• Primera lectura: Is 63,16b-17.19b;64,1.3b-8: Tú sigues siendo nuestro Padre.
  • Salmo Responsorial: Sal 79: Danos vida, para que invoquemos tu nombre.
  • Segunda lectura: 1Cor 1,3-9: Dios los llamó a vivir en comunión con su Hijo.
  • Evangelio: Mc 13,33-37: Permanezcan en vela.

Color: MORADO

Neptalí Díaz Villán

La liturgia católica, según la organización actual, tiene tres ciclos de lecturas (A, B y C) para los días domingos y dos ciclos (año par e impar) para los días entre semana. Hace 8 días con la fiesta de Cristo Rey terminamos el año litúrgico, correspondiente al ciclo “A”. Hoy, empezamos el ciclo “B”, un nuevo año litúrgico, con el tiempo de Adviento.

Hablar de Adviento es hablar de advenimiento, de expectativa por la venida de algo o de alguien que nos traerá buenas nuevas. Por lo tanto, Adviento es un tiempo de esperanza. Digo de “esperanza”, no de “espera”, porque ésta es estática, mientras que la esperanza es dinámica. En la espera nada podemos hacer, mientras que la esperanza exige serenidad y confianza motivada por algo bueno que se aproxima, pero que a su vez pide un aporte de parte nuestra para hacer que lo esperado sea una realidad.

Durante estas cuatro semanas venideras las lecturas nos animarán a vivir el Adviento, en un primer momento, como una preparación para la celebración de la Navidad. Pero ahí no podemos quedarnos, porque nuestra esperanza no se basa sólo en celebración de la Navidad, sino que está centrada en el Advenimiento del Reinado de Dios. La celebración de la Navidad es una oportunidad para hacer memoria de la infancia de Jesús, para alegrarnos por la encarnación del Verbo en nuestra historia y para tomar fuerzas en la construcción de una humanidad nueva.

La primera lectura, que compartimos hoy, parte de la incapacidad del ser humano para surgir plenamente como individuo y como sociedad cuando se aleja de Dios. Alejarnos del culto, de la lectura y el estudio de la Palabra, y la oración, sin duda nos alejan de Dios. Pero el mensaje profético se refiere específicamente al alejamiento de la justicia: “Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti…”

Quien se aleja de la justicia no puede decir que está cerca de Dios. La persona o el pueblo que se alejan de la justicia, tarde o temprano se verán en situaciones dolorosas, tristes, de opresión y de muerte. Esto lo experimentaron los judíos en el año 587 a.C. cuando fue destruida Jerusalén por obra de los babilonios y, posteriormente, vino la larga cautividad que duró 49 años. Todo un cúmulo de problemas sociales, religiosos, políticos, etc., llevaron a esta debacle.

A ellos les habló Isaías, quien, haciendo una lectura de la realidad, descubrió la problemática, reconoció las fallas que habían cometido como pueblo y oró al Señor pidiendo la restauración. En situaciones parecidas es necesario descubrir la raíz de las desgracias, no para llorar sobre la leche derramada, ni para añorar un tiempo pasado que, aunque consideremos mejor, no podemos decir que era perfecto, sino para buscar soluciones sólidas con la gracia del Señor.

Las lecturas de hoy, y las de todo este tiempo, están en esa tónica. Desde hoy estamos invitados a vivir el Adviento, que no obstante las dificultades personales y sociales, es vivir en esperanza y creer que con la gracia de Dios podemos encontrar soluciones. Es negarse a aceptar que nuestra suerte sea el engaño, la pobreza absoluta, la miseria, la corrupción y la muerte. Es estar vigilantes, como dice el evangelio, al atardecer, a media noche, al canto del gallo o al amanecer, a la manifestación de Dios. No se trata una vigilia miedosa por la muerte o el juicio divino; es estar despiertos, “pilosos” como dicen los jóvenes, dispuestos a servir, a trabajar buscando un mundo mejor.

Vale la pena recordar que las palabras de Jesús “estén vigilantes” se han empleado de diversos modos, y de manera muy equivocada, para asustar a la gente. En la época pre-moderna les decían a las masas de “fieles” que debían “estar vigilantes” porque en cualquier momento la persona podía morir y si no estaba en gracia de Dios (entendida ésta como la vivencia de la moral judeo-cristiana-católica) iría derecho al infierno o, en el mejor de los casos, a un largo purgatorio para purificar su alma. “Si viene la pelona (la muerte), que nos coja confesados”, decía la gente.

De esta manera, todo el mundo andaba tan preocupado por la otra vida que convirtió ésta en una pesadilla, en un peregrinar bochornoso hacia el cielo. Entonces, el cristianismo fue convertido en un opio adormecedor, que llevaba a la gente a esperar sólo en la otra vida porque ésta era un valle de lágrimas del cual nada bueno podíamos esperar. Hasta que apareció el humanismo ateo, nos hizo despertar con sus críticas lacerantes, nos puso en crisis, pero nos ayudó a reflexionar y a devolverle al ser humano el sentido de la tierra. Nos ayudó, como decía Nietzsche, a caminar entre seres vivos y terrestres, entre leones y palomas, serpientes y águilas, ranas y asnos, árboles y montañas… (Así habló Zaratrustra).

Tengamos cuidado de no convertir nuestra fe y el hermoso camino de Jesús en una religión adormecedora de conciencias. Aunque cronológicamente no estamos en la pre-modernidad, algunos lloran con angustia los tiempos pasados y las estructuras feudales medievales, las grandes filas para confesarse, comulgar y confirmarse. Algunos todavía entonan: “somos los peregrinos que vamos hacia el cielo…”, “a ti clamamos los desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas…”

De la misma manera, hoy algunos grupos fundamentalistas les dicen a sus despistados adeptos que deben “estar vigilantes” porque Cristo viene por segunda vez y salvará únicamente a quienes estén con ellos, que son la verdadera iglesia de Jesús.

Necesitamos despertar, vivir nuestro propio renacimiento cristiano. Sin perder la conciencia de pecado, nuestra referencia a Dios y nuestra esperanza escatológica (la plenitud en Dios al final de los tiempos), es necesario dejar a un lado el cristiano camello, irracional, inconsciente y borrego de los sistemas, muy bien adoctrinado, pero incapaz de asumir compromisos reales con la construcción del Proyecto de Jesús.

Vivamos el Adviento: preparémonos para la Natividad y, sobre todo, para trabajar mano a mano con Jesús en su Proyecto salvador. Vivamos el Adviento: hagamos caso omiso a las melodías engañadoras de una navidad dominada por el comercio manipulado, que invita a comprar cosas inútiles. Vivamos el Adviento: confiemos, como dice Pablo en la segunda lectura que “la gracia y la paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo vienen hacia nosotros, que por Cristo somos enriquecidos en todo, que él nos mantendrá firmes hasta el final, que Dios nos llamó a participar en la vida de su Hijo…”. Vivamos el Adviento: esperemos la venida del Señor; y esperar la venida del Señor es practicar la justicia porque “Dios sale al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de sus caminos” (Is 64,4).

Oración

Dios, Padre, fuente de vida, de alegría y de esperanza. Te damos gracias por este tiempo hermoso que hoy empezamos. Tiempo para pensar, para reflexionar, para experimentar cómo tu gracia nos fortalece, nos levanta, nos transforma, nos restaura y nos da nueva vida. Reconocemos que muchas veces actuamos movidos por el egoísmo, la avaricia, los miedos… reconocemos que a veces somos injustos, herimos a los demás y nos hacemos daño a nosotros mismos.

Límpianos, purifícanos, haz de nosotros personas nuevas; te entregamos nuestra vida, abrimos nuestra mente y nuestro corazón a tu gracia salvadora: “Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros, la arcilla y tú, el alfarero; somos todos obra de tu mano”. “Oh Dios restáuranos, que brille tu rostro y nos salve, pastor nuestro, despierta tu poder y ven a salvarnos…” (Salmo 79). Amén.

Jesucristo, Rey del Universo. Tiempo Ordinario. Ciclo A

XXXIII Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo A

XXXII Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo A

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