Color: MORADO.  III Semana del Salterio

  • Primera Lectura. Dt 4, 1.4-9: “Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo les mando cumplir”.
  • Salmo Responsorial: 147, 12-13.15-16.19-20: “Glorifica al Señor, Jerusalén”.
  • Evangelio. Mt 5, 17-19: “Les aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o tilde de la ley”.

El mejor argumento que puede esgrimir Moisés ante los suyos para motivarles a que sigan la ley de Yahveh, en el largo camino del desierto, es la historia de superación que ellos y sus padres han vivido en el pasado. La fuerza de la exhortación estriba, además, en que, si cumplen la Ley del Señor que por su medio dio a los israelitas, pisarán más pronto que tarde la anhelada Tierra de la promesa.

La teología del Deuteronomio pone muy de manifiesto que la Ley mosaica es expresión de la voluntad divina y, por lo mismo, contenido primordial de la Alianza. Si tal cumplimiento se verifica, los peregrinos del desierto caerán en la cuenta (de) que es una ley sublime, mejor que cualquier otra de los pueblos vecinos, y, al mismo tiempo, será la mejor prueba de que el Señor está en medio de su pueblo, el que Él se escogió como heredad.

Por eso el pueblo elegido debe mimar la memoria para cantar y contar, de generación en generación, cuánto ama Dios a su pueblo. Y así la historia de salvación se suma al argumento de la Ley para cultivar la fidelidad del pueblo a su Dios de generación en generación.

Los primeros cristianos disputaban no poco respecto a cómo hacer ahora, en el nuevo tiempo, una apropiada lectura de la vieja Ley mosaica: ¿obligaba aún?, ¿había que releer sus preceptos? Los fariseos admitían, de entrada, que el hombre debe practicar las buenas obras que lo hacen justo a los ojos de Dios, pero la interpretación de la ley que hacían los llevó al atolladero de una insoportable casuística que los hacía caer en la trampa del menor esfuerzo posible.

Jesús, por su parte, ha sido enviado como Mesías no para anular la fuerza normativa del Antiguo Testamento, sino para encauzar su plena realización como una ley del Espíritu, donde quede siempre a salvo el amor servicial a Dios y al prójimo, clave de toda norma dada por Dios a sus hijos.

La propuesta de Jesús es admirablemente sencilla: vivir la Ley desde dentro, desde la luz de la propia conciencia y corazón, como un regalo de Dios, y advertiremos por nosotros mismos cuán atractivo es el camino del seguimiento del Maestro y cuán sugerente es la plenitud de su Palabra.

Por esto es severo el juicio sobre los que conculcan la norma divina, dado el valor de Palabra y voluntad del Padre que tiene. Lo que evoca el precioso eco del genial resumen de San Agustín: “ama, y haz lo que quieras”.

(Guía Litúrgica)

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