• Primera lectura: Gen 22,1-2.9-13.15-18: No alargues la mano contra tu hijo.
  • Salmo Responsorial: 115: Vale mucho a los ojos del Señor la vida de sus fieles.
  • Segunda lectura: Rom 8,31b-34: ¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?
  • Evangelio: Mc 9,2-10: Se transfiguró… su vestido se puso resplandeciente.

Color: MORADO.  II Semana del Salterio

Neptalí Díaz Villán

No alargues la mano contra tu hijo: Según la mentalidad manejada por las religiones antiguas, los dioses exigían sacrificios de niños, de manera especial del primogénito, para calmar su ira por los pecados cometidos y para distribuir las dádivas entre los mortales. Esta práctica era común también en la región cananea, donde empezó el pueblo de Israel.

El relato del “sacrificio” de Isaac dio un no rotundo a estas prácticas: “no alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada”. Aquí nos metemos en un campo muy espinoso, pues hablamos de prácticas que las personas consideraban, aunque dolorosas, absolutamente sagradas e intocables, ya que eran impuestas por los mismos dioses. ¿Cómo decirle a esa gente que sus prácticas religiosas se deberían cambiar por ser inhumanas, si ellos pensaban que estaban en lo correcto? Si a alguien se le hubiera ocurrido hacerlo de manera directa, se le habría rechazado, y acusado de perturbar el orden y la recta doctrina. Hoy algunos antropólogos ortodoxos lo acusarían de atentar contra la cultura y la identidad de un pueblo.

El relato tiene una pedagogía muy interesante. En principio no entra a condenar las costumbres religiosas. En un primer momento se une a las prácticas: “Toma a tu hijo único, que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indique”. Hasta aquí era lo que pedían las religiones cananeas. Aparentemente se une a las prácticas cananeas, pero para luego decir ¡YA NO MÁS! ¡Ya probé tu fe!: “no alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada”.  ¡Por favor ya no más! ¡No más sacrificios humanos en nombre de Dios! ¡Dios es el Dios de la vida, no el Dios de la muerte! (Mc 12,27)

En pleno siglo XXI esta práctica se sigue dando en algunas regiones del planeta. En nombre de Dios o en nombre de alguna causa, se mata e incluso se suicida mucha gente, con el fin de acabar con el enemigo. Es el caso de los Kamikazes japoneses y, los más nombrados últimamente, fundamentalistas islámicos. Pero la fe y el amor a Dios, y cualquier tipo de amor, si es auténtico, no nos puede conducir al homicidio, ni al suicidio. En esa época, como una alternativa se propusieron la utilización de corderos para el sacrificio a Dios. Ésta es una forma muy inteligente y muy sabia de proponer el cambio.

La humanidad debe ir madurando, y las religiones no deben convertirse en obstáculo para la sana evolución humana.  Todas las culturas, todos los pueblos, todas las religiones y todas las iglesias, así como todas las personas necesitan evolucionar. Las personas y los pueblos tenemos elementos muy ricos que necesitamos conservar y potenciar, y tenemos vicios perjudiciales que necesitamos cambiar. Con un análisis global serio y objetivo, sin ridiculizar ni condenar, necesitamos proponer y promover pedagógicamente los cambios necesarios para el crecimiento como seres humanos.

Esto no justifica de ninguna manera la destrucción de las culturas que se ha dado a lo largo de la historia humana y que se sigue dando hoy con la imposición de la cultura dominante (etnocentrismo).

¡Qué bien se está aquí!: La utilización de la religión como tranquilizante no es sólo de la época del humanismo ateo que vio en ella un opio para el pueblo. También hoy ha aparecido un vasto mercado religioso que ofrece paz al alma herida, y tranquilidad para los corazones destrozados por los trajines diarios. El nirvana que nos haría olvidar los problemas y vivir en un mundo espiritual alejados de lo mundano. ¡Claro! La Nueva Era, podría decir alguien. Pero cuidado, porque no estamos hablando únicamente de la Nueva Era; nosotros cristianos y católicos también podemos convertir nuestra fe en una religión mercantilista y tranquilizadora.

En la montaña, signo del encuentro con Dios, Pedro, Santiago y Juan, vieron la divinidad que había en Jesús. Divinidad manifestada también en los grandes maestros del primer testamento; a lo largo de la historia del Pueblo, tanto en Elías (o sea en los profetas), como en Moisés (o sea en todo el proceso de liberación y consolidación como pueblo, con leyes que lo condujeran por el camino correcto). Este texto nos señala a Jesús como la presencia viva de Dios salvador de la humanidad entera. Jesús es presentado como la plenitud de la historia, la síntesis humana y la síntesis de Dios.

Sucede que a veces, la experiencia religiosa se limita únicamente a una contemplación del misterio que lleva a evadir la realidad con sus placeres y dolores; a un misticismo adormecedor y a un quietismo peligroso que desconecta del mundo y del rumbo de la historia: “Maestro, ¡qué bueno que estemos nosotros aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Pedro tenía miedo a bajar de la montaña porque Jesús les había anunciado que iban a tener serios problemas; tan serios que el Hijo del Hombre iba a ser  procesado y ejecutado por los notables del pueblo. Además, los había invitado a asumir la cruz (Mc 8,27-38).

