Especial de ADVIENTO

  • Primera lectura: Jr 33,14-16: El Señor, nuestra defensa.
  • Salmo Responsorial: 24,4-5.8-10.14: Señor, enséñame tus caminos,
  • Segunda lectura: 1Tes 3,12-4,2: El Señor los haga rebosar de amor.
  • Evangelio: Lc 21,25-28.34-36: Levántense, se acerca su liberación.   

Neptalí Díaz Villán

Empezamos un nuevo año litúrgico con el tiempo de adviento. Adviento es advenimiento. Es un tiempo de atención y espera de algo bueno que está por llegar. Durante estas cuatro semanas la liturgia nos ayudará a prepararnos para vivir intensamente la celebración de la Natividad del Señor.

La primera lectura pertenece al ministerio profético de Jeremías, durante un periodo muy difícil como lo fue la conquista de Jerusalén por parte de las tropas de Nabucodonosor II, rey de Babilonia en el 586 a.C. Su vida profética la había empezado hacia el año 627 a.C. Durante los primeros años de su ministerio gozó de la protección de sus amigos de la cohorte real, a quienes apoyó y legitimó. Pero nunca su vida y su ministerio fueron tan auténticos, como cuando fue capaz de rebelarse ante los poderosos debido a que sus políticas no producían bienestar para el pueblo. Fue entonces cuando le vinieron las desgracias, y el hálito reverencial del que gozaba se esfumó como espuma que lleva el mar. Lo arrestaron, le prohibieron hablar en público y lo lanzaron a una cisterna que hizo las veces de calabozo. Durante el tiempo de la guerra lo consideraron traidor y enemigo del pueblo.

Después de la destrucción de Jerusalén vino la famosa cautividad o el exilio babilónico hasta el año 538, cuando Ciro, rey de Persia, permitió que el pueblo regresara. Fue una época de desolación para quienes deportaron a Babilonia, para quienes huyeron a Egipto, así como para quienes quedaron en Palestina. El pueblo libre e independiente había desaparecido y estaba partido en tres: Babilonia, Egipto y Palestina. Ante esa realidad, Jeremías levantó su voz para ayudar al pueblo a tomar conciencia de su situación, y para decirle que, en medio de todas las desgracias, Dios caminaba con ellos dándoles consuelo, fortaleza y esperanza.

Para Jeremías, Dios iba a mostrar el amor por su pueblo haciéndolo volver a su tierra e impulsando la reconstrucción de los campos y de las ciudades. Mandando un rey justo, no como los que produjeron la crisis que los llevó a la cautividad, sino como el rey David, a quien todos recordaban con un reinado próspero. Para legitimarse como tal, el rey debería implantar la justicia y el derecho en el país.

En el evangelio nos encontramos, otra vez, con un texto escrito en literatura apocalíptica, muy similar al que estudiamos hace dos domingos, en la versión de Marcos. Este fragmento del evangelio de Lucas no anuncia catástrofes o destrucción del mundo. Es una toma de conciencia, a la luz de la fe en Jesús resucitado, de la grave situación por la que pasaban en ese momento histórico. El contexto es el mismo que vimos con el pequeño Apocalipsis de Marcos, aunque el texto de Lucas es posterior ya que se escribió después, durante los años 70 y 80 d.C. Hablamos de la guerra judía, acontecida durante los años 66 al 70 d.C., cuando las tropas comandadas por Tito Flavio Vespasiano, legado del emperador romano, destruyeron  el país como represalia al levantamiento zelote.[1]

Fueron tiempos difíciles ya que los romanos destruyeron todo. La situación la representa el evangelio cuando habla de la angustia y la desesperación que producen el estruendo y el oleaje del mar. El mar, para ellos, era el lugar donde habitaba el Leviatán, mítico monstruo marino capaz de destruirlo todo. Desde el mar llegaron las invasiones griegas, fenicias, romanas, etc., que los habían dominado. Por eso, el mar era signo de opresión, peligro y muerte. El sol, la luna y las estrellas simbolizan a los poderosos que se erigían como hijos de los astros para infundir miedo y obligar la sumisión.

Eso generó una crisis tremenda en el pueblo: destrucción, hambre, miedo, ansiedad, desolación y muerte.  Realmente la gente quedó sin aliento por el terror que amenazaba la tierra, y por los poderosos, quienes, al ser atacados, sintieron tambalear su poder y reaccionaron con más violencia y destrucción.

