- Primera lectura. Miq 7, 14-15.18-20: “No conserva para siempre su cólera, pues le gusta la misericordia”.
- Salmo Responsorial. 102, 1-2.3-4.9-10.11-12: “El Señor es compasivo y misericordioso”.
- Evangelio. Lc 15,1-3.11-32: “Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre”.
Color: MORADO
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”
Las palabras del profeta Miqueas son una buena introducción a lo que nos va a decir Jesús en el Evangelio sobre el Padre Dios. Es un Dios dispuesto a absolver continuamente nuestras culpas, que no permanece en la ira sino en su misericordia y que arroja nuestras culpas a lo hondo del mar.
Muchas veces nos preguntamos cómo es Dios, sobre todo, cuál es su reacción ante nuestros pecados cuando le damos la espalda. Después de lo que Jesús nos manifiesta en la parábola de hoy no nos puede quedar duda (de) que nuestro Padre Dios está siempre dispuesto a perdonarnos, a esperar nuestra vuelta cuando nos marchamos de su casa.
En efecto, el hijo menor representa a los que se alejan del buen camino. Es el hambre lo que le hace reaccionar, lo que le hace entrar en sí y reflexionar sobre su vida, lo que le hace emprender el viaje de vuelta.
Por eso, cuando regresa, su primera sorpresa es que encuentra al Padre esperando su retorno y que al verle corrió a su encuentro, pero no para recriminarle lo que había hecho, sino para abrazarle y cubrirle con cariño.
Casi no le deja hablar, casi no pudo decirle esas palabras que traía preparadas desde hacía tiempo, amasadas en los momentos de malestar y de decepción, que su aventura le había proporcionado: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Este hijo fue honesto consigo mismo y el padre simplemente le acogió, le perdonó y para celebrarlo preparó un gran banquete.
El hijo mayor, representa a los que están en la Iglesia y cumplen las normas, pero su corazón está muy lejos de Él. No han experimentado a Dios como Padre. Este hijo es el cumplidor, el que, aunque está siempre en la casa del Padre, la soberbia y la envidia impiden que la gracia de Dios actúe en él. Todos, de alguna manera, tenemos algo de estos dos hijos, pero a lo que estamos llamados los cristianos es a ser como el Padre, misericordiosos con todos.
(Guía Litúrgica)
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