o dicen tener. Tendemos a aferrarnos a lo material, a las fáciles ganancias y comodidades. De ahí tantos engaños y situaciones de vida trastornadas por querer fijar nuestras seguridades en lo que no nos da vida verdadera ni sacia nuestra sed.

Éste es uno de los pocos momentos en los que Jesús se identifica clara e inequívocamente ante la gente, cuando dijo: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás». Estas palabras de nuestro Señor aún buscan espacio en nuestro tiempo para ser creídas y aceptadas. Solo la gracia santificante del Espíritu Santo abre nuestros corazones para CREER vivamente en Jesús, pan de vida, agua que sacia eternamente la sed.

En una ocasión escuché a alguien decir, «solo mirar a Jesús en la cruz me basta para entender la grandeza de su entrega y sacrificio, no necesito que me confirmen que Él me ama pues Él pende de la cruz por amor a mí».

El tiempo de Pascua es propicio para, en humildad, pedir al Señor que su Santo Espíritu nos mantenga la gracia de creer, proclamar y vivir conforme a esa declaración (de) que Jesús es nuestro pan de vida. El tiempo de Pascua es propicio para pedir Gracia divina para no endurecer nuestras mentes, corazones y manifestaciones de vida pidiendo signos al Señor cuando ya hemos recibido el mayor de todos: Jesús en sacrificio por nuestros pecados y para nuestra salvación.

Clamemos a Jesús Eucaristía que nos ayude a vivir como auténticos hijos suyos cada día, sin alardear y esforzándonos por ser entes propagadores de ese pan de vida que nos sostiene y promete saciar la sed.

Este reconocimiento de Jesús como el pan de vida nos invita a reflexionar sobre cómo alimentamos nuestra alma. En un mundo lleno de distracciones y tentaciones que buscan alejarnos del camino verdadero, es crucial recordar que solo Jesús puede ofrecernos la plenitud y la satisfacción eterna que tanto anhelamos. Vivir en congruencia con esta verdad implica una constante búsqueda interior, una disposición para dejar a un lado lo superficial y adentrarnos en una relación profunda y personal con Dios.

A través de la oración, la meditación de la Palabra y la participación en los sacramentos, especialmente la Eucaristía, nos nutrimos espiritualmente y encontramos la fuerza para enfrentar las adversidades con fe y esperanza. Que, en este tiempo de Pascua, nuestro corazón se abra aún más a la comprensión y aceptación de Jesús, no solo como el pan de vida que sacia nuestra hambre espiritual, sino también como el camino, la verdad y la vida que nos guía hacia la salvación eterna.

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