- Primera lectura. Is 1, 10.16-20: “Si saben obedecer, comerán de los frutos de la tierra”.
- Salmo Responsorial. 49, 8-9.16bc-17.21 y 23
- R/. Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios”.
- Evangelio. Mt 23, 1-12: “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
Color: MORADO
“Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos”
Nuestra primera reacción ante lo que nos dice el Señor en la primera lectura es que ojalá fuese así, que nos dejemos empapar siempre de su palabra y fecunde nuestro corazón y todas nuestras acciones para que cumplamos su voluntad. Así como la lluvia no puede dejar de empapar la tierra sobre la que cae, igual la Palabra de Dios no puede dejar de empapar nuestro corazón y transformarlo.
Pero hay momentos y momentos en nuestra existencia. A veces, en los momentos malos, nos acordamos más del Señor y le pedimos que venga en nuestra ayuda con su lluvia, con su palabra, sabiendo que hará caso de nuestros ruegos. Pero también en los momentos buenos el Señor está dispuesto a echarnos una mano: “Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos”. La medicina que tiene nuestro Dios es ofrecernos su palabra, una palabra que lleva a la vida, cuando dejamos que empape nuestro corazón.
En el Evangelio, Jesús instruye a sus discípulos sobre cómo deben rezar. La primera indicación es que no usen muchas palabras. La razón es muy sencilla: “Su Padre sabe lo que les hace falta antes que se lo pidan”. Quizás lo que colorea el resto de esta enseñanza de Jesús es que deben dirigirse a Dios como a un Padre: “Padre nuestro del cielo”. Si logramos caer en la cuenta (de) que Dios es nuestro Padre, todo en nuestra vida va a cambiar, La primera consecuencia es que nos sentiremos acogidos en “buenas manos”. Y desde este amor y esta confianza viviremos todo lo que nos ocurra en la vida.
Buscaremos su reino, que Él reine en nuestro corazón y en todos los hombres, y que su nombre sea santificado, y nos encantará cumplir su voluntad, le suplicaremos que nos dé el alimento para ese día, el pan, las fuerzas y luces necesarias para seguir el camino de su Hijo y perdonaremos a nuestros hermanos porque Él siempre nos perdona… En fin, viviremos así la sublime realidad de ser hijos de Dios y hermanos de todos los hombres.
(Guía Litúrgica)
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