• Primera lectura. 1Jn 4,7–10: “El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor”.
  • Salmo Responsorial: 71,2-4ab.7-8: “Que todos los pueblos te sirvan, Señor”.
  • Evangelio. Mc 6, 34-44: “Denles ustedes de comer”.

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“El amor es la fuerza más grande que existe, la única capaz de transformar el corazón del ser humano y el mundo entero”. (Papa Francisco). Hoy, las Lecturas nos invitan a reflexionar sobre el amor de Dios y cómo, cuando lo compartimos, ese amor se multiplica y llena nuestras vidas.

Jesús ve a la multitud como ovejas sin pastor y, movido por la compasión, les enseña muchas cosas. Pero su misericordia no se queda solo en palabras. Cuando sus discípulos le sugieren despedir a la gente porque tienen hambre, Jesús les responde: “Denles ustedes de comer”. Aquí vemos un gesto de amor y generosidad que supera toda lógica. Con cinco panes y dos peces, alimenta a miles de personas. Este milagro no es solo un acto de poder, es una lección de cómo el amor de Dios, cuando se comparte, nunca se agota. Al contrario, se multiplica.

En la Primera Carta de San Juan, se nos recuerda que el amor proviene de Dios. “El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”. El amor no es solo un sentimiento o una emoción pasajera, es la esencia misma de nuestra relación con el Señor. San Juan nos enseña que Dios mostró su amor enviando a su Hijo al mundo para que tengamos vida. Jesús nos da vida, no solo física, sino espiritual, una vida plena que se expresa en el amor que compartimos con los demás.

El salmista también nos habla de justicia y de cómo Dios libra a los pobres y a los necesitados. En el milagro de los panes y los peces, Jesús no solo da de comer físicamente, sino que también nos invita a reconocer las necesidades de los demás y a responder con amor y generosidad. El pan compartido se convierte en un símbolo del amor que se multiplica cuando todos ponemos de nuestra parte, cuando no nos guardamos lo que tenemos, sino que lo compartimos.

Imaginemos por un momento lo que sucedió ese día: todos comen hasta saciarse y, al final, ¡sobran doce canastos llenos! Esto nos enseña que cuando damos de nosotros mismos, cuando compartimos lo que tenemos, no solo cubrimos las necesidades inmediatas, sino que el amor y la gracia de Dios se derraman en abundancia. Las cestas se llenan cuando todos damos, cuando repartimos nuestro tiempo, nuestra atención y nuestros recursos, sin temor a quedarnos sin nada. Así actúa el amor de Dios: nunca se agota, siempre se multiplica.

Como dijo San Agustín: “El pan que sobra, está en la mesa de los pobres”. Este pan no es solo alimento físico, sino el símbolo del amor que Dios nos da en abundancia para que lo repartamos. Que hoy, al meditar sobre estas Lecturas, nos inspiremos a vivir ese amor, sabiendo que cuando compartimos, Dios siempre provee, y nuestras cestas estarán siempre llenas.

(Guía Mensual)

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