Esta tentación no la tiene únicamente Pedro. Es fiel reflejo de los riesgos de nuestro camino con Jesús. Qué rico quedarnos aquí, qué rico sentir a Cristo en el corazón, qué linda la oración, los cantos y las alabanzas. ¡Hagamos tres chozas! Entonces, impulsados por el miedo y por el deseo de seguridades, tenemos la tentación de “enchozarnos” y de quedamos en la montaña sin bajar a la llanura porque ésta nos aterra; porque tomar la cruz y enfrentar el mundo con su cruda realidad nos da miedo. Pero un cristianismo sin cruz, un cristianismo sin compromiso, un cristianismo light, es un cristianismo vacío y engañador. Un opio.

Bien lo dijo Luís Espinal: “Si la religión sólo hablara de un dios en las nubes, no habría interferencias… Pero el problema salta cuando la religión dice que Dios se ha hecho carne, irrumpiendo en la historia de la humanidad. Y el problema se agudiza todavía más cuando la religión dice que el hombre es hijo de Dios y no puede ser esclavo de nadie. La religión no puede ser opio del pueblo si los cristianos nos mantenemos fieles a Cristo quien valora toda injusticia hecha a Dios. Por eso la religión no puede permanecer neutral… pero nosotros hemos dejado tan en ridículo a Dios, que resulta fácil no creer, en nuestra iglesia ya no hay profetas, sólo hay hombres prudentes. Y no es cristiano quien se siente seguro, sino quien busca…”

La montaña es el lugar de los sueños, de la oración, de la contemplación y del éxtasis ante la majestuosidad de la naturaleza. Desde la montaña podemos contemplar el horizonte: las cordilleras, los valles, los ríos, el mar y el barquito que se asoma a lo lejos. Desde la montaña podemos ver una ciudad silenciosa que marcha a un ritmo armónico con el trabajo humano. Desde la montaña, un hombre recogiendo cachivaches en su destartalada carreta, en la cual montan sus cuatro hijos y sus dos perros, no se distingue del imponente automóvil de vidrios polarizados. Desde la montaña, el tugurio donde una familia hace de las lágrimas su pan, no se distingue de la quinta donde se derrocha sin parar.

Nos hace bien subir a la montaña. Nos hacen bien los momentos de retiro para pensar y orar, para hacer memoria de acción salvadora de Dios en la Ley y los profetas (Moisés y Elías). Nos hacen bien la solemnidad en las celebraciones litúrgicas que nos sensibilizan con lo sagrado, así como la alegría y la algazara de las alabanzas y de la gimnasia sagrada mezclada con las risas y el canto.

Pero no podemos “enchozarnos” en la montaña, tenemos que bajar a la llanura y enfrentar el mundo cara a cara, así nos dé un poco de miedo. Una cierta seguridad es razonable, pero si se convierte en valor absoluto y obsesivo caemos en el aislamiento sedentario. Nos llenaremos de pavor por los cambios y de odio a lo nuevo, y nos dará miedo enfrentar las realidades personales, familiares y sociales.

Creer en Dios no es evasión de la vida por dura que esté. Jesús debe ser motivo de una profunda alegría, unida a una estimulante y militante esperanza. Qué bueno experimentar a Dios en la montaña pero también, qué bueno es bajar a la llanura y enfrentar las realidades humanas, con la fuerza de Dios Padre y Madre. Subamos a la montaña y descendamos a la llanura, siempre con Jesús, el Hijo muy amado, a quien debemos escuchar y seguir.

Oración

Jesús, amigo, hermano, compañero de camino, Hijo amado del Padre, reflejo fiel de su amor misericordioso y comprometido con el ser humano. Gracias por todas las experiencias bellas que vivimos inspirados, acompañados y conducidos por la gracia de tu Espíritu. Gracias porque hoy nos permites estar aquí en esta montaña, en este encuentro, contigo, con tu Palabra, con Abraham, Moisés, Elías y toda la historia del Salvación.

Te pedimos que también nosotros descubramos las realidades que necesitamos cambiar a nivel personal, familiar, eclesial y social. Que podamos decir, a la luz de la Palabra, iluminados por tu Espíritu y según los signos de los tiempos: “Basta ya”. Danos la sabiduría, la decisión y la fortaleza para poder realizarlo.

No nos dejes caer en la tentación de un espiritualismo desencarnado, pietista, generador de miedos, alejado de la realidad. No nos dejes caer en la tentación de un activimismo desaforado que nos conduciría a una vida superficial. Inúndanos con la gracia de tu Espíritu para vivir siempre llenos de tu amor, con la seguridad de sentirnos parte de este gran proyecto de salvación y comprometidos con el trabajo por la justicia del Reino. Que podamos disfrutar de nuestra estadía en la montaña, que podamos gozar de nuestras fiestas, de nuestras liturgias, de nuestros encuentros especiales con los hermanos y contigo. Que nos llenemos de ti y, en plena comunión contigo, bajemos a la llanura para que seamos testigos de la Buena Nueva. Amén.

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