• Primera lectura: Is 63,16b-17.19b;64,1.3b-8: Tú sigues siendo nuestro Padre.
  • Salmo Responsorial: Sal 79: Danos vida, para que invoquemos tu nombre.
  • Segunda lectura: 1Cor 1,3-9: Dios los llamó a vivir en comunión con su Hijo.
  • Evangelio: Mc 13,33-37: Permanezcan en vela.

Color: MORADO

Por P. Wilkin Castillo, San Juan de la Maguana

Culminado el Tiempo Ordinario y damos inicio al Tiempo de Adviento con este primer Domingo, en la primera lectura del Profeta Isaías encontramos una especie de confesión publica y sincera al autor sagrado expresar: “Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado, todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento.”

Lo dicho más arriba es un retrato de una vida hundida en el pecado y sumergida en el más recóndito ambiente de insalubridad espiritual y perdida de la fe y la esperanza en Dios. “Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado, todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti, pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas en poder de nuestra culpa.”

En ese estado de darle la espalda a Dios, hay un reconocimiento serio y una necesidad por volver a la fuente que da origen a nuestra existencia y se manifiesta en estas palabras: “Sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero; somos todos obra de tu mano.”

Todo esto quiere decir, que en la vida es necesario detenernos y pensar sobre aquel que le da sentido a nuestra existencia, es donde el salmo da respuesta a una apertura de corazón y a un reconocimiento del Todopoderoso en nuestra vida: “Oh Dios nuestro, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa.”

Por todo lo dicho anteriormente Jesús en el Evangelio nos invita a estar vigilantes: “Miren, vigilen, pues no saben cuándo es el momento.”

Estar vigilantes es vivir en gracia santificante, no darle entrada a Satanás y a sus pretensiones destructivas y venenosas en nosotros. “Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.”

Hoy tú y yo somos esa casa de Dios que exige cuidado y que permanezcamos despiertos. Velen entonces, pues no saben cuándo vendrá el dueño de la casa, que es Dios mismo, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y los encuentre dormidos.

Lo que les digo a ustedes lo digo a todos: ¡Velen!” Velar es estar atentos y despiertos, pero alegres y contentos, no con temor ni temblor, ya que a quien esperamos es Rey y Señor de nuestra historia.

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