Ante una situación crítica, ayer como hoy, mucha gente se desespera, cae en el sinsentido de su existencia y es fácil presa de los vicios y de los agobios de la vida.  Surgen también líderes mediáticos que prometen cielo y tierra, pero en el fondo son explotadores y oportunistas, demagogos vendedores de ilusiones e ídolos, que embotan la mente y agudizan más la crisis.

El evangelio no oculta la situación crítica, pues no es un opio que adormece, sino un grito a la conciencia para que descubra a fondo la dura realidad; pero no cae en el pesimismo de ver en la tragedia un viaje sin retorno. Evangelio significa Buena Noticia, y una buena noticia no puede ser trágica. Aquí la buena noticia indica que en medio de la tragedia por la que pasaban, Dios se hacía presente para salvar a su pueblo. La figura del Hijo del hombre es aplicada a Jesús, vencedor de la muerte. La acción de Jesús resucitado al interior de las personas y de las comunidades era el motor que impulsaba los cambios necesarios, la razón para vivir en esperanza y la certeza de una liberación duradera. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con poder y gloria inmensa. Cuando comiencen a suceder estas cosas, levántense con la frente erguida, porque se acerca su liberación.”

Necesitamos estar vigilantes para descubrir las crisis que atacan nuestras familias, nuestras iglesias y nuestra sociedad en general. Vigilantes y cuidadosos con los engañadores que aprovechan para pescar en río revuelto. Vigilantes y en actitud de esperanza activa, porque Dios se hace presente para salvarnos. Necesitamos, como nos decía  la Carta a los Tesalonicenses (segunda lectura): amor unos con otros y firmeza de espíritu para ser santos e irreprensibles. “Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra”, repetíamos en el salmo.

Oración

Padre Dios, te damos gracias porque cada día vienes a nosotros con Buenas Noticias. Gracias por este tiempo de preparación para la celebración del misterio de la encarnación del Verbo en nuestra historia humana.

Tú eres Dios, Creador, fuerza y origen, fundamento de todo lo que existe. Tú nos llamas a la existencia y siembras cada día en nosotros nuevos impulsos de vida, de alegría, de fe y de esperanza. Tú nos comunicas, por medio de tu Hijo Jesús, todo el torrente de amor misericordioso que le da plenitud a nuestra vida. Al comenzar este nuevo Adviento te entregamos nuestras alegrías y esperanzas, nuestras expectativas e ilusiones, así como nuestras limitaciones y temores, nuestras debilidades e inconformismos. Libera la inagotable energía de tu amor creador, para que renazcamos a una esperanza nueva y dejemos crecer en nosotros la humanidad nueva inaugurada por tu Hijo Jesucristo.

Te entregamos nuestras comunidades cristianas, para que con tu ayuda eficaz, vivamos intensamente el Adviento como preparación a la Navidad y como tiempo dedicado alimentar nuestra esperanza. Te entregamos a los que sufren calamidades, enfermedades, tribulaciones, miseria y dolor; a quienes viven sin esperanza y a quienes ven cerca ya el momento de su partida de este mundo. Ayúdanos a todos a experimentar tu fuerza y tu gracia salvadoras que hacen renacer en nosotros cada día una esperanza nueva.

Te entregamos a las personas que viven de espaldas a la realidad y las que soportan una vida vacía de sentido. Ayúdanos a abandonar todo tipo de alienación y a vivir conscientes de la realidad, de las limitaciones y de la finitud de nuestra vida, así como de la grandeza de tu amor y la alegría de la salvación que vienen de Ti.

Te pedimos, Padre de bondad, que nuestro compromiso cristiano sea cada día más decidido. Que combatamos con fe, con sabiduría y eficiencia los males que vejan a nuestro mundo. La pobreza que afecta a dos tercios del mundo, las enfermedades y las injusticias que padecen millones de personas. Que podamos hacer renacer entre nosotros una humanidad más libre y feliz, digna de Ti y de tu bondad paternal. Todo esto te lo pedimos por medio de Jesús, Hijo tuyo y hermano nuestro que vive y hace vivir, por los siglos de los siglos. Amén.


[1] La guerra fuerte duró hasta el 70 d.C. Pero los zelotes conservaban su refugio en unas cuevas, llamadas la fortaleza de Mashada. Desde allí hacían pequeños asedios hasta que en el 73 d.C. fue desmantelada la fortaleza. Los romanos taparon todas las salidas de la fortaleza y los hicieron pasar hambre hasta que entraron con el fin de tomarlos presos o persuadirlos para que se rindieran, pero los zelotes prefirieron el suicidio antes que rendirse. Hoy los zelotes son considerados héroes nacionales, por los judíos, y cada año se conmemora su deceso con honores.

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