8 de diciembre de 2024
- Primera lectura: Bar 5,1-9: Dios mostrará a toda la tierra tu esplendor.
- Salmo Responsorial: 125, 1-6: Él ha estado grande con nosotros y estamos alegres.
- Segunda lectura: Flp 1,4-6.8-11: El que empezó la obra, la llevará a feliz término.
- Evangelio: Lc 3,1-6: ¡Preparen el camino del Señor!
Color: MORADO
“¡Preparen el camino del Señor!”
Baruc es un antiguo libro deuterocanónico escrito probablemente por judíos que vivían en Alejandría entre los siglos II y I a.C. Para su elaboración se valieron de algunos manuscritos hebreos originales. El libro hace referencia simbólica a los judíos exiliados en Babilonia y a Baruc, amigo y secretario del profeta Jeremías, a quien se atribuye su autoría.
El fragmento que leemos hoy es un bello poema que canta con júbilo la hora en la que Dios va a salvar a su pueblo y a transformar totalmente su historia, de tal manera que todos puedan ser testigos de su obra. Jerusalén es presentada como una Madre que viste de luto por sus hijos deportados. Realidad que cambia cuando Dios mete su mano y hace que sus hijos vuelvan libres y llenos de gloria.
En la tradición bíblica se ponían nombres no porque les pareciera sonoro o por hacer honor a algún personaje farandulero, como suelen hacerlo hoy algunos padres despistados; lo hacían teniendo en cuenta una ocasión, un acontecimiento o una circunstancia. Para manifestar la esperanza en transformación de una realidad, o para darle identidad y misión a una persona o grupo social. Por eso Noemí, que significa bien amada de Dios, se cambió el nombre cuando había perdido la esperanza y veía que todo era amargura: entonces se llamó Mara que significa amargada (Rut 1,20-21). Isaac recibió su nombre como consecuencia de la risa de sus padres (Gn. 17.17; 18.12; 21.3–7). Samuel, como consecuencia de las oraciones de su madre (1 S. 1.20)… Hay muchísimos ejemplos.
Baruc (que significa bendito) dice que Dios le va a cambiar de nombre a esa madre enlutada y la llamará: “Paz en la justicia y gloria en la piedad.” Cambiar el nombre es cambiar la historia, es hacer posible una transformación integral de toda una situación vivida por una persona o por un pueblo. Por eso, el profeta invita a despojarse del luto y a vestirse de gala porque la gloria está cerca.
Vale la pena también pensar en muchos nombres que se le ponen a lugares, barrios, calles y que denotan una realidad, pero también un destino trágico. Nombres como: “Me quejo”, “El dolor”, “El muerto”, “El llanto”, etc., sobrenombres a personas como: “Mala suerte”, “El cojo” “El tuerto”, “El mocho”, etc. Las palabras no se las lleva el viento, van haciendo su obra devastadora o constructora en la vida de las personas, en el desarrollo de la historia. Esos ambientes dañinos hay que evitarlos y si ya estamos dentro de ellos hay que salir, como hizo Jesús con el sordo tartamudo que lo apartó de la gente para obrar en él y cambiar su historia (Mc 7,31-37).
El evangelio de hoy empieza como suelen empezar los libros proféticos: con una ubicación socio – histórica. Se trata de una época dominada por el sanguinario imperio romano, con el emperador Tiberio a la cabeza y Poncio Pilato como gobernador de Judea. Contaban con la complicidad (pragmatismo dirían hoy para distraer la atención) de los tres hijos de Herodes: los reyezuelos Antipas, Filipo y Lisanias, arrodillados ante Roma y con el cuchillo en el cuello de los pobres. ¡Y claro! No podía faltar lo religioso vendido al poder, como elemento ideológico justificador. Allí estaban Anás y Caifás como sumos sacerdotes; alta dignidad que vendía Roma al mejor postor y a quien más colaborara para sus intereses imperiales. Como ha sucedido muchas veces, la religión estaba en manos de inescrupulosos que traficaban con lo sagrado y jugaban con la dignidad de todo un pueblo. ¿Dónde estaba Dios?
Juan, por ser hijo del sacerdote Zacarías, por ley debía ser sacerdote y trabajar en el templo de Jerusalén. Se suponía que los sacerdotes eran quienes vivían más cerca de Dios, ya que trabajaban en el templo. Pero Zacarías, en cambio, no creyó cuando el ángel del Señor le anunció que iba a tener un hijo a pesar de su ancianidad y de la esterilidad de su esposa Isabel. Por no creer quedó mudo. Así como Zacarías estaban los sacerdotes del templo de Jerusalén: mudos. No podían hablar con libertad; su alta dignidad y su pertenencia a una clase privilegiada los obligaba a mantenerse al margen de toda la problemática real del pueblo, para evitar que los romanos se metieran con ellos y destruyeran su negocio: el templo.
Juan renunció al privilegio de ser sacerdote del templo de Jerusalén; lo cual había significado la posibilidad de llevar una vida tranquila y con una economía medianamente estable. ¡Pero eso sí!, tenía que mantener “el pico” cerrado.
Se trata, sin lugar a dudas, de una opción radical motivado por el Espíritu. Nuestro amigo Juan no aceptó vivir con “el pico” cerrado y se fue para el desierto. Y fue precisamente allí, en el desierto, donde Dios se le manifestó. No fue en el templo de Jerusalén. En el templo no creían en él, estaban muy ocupados en sus negocios para escucharlo. Aplicaban el muy famoso adagio que dice: “entre Dios y el dinero, el segundo va primero”.
