Homilía: IV Domingo.  Tiempo de Cuaresma. Ciclo B

Color: MORADO.  III Semana del Salterio

  • Primera Lectura. Os 6, 1b-6: “Quiero misericordia, y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos”.
  • Salmo Responsorial: 50, 3-4.18-19.20-21ab: “Quiero misericordia y no sacrificios”.
  • Evangelio. Lc 19, 9-14: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.

La tradición de los profetas es admirable porque de un drama personal y de un episodio que lacera su corazón ―amor dolorosamente burlado― ofrecen un mensaje más que alentador y afectivo: el acuerdo que Yahveh establece con su pueblo es un hermoso matrimonio de amor mutuo, de cariño sin reservas; romper este convenio reviste, cuando menos, el perfil de grave ruptura.

A Dios no le convence ni poco ni mucho que se mantenga la dulce quietud de la alianza por el mero logro social y personal; por el contrario, a él le agrada sobremanera la conversión interior, un corazón vuelto siempre a su agrado y dignidad, ya que detesta la falsía del culto, la religión vacía, la manipulación de lo religioso que disimula el insobornable amor de Dios a su pueblo.

El que desea ser conocido por sus hijos solamente pide amor congruente, traducciones diarias y prácticas en las formas convivenciales de servicio, reconocimiento y gratitud. Y es que un sencillo y veraz gesto de misericordia tiene más cercanía de Dios que todos los holocaustos y sacrificios.

En el Evangelio para hoy encontramos un modelo y un contra modelo de relación con nuestro Padre: uno de pie, el otro postrado; uno agradece a Dios ser como es, el otro sólo demanda misericordia. Dos maneras de decir de Dios: una haciéndole saber los propios logros y méritos; otra, la que lo espera todo de Dios porque, como pecador, no puede hacer mejor cosa.

Sencilla lección la de esta página evangélica: Dios se deja descubrir desde la evidente indigencia de los hombres porque se nos ofrece como misericordia y bondad, no como garante de hipotéticos e interesados méritos personales.

En definitiva, este relato de Lucas nos habla del perfil de misericordia de todo el evangelio anunciado por Jesús que, a su vez, nos exige una sincera conversión y la reconciliación personal y comunitaria.

(Guía Litúrgica)

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