• Primera lectura: Ex 20,1-17: Yo soy el Señor tu Dios que te saqué de Egipto.
  • Salmo Responsorial: 19: Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón.
  • Segunda lectura: 1Cor 1,22-25: La paradoja cristiana.
  • Evangelio: Jn 2,13-25: ¡No sigan haciendo de la casa de mi Padre un mercado!

Color: MORADO.  III Semana del Salterio

La religión en el pasado estuvo muy vinculada a la política. La política, en particular la autoridad, necesitaba siempre una legitimación religiosa. En tiempos de Jesús las mismas autoridades religiosas eran autoridades políticas. Jesús intentó liberar la religión de la política, con el gesto profético de la purificación del templo, convertido en una especie de Banca Nacional. Por ello fue condenado a muerte.

No es fácil liberar la religión del poder político, de la búsqueda de poder. Algunos creen ilusoriamente que la política actual es totalmente temporal. Al contrario, la política está ocupando el puesto de la religión.

Lo que le preocupaba a Jesús es que el sistema político-religioso ocupara el puesto de Dios. Al final todo se convierte en un mercado y se olvida que todo, también la religión y la política, deben estar al servicio del hombre. Por eso los profetas recordarán las exigencias del Decálogo, sobre todo en lo que toca a las relaciones con el prójimo y la tutela de los derechos fundamentales: la vida, la verdad, el amor, la propiedad.

La propuesta de Jesús es destruir el sistema y edificar otro nuevo. Se trata de construir un nuevo modelo de religión no centrado en el templo y la dependencia política, sino en adorar a Dios en espíritu y verdad. Esto es posible gracias a su propia persona resucitada por el Padre. Es en Jesús donde el Padre se hace presente y actuante. La desaparición del templo y del sacerdocio hizo que el judaísmo y el cristianismo pusieran en el centro la Palabra de Dios y la vida familiar.

Sin duda en el cristianismo el centro es Jesús, Palabra encarnada, que se hace presente en la comunidad de los creyentes a través de su Espíritu. Esta comunidad es una comunidad de fe y no una comunidad política. Es una comunidad que se constituye como tal cuando se reúne como Iglesia para escuchar la Palabra de Dios y celebrar la Eucaristía. De hecho, el lugar de reunión al principio fueron las propias casas.

Con el tiempo también el cristianismo reconstruyó sus templos y sus ministros se convirtieron en sacerdotes. Pero nunca debemos olvidar que sólo los nombres se parecen a lo que era el culto antiguo. Desgraciadamente, a veces volvemos al culto antiguo. Por eso es necesario avivar el espíritu profético de Jesús en nuestras comunidades para que huyan de la tentación del poder y sean manifestaciones de la debilidad de Dios. La salvación está en la cruz y no en el poder. Que la celebración de la Eucaristía avive en nosotros el espíritu profético, para ser testigos de las exigencias de Dios en nuestro mundo.

(Guía Litúrgica)

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