• Primera lectura. Hb 2,14-18: “Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella”.
  • Salmo Responsorial: 104,1-2.3-4.6-7.8-9: “El Señor se acuerda de su alianza eternamente”.
  • Evangelio. Mc 1, 29-39: “Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido”.

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«Vivo sin vivir en mí, y de tal manera espero, que muero porque no muero». Con esta estrofa, Santa Teresa de Jesús nos habla del anhelo profundo del alma por unirse a Dios, una unión que nos da fuerza y nos llena de esperanza en medio de nuestras debilidades. La Carta a los Hebreos nos recuerda que Jesús, para liberarnos del temor a la muerte y del poder del pecado, se hizo como nosotros, «partícipe de nuestra carne y Sangre». Este acto de amor revela que Jesús, al compartir nuestra humanidad, también experimentó el sufrimiento, las pruebas y la muerte. Y precisamente por eso, puede comprendernos profundamente y ayudarnos en nuestras dificultades.

Este pasaje nos da consuelo y esperanza: no estamos solos en nuestras luchas. Jesús, que conoce nuestras limitaciones, está siempre a nuestro lado, ayudándonos a superar las tentaciones y el miedo. Su sacrificio nos libera y nos da la fortaleza para enfrentar la vida con confianza, sabiendo que Él nos comprende y nos sostiene en cada momento.

El salmista nos invita a alabar al Señor por sus grandes maravillas. Nos llama a buscar siempre su presencia y a recordar sus promesas. Al igual que el pueblo de Israel, nosotros también hemos visto las obras de Dios en nuestras vidas: la sanación, el consuelo, la liberación. Él es fiel a sus promesas, y su amor perdura para siempre.

Y, hoy, vemos a Jesús nuevamente mostrando su poder Sanador. Al entrar en la casa de Simón Pedro, cura a la suegra de éste, quien estaba enferma con fiebre. Lo que es hermoso en este relato es que, tan pronto como es sanada, ella se levanta y comienza a servirles. Este gesto nos enseña que la sanación de Jesús no solo nos restaura físicamente, sino que nos impulsa a servir a los demás. Una vez que recibimos el don de la sanación, estamos llamados a compartir ese don a través del servicio y el amor a los demás.

Jesús no se detiene ahí. Después de curar a muchos otros enfermos y liberar a quienes estaban poseídos, vemos que se retira a un lugar solitario para orar, gesto que nos muestra la importancia de la conexión constante con el Padre. En medio de su misión de sanación y predicación, el Maestro siempre buscaba momentos de oración y comunión con Dios, su fuente de fortaleza. Nosotros también necesitamos tiempo de oración en medio de nuestras responsabilidades y servicios.

Hoy, felicitamos a los tantos hombres y mujeres de nuestro pueblo dominicano que, como la suegra de Pedro, dedican su vida al servicio de los demás, en la familia, en la comunidad, en el trabajo. Su esfuerzo y dedicación son un testimonio vivo del amor de Dios en el mundo. Que sigamos el ejemplo de Jesús, llevando sanación, esperanza y amor a quienes nos rodean, confiando siempre en su presencia constante a nuestro lado.

(Guía Mensual)

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