En medio de esa humillación y del abandono que padecía el pueblo, Dios se hizo presente y tomó parte en su historia para transformarla y convertirla en historia de salvación. Dice el texto: “Dirigió Dios su palabra a Juan hijo de Zacarías, en el desierto.”
Baruc y Juan eran profetas del desierto. Es decir, profetas que hablaban desde la crisis que generaba un orden “perfecto”. Una estructura de poder que empobrecía a mucha gente, y la condena a sobrevivir en la miseria para satisfacer la insaciable sed de lucro, poder, placer y lujos de los ciudadanos romanos y sus más cercanos colaboradores en las diferentes colonias.
El pueblo vivía humillado, de luto, “adolorido de tanto sufrir”, como dice la canción. En medio de esa crisis, una voz gritó en el desierto: la voz de Dios que nunca abandona a sus hijos. Esa voz hace una promesa: la salvación; y una propuesta: la conversión.
Según lo anuncia Juan Bautista, la salvación es universal y gratuita. Pero es necesario generar una dinámica de reflexión y conversión, para permitir que llegue. La invitación de Baruc y la del Bautista, quien se vale de Isaías (Is 40,3ss), son similares: “¡Preparen el camino del Señor! ¡Ábranle vías rectas! Toda hondonada debe rellenarse, todo cerro y colina rebajarse. Que lo torcido se enderece, que se allanen los senderos escabrosos. Y verán todos los mortales la salvación que trae Dios.”
En este adviento vale la pena preguntarnos qué opciones debemos tener como Iglesia. Qué cerros debemos rebajar, qué caminos enderezar y qué hondonadas rellenar. Tal vez tengamos orgullo, prepotencia, inconsciencia, complejos, en fin… tantas limitaciones humanas para transformar. Tanto desequilibrio que genera muerte, tanta injusticia personal y estructural, tantas y tan escandalosas desigualdades en nuestra sociedad. ¿Cuál podría ser nuestra misión profética?
Estamos urgidos de conversión hacia valores distintos a los propuestos por el imperio. Estamos urgidos de relaciones sociales e interpersonales dignas y justas. Ayer dominaron Tiberio y Pilato, Antipas, Filipo y Lisanias, Anás y Caifás. Hoy el puesto lo tienen otros.
Ayer el Bautista recorrió toda la región que está a lado y lado del Jordán despertando la conciencia de la gente. Hoy necesitamos profetas, y el turno es para nosotros. Como Iglesia tenemos que convertirnos en la voz que clama en el desierto. Si la Iglesia se limita a celebrar misas y a excomulgar a quienes piensan distinto; si no sale de los templos y se va al desierto donde el pueblo sufre y clama justicia, se parecerá cada vez más a Anás y a Caifás, o al mudo Zacarías.
Ante tanta corrupción, muerte e injusticias que padece nuestro mundo, mucha gente pregunta: ¿dónde está Dios? Pero la pregunta podría ser: ¿dónde están sus representantes? ¿Dónde están los discípulos de Jesús? ¿Qué estamos haciendo nosotros? Para no ir tan lejos, ¿cómo vivimos con los miembros de nuestra familia? ¿Qué hijos estoy ofreciendo a la sociedad? ¿Cómo son mis relaciones con los vecinos, con los miembros de mi comunidad, con los compañeros de trabajo, con mi prójimo? ¿Estoy atento a servir con generosidad y a arriesgarme por defender la vida?
Oración
¡Oh Padre, Dios! Te damos gracias por toda tu acción salvadora a favor nuestro. Tu Palabra, la historia del pueblo de Israel, el hermoso testimonio de Jesús y su encarnación en nuestra humanidad, así como nuestra propia historia personal y comunitaria nos demuestran que tu voluntad es la salvación para todos. Tú conduces nuestra vida hacia la realización plena de nuestra existencia. En medio de nuestros conflictos personales, familiares, comunitarios y del drama social que vive nuestro pueblo, Tú conduces nuestra vida hacia la plenitud del Reino.
Padre Dios, Amor infinito creador y recreador de la historia, Energía insondable que lo penetra todo y lo transforma todo, te presentamos nuestra vida personal, comunitaria y social. Tú conoces nuestros problemas. Tú sabes de los que, así como antaño, se convierten en los tiranos de hoy. De los Tiberios y los Pilatos, los Antipas, Filipos y Lisanias, de los Anás y los Caifás que pretenden dominar la historia y escribirla a su antojo.
No queremos ser simples espectadores y víctimas del tejemaneje de “los grandes personajes”. No queremos ser ciegos, sordos y mudos ante la situación de nuestro prójimo. No queremos ser cómplices de la miseria y el dolor. No queremos ser simples criticadores de todo lo que existe ni mediocres desperdiciadores de tus dones. Queremos ser profetas como lo fueron Baruc y Juan el Bautista. Ayúdanos a ejercer cada día nuestro profetismo en la denuncia develadora y el anuncio esperanzador, en la oposición a todo tipo de injusticia y en las propuestas y en la realización de proyectos alternativos que generen vida, justicia y felicidad para las personas.
Te entregamos nuestros anhelos de felicidad, de justicia integrativa y de alegría solidaria. Te entregamos nuestros proyectos personales, familiares, comunitarios, eclesiales y sociales. Tú conoces el fondo de nuestros corazones y penetras lo más profundo de nuestras conciencias. Purifica nuestros pensamientos, impulsos, sentimientos y todo lo que brota de nuestro interior. Fortalécenos y danos la capacidad necesaria para trabajar en tu Reino. Nos unimos a tu voluntad salvífica con la certeza de que siguiendo el camino de Jesús e impulsados por la acción de tu Espíritu, Tú, que has empezado en nosotros esta obra buena, nos conducirás a feliz término. Amén.
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