Memoria Obligatoria: San Antonio, Abad
Homilía: II Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo C
Viernes, 17 de enero del 2025
- Primera lectura. Hb 4,1-5.11: “También nosotros hemos recibido la buena noticia, igual que ellos”.
- Salmo Responsorial: 77,3.4bc.6c-7.8: “No olviden las acciones de Dios”.
- Evangelio. Mc 2,1-12: “Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”.
Color: VERDE
“Hijo, tus pecados quedan perdonados”
En el Evangelio nos encontramos con una escena poderosa: un grupo de amigos lleva a un paralítico ante Jesús. Imaginemos por un momento cómo debió ser esa situación. Las casas de aquella época, construidas con techos de barro y ramas, eran de fácil acceso por escaleras laterales, lo que permitía subir al tejado. Estos amigos, movidos por el amor y la fe, suben al paralítico al techo y, después de abrirlo, lo bajan hasta los pies de Jesús. Este esfuerzo, su valentía y determinación, son muestras de la importancia de la fraternidad, de ayudar a los demás a llegar a los pies de Cristo.
¿Cómo se debió haber sentido el paralítico? Tal vez lleno de vergüenza, de incertidumbre, o quizás esperanzado, confiando en que sus amigos lo estaban llevando a su única oportunidad de sanación. Pero la fe de estos amigos fue tan grande que no les importaron los obstáculos. Para ellos, nada era imposible si lograban acercar a su hermano a Jesús.
Al llegar a los pies de Cristo, lo primero que Jesús hace es decirle: «Hijo, tus pecados quedan perdonados». Esto es clave. Jesús no solo se preocupa por la sanación física, sino que primero se ocupa del alma. Nos recuerda que el pecado, el mal interior, es lo que nos aleja de Dios, y antes de cualquier curación física, busca nuestra reconciliación con el Padre. El perdón de los pecados es el preámbulo para la sanación completa, para liberarnos de las ataduras espirituales que nos impiden caminar hacia la vida plena.
Los letrados, al escuchar a Jesús perdonar los pecados, inmediatamente lo cuestionan en su corazón: «¿Quién puede perdonar los pecados sino solo Dios?» Jesús, conociendo sus pensamientos, les responde con poder: «¿Qué es más fácil: decirle al paralítico tus pecados quedan perdonados o decirle: levántate, coge la camilla y echa a andar?» Con esto, Jesús revela su identidad divina, mostrando que Él tiene autoridad no solo para sanar el cuerpo, sino también el alma. Y con su Palabra, el paralítico es sanado, se levanta y camina, un símbolo de la libertad que solo Cristo puede dar.
La Carta a los Hebreos nos invita a entrar en el «reposo» de Dios, un descanso que no es solo físico, sino espiritual, cuando nos liberamos del pecado y vivimos en la gracia de Dios. Este reposo es el regalo que Jesús nos ofrece a través del perdón y la sanación.
El Salmo 77 nos recuerda la importancia de transmitir a las futuras generaciones las maravillas de Dios. Así como estos amigos llevaron al paralítico a los pies de Jesús, nosotros también estamos llamados a llevar a aquellos que están heridos, física o espiritualmente, a Cristo.
Concluimos nuestra meditación con San Juan de la Cruz quien nos recuerda: “El alma que anda en amor ni cansa ni se cansa”. Que este amor nos impulse a ayudar a los demás, a nuestros «paralíticos», a llegar a Jesús. Como familias y comunidades, esforcémonos por ser instrumentos de sanación, llevando a quienes más lo necesitan a los pies de Cristo, sabiendo que el perdón de los pecados es el primer paso hacia la verdadera sanación y liberación.
(Guía Mensual)
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Muchos no quieren la Iglesia, pero usan el calendario que ella presentó al mundo