Homilía:  II Domingo.  Tiempo Ordinario.  Ciclo C

  • Primera lectura. Hb 4,12-16: “Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande”.
  • Salmo Responsorial: 18,8.9.10.15: “Tus Palabras, Señor, son espíritu y vida”.
  • Evangelio. Mc 2, 13-17: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.

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“La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu”. Esta poderosa afirmación de la Carta a los Hebreos ratifica que la Palabra de Dios tiene el poder de transformar nuestras vidas, de llegar hasta lo más profundo de nuestro ser y enderezar lo que está torcido. No es una Palabra vacía, sino una Palabra que actúa, que sana, que nos guía y nos libera.

En el Evangelio de hoy, vemos cómo la Palabra viva de Jesús entra en la vida de los considerados pecadores. Jesús llama a Leví, un recaudador de impuestos, y le dice: “Sígueme”. Leví, sin dudarlo, deja todo y lo sigue. Es importante entender el contexto de los recaudadores de impuestos en la época de Jesús. Estos hombres eran vistos con desprecio por el pueblo judío porque trabajaban para el Imperio Romano, cobrando impuestos a sus propios compatriotas. A menudo se aprovechaban de su posición para enriquecerse, lo que aumentaba su impopularidad. Eran considerados traidores y pecadores por su cercanía con los opresores romanos.

Sin embargo, Jesús no duda en acercarse a Leví, en llamarlo y ofrecerle una nueva vida. Y no solo eso, sino que se sienta a comer con él y con otros recaudadores de impuestos y pecadores. En la cultura judía, compartir la mesa con alguien significaba aceptación y comunión. Esto escandaliza a los fariseos y letrados, quienes no podían comprender cómo alguien que decía venir de Dios podía mezclarse con personas consideradas impuras.

Jesús responde a sus críticas con una frase poderosa: «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» mostrando que Él no viene a buscar a los que se creen perfectos, sino a aquellos que reconocen su necesidad de sanación y transformación. Ser “justos” no significa no cometer errores, sino tener un corazón humilde que se abre a la acción de Dios. Por el contrario, ser “pecadores” no es solo haber cometido faltas, sino vivir sin la apertura a la gracia y el perdón de Dios.

El Salmo nos recuerda que las Palabras del Señor son espíritu y vida. Es esa misma Palabra la que llega a los corazones de los pecadores y los transforma. Así como Leví fue llamado, nosotros también somos llamados a dejar atrás aquello que nos aparta de Dios y seguir a Jesús, a quien encontramos siempre dispuesto a sanarnos y a darnos una nueva oportunidad.

Hoy, la invitación es clara: dejar que la Palabra de Dios penetre en nuestras vidas, nos transforme y nos haga mejores seguidores de Cristo. Como Leví, se nos llama a un cambio radical, a no temer dejar lo que nos ata y seguir al Señor.

San Juan de la Cruz nos recuerda: «Al final del día, seremos juzgados en el amor«. Que vivamos la Palabra con esperanza y alegría, siendo conscientes de que el llamado de Jesús está siempre presente, especialmente para aquellos que más lo necesitan. Sigamos su Palabra, sabiendo que en ella encontramos vida y salvación.

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