• Primera lectura: Hch 2,1-11: “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo”.
  • Salmo Responsorial: 103: “Envías tu aliento y repueblas la faz de la tierra”.
  • Segunda lectura: 1Cor 12,3b-7.12-13: “Diversidad de carismas, un solo Espíritu”.
  • Evangelio: Jn 20, 19-23: “Reciban el Espíritu Santo”.

Color: ROJO

Neptalí Díaz Villán

Para tener un mejor control del poder, los poderosos han utilizado la estrategia de uniformar a sus súbditos. Aunque el camino de Jesús no nació precisamente con deseos de poder, ha sido utilizado durante mucho tiempo para justificar el unanimismo. Constantino “el Grande” y sus descendientes (siglo IVss), aprovecharon la naciente fe cristiana para unificar el imperio romano. “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Un solo Dios y Padre” (Ef 4,5-6). El mismo imperio que le había propinado la muerte, se convirtió en su adalid. Vinieron después otros “sacros” imperios que utilizaron la fe, convertida en religión oficial, para uniformar las masas y manipularlas como borregos.

En nuestro suelo, lo primero que hicieron los invasores, (llámense colonizadores, evangelizadores o cualquiera de los eufemismos con los que se nombren), al llegar al “nuevo mundo”, fue catalogar de idolátricos, bárbaros, incivilizados, infra-hombres y otros adjetivos peyorativos, a los legítimos dueños de estas tierras “americanas”. Esto con el fin de justificar ideológicamente la destrucción de su propia identidad cultural y la imposición de una nueva cultura dominante con la religión incluida. Pero la religión era sólo una excusa para dominar en nombre de Dios. El Dios vivo y verdadero que anunció Jesús yacía apabullado bajo los mantos “sagrados”.

Cambian los imperios, los lugares, los protagonistas y los dogmas. Pero en últimas se busca lo mismo: uniformar para dominar. Hoy la religión se llama globalización y mercado libre. Hoy ya no está prohibido dudar de Dios y de sus “legítimos representantes”. Hoy está prohibido cuestionar la autoridad de las universidades que domestican perfectamente a sus neófitos para lograr un mundo globalizado y en manos de unos cuantos pulpos. Hoy está prohibido pensar que otra globalización es posible, que otra organización social, política, religiosa y económica es posible y, en fin, que otra humanidad es posible.

Los que manipulan la globalización nos quieren imponer su unanimismo con una bebida, una comida, un cine, una música, unos héroes, unas ideas y, por supuesto, unos valores de compra y venta. Aquí lo que importa es estar “in” y no “out”, y que vivan la globalización, la neocolonización y la esclavitud disfrazada de lo que está de moda. ¿Qué proponemos?

Hace cerca de 2000 años, unos cuantos hombres y mujeres estaban encerrados y llenos de miedo debido a la persecución desatada por los judíos contra la naciente comunidad cristiana. Como ser cristiano se había convertido en un peligro inminente, les tocó vivir en la clandestinidad. El miedo los hizo caer en una especie de tedio colectivo que los condenaba a morir como comunidades. ¡Eran tiempos difíciles! Todo estaba por hacer, lo único que tenían eran ganas y un mundo de oposición que los arrinconaba, cerraba su imaginación y los entumecía mentalmente.

Pero una fuerza más poderosa burló las trancas de las puertas y desobedeció las prohibiciones de las autoridades, más miedosas todavía; porque si prohibían y perseguían, era porque sentían amenazadas sus seguridades. Hablamos de una fuerza que no se deja encerrar en ningún canon y en ninguna institución. Una fuerza que puede ser tan suave y refrescante como una brisa mañanera, pero que se puede convertir de pronto en un huracán que arranca de bases, las estructuras de las casas y de los edificios. Una fuerza que nadie ha podido patentar porque no puede ser propiedad privada de nadie ya que no se deja encadenar, poseer ni manipular y que, como el viento, sopla donde quiere; oímos su silbido pero no sabemos de dónde viene, ni a dónde va (Jn 3,8). Hablamos del Espíritu Santo. El Ruah (soplo) de Dios, el aliento de vida que ha existido desde siempre y que ahora tenemos la oportunidad de dejar actuar en nuestra vida. Su presencia nos dará la paz, la capacidad para dar un anuncio de vida y para convertirnos en agentes de la reconciliación: “¡Les traigo la paz! Así como el Padre me envió, los envío yo a ustedes”. Enseguida sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados, y a quienes se los retengan, les quedan retenidos”. (Jn 20,21-22).

Según la narración de Lucas (segunda lectura), ocurrió en Pentecostés (cincuenta días) durante la fiesta de la siega cuando los judíos recordaban el pacto de Dios con el pueblo en el Monte Sinaí, cincuenta días después de la salida de Egipto. Cincuenta días después de la celebración de la pascua de Jesús. El Espíritu Santo hizo que esas comunidades dominadas por el miedo, salieran a comunicar la Buena Noticia. El Espíritu las convirtió en testigos que irían por todas las naciones de la tierra y les hizo hablar en sus propios idiomas y en lenguas diferentes.

Ésto no hace referencia al don de lenguas del que habla Pablo (1Cor 14). Lo que nos quiere decir es que la propuesta cristiana es para todo el mundo, para todas las culturas; es más: para todas las religiones, sin acabarlas. Cambiando la uniformidad por la pluralidad; la confrontación, por el diálogo; y la “guerra santa – cruzada”, por el compartir de experiencias salvíficas que nos hagan crecer a todos. La unidad se debe dar no a pesar de nuestras diferencias sino gracias a la multiplicidad que nos hace más ricos en sentido humano. La ausencia de comunicación respetuosa que reinó durante tanto tiempo entre cristianos y de parte de los cristianos hacia otras confesiones religiosas, llámese cruzadas, inquisición o cristianización, nos muestra que el Espíritu Santo no ha sido tenido en cuenta.

Necesitamos vivir nuestro propio Pentecostés como personas, como familia y como Iglesia. Diversidad no puede equivaler aquí a desorden y anarquía. Se trata de abrirnos a la acción del Espíritu para buscar unidad en la diversidad, para adquirir la capacidad de servicio, perdón, apertura e incursión creativa en un mundo en continua evolución. “Por obra del único Espíritu, todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, al bautizarnos nos hemos unido a ese único Cuerpo, y a todos se nos ha dado a beber de ese único Espíritu”. (Segunda lectura). Siempre con una postura dialogante ante nuestro pluralismo cultural, político, religioso e ideológico. Necesitamos globalizar el amor, la solidaridad y la esperanza. Vivir y anunciar la Buena Noticia de Jesús resucitado, y de su Espíritu que nos llena de vida.

Espíritu Santo, amor de complacencia, de vida y de alegría; fuente de verdad y de esperanza. Fuerza misteriosa transformadora de personas y comunidades, luz que penetras las almas, fuente del mayor consuelo:

Nos abrimos totalmente para que irrumpas hoy en nuestras estructuras personales, rompas todas las barreras que ponemos para defendernos y para atacar. Ayúdanos a superar complejos, miedos, odios, rencores, egoísmo, agresividad, mezquindad, avaricias, codicia y todo aquello que nos hace llevar una vida mediocre, cerrada, infeliz, sin sentido… Irrumpe en nuestras estructuras familiares, comunitarias, eclesiales. Ayúdanos a superar todas las realidades que a veces nos hacen vivir encerrados y con miedo. Ayúdanos a superar fundamentalismos, exclusivismos, complejos, cansancios, aburrimientos, mediocridad y todo aquello que nos hace perder el sentido de nuestro camino de fe.

Aquí estamos, dóciles a tu acción sutil y potente. Fortalece nuestros pies cansados, ilumina nuestras mentes vacilantes, purifica nuestros corazones, llénanos de sabiduría y amor. Consuélanos en la aflicción, reconfórtanos en nuestra fragilidad, llénanos de tu aliento, de tu luz, de tu paz. Danos la capacidad para superar diferencias que nos destruyen, para cambiar lo que podemos y necesitamos cambiar, para tolerarnos y aceptarnos como somos en un ambiente de justicia, respeto y amor. Que tu acción eficaz fundamente y mantenga en nosotros la unidad y nos haga testigos del Amor de Dios Padre y de su Hijo Jesucristo, nuestro hermano mayor, que vive y ama por los siglos de los siglos. Amén